—¿¡Aquí está George!?
La mirada de todos recayó en aquel joven que acababa de ingresar, pues el grito había logrado despertar al adormilado niño.
—Ponk...— murmuro George con cansancio, estirando sus bracitos hacia el mayor, quien no dudó en cargarlo rápidamente.
—Muchas gracias por cuidarlo, Wilbur. Lo llevaré a descansar— le agradeció el chico, saliendo de la habitación con el pequeño en brazos, quien se aferraba a él con cariño.
—¿Quien era él?— cuestionó el pelinegro curioso.
—El enfermero de George— le respondió el castaño mayor, sentándose en la orilla de la cama.
—Pero parece de nuestra edad...
—Tiene dieciséis.
—¿Que...?— murmuro Quackity sorprendido, mirándole con incredulidad —eso no tiene sentido...
—Es un prodigio en lo que hace— contestó Wilbur, soltando una ligera risa.
—Que no te engañe su edad o su apariencia, es fenomenal— halago Tubbo.
—Es mil veces mejor que muchos enfermeros adultos— elogió esta vez Tommy.
El pelinegro asintió, sentándose a un lado del de ojos rojos, quien le observó por unos instantes.
—Niños, vayan a comer algo.
—Pero no tenemos hambre— le dijo Tommy.
—Váyanse a jugar.
—Hace frío— añadió Tubbo.
—Váyanse.
—Pero es mi habitación...
—¡Váyanse!
Ambos menores se levantaron entre tropezones, jalando de la mano al pequeño Slime para irse corriendo a otro lugar los cuatro juntos.
—¿Por que los corriste...?— cuestionó Quackity con cierta diversión y confusión.
—Son muy escandalosos.
—¿Te molesta?
—Mucho.
—Yo también lo soy.
—Quizás solo un poco.
Aquello provocó una risa en el pelinegro, quien se recostó en las sábanas cómodamente. Cerró sus ojos apenas unos momentos para volver a abrirlos.
—Tus ojos son lindos— comentó el castaño, recostándose con lentitud a su lado.
—Los tuyos igual...— murmuro Quackity, intentando lucir más amable. Seguía sin tener idea de cómo comportarse ante los buenos tratos.
—¿Aún tienes frío?
—Un poco...
Wilbur lo abrazo con cuidado, apegándolo a su persona para brindarle calor mientras los envolvía con una manta.
—¿Que tanto saben de mi...?— cuestionó el pelinegro en un murmullo, su voz sonaba afligida.
—¿Eh...?— Wilbur le observó consternado sin saber a qué se refería.
—Se que todos aquí saben sobre... lo que me pasó...— le explico, escondiéndose en sus brazos.
El castaño por fin comprendió.
—Bueno, sabemos que... tu madre y tu padrastro son unos idiotas— acarició con delicadeza su mejilla, para después acomodar algunos mechones rebeldes que caían por su frente —sabemos que te hicieron mucho daño...— le sonrió dulcemente —me encargare de hacerte olvidarlo.
Quackity pasó saliva, intercalando su vista de los brillantes ojos rojos del contrario hasta sus belfos.
—Cuéntame de ti...— pidió con timidez.
Wilbur soltó un suspiro, desviando la mirada.
—Bueno, yo crecí aquí, prácticamente...— murmuro, acercándose más a él para no tener que alzar mucho la voz —mi padre fundó este lugar por mi culpa.
Quackity abrió los ojos de par en par ante aquella confesión. No era posible ¿oh si?
—¿Tu padre es...?
—El director.
Se miraron de nuevo, intentando descifrarse.
—Él creo todo esto por mi, soy un bache en su camino— termino de decir Wilbur.
El pelinegro no estuvo de acuerdo con eso.
—Yo creo que lo hizo porque te quiere...
—Pero aún así le estorbo.
—Alguien a quien amas jamás te podría estorbar— le calmo, sonriéndole también.
Los ojos rojos de Wilbur parecieron brillar más ante esas palabras.
Quackity se puso algo nervioso, decidiendo cambiar de tema.
—Mencionaste que tenías otro hermano...— comentó al aire, pero el castaño parecía dispuesto a responder.
—Se llama Technoblade.
—Es un lindo nombre.
—Lo es...— murmuro con cierto tono de tristeza que pudo notar —él emprendió un viaje hace mucho tiempo, yo sé que está bien en donde sea que se encuentre, y también se que nos ama, pero a veces lo extraño.
—Seguro él a ustedes...— murmuro Quackity, frotando con afecto el brazo del mayor.
Wilbur se acercó más al menor, mirándolo fijamente. Ninguno lograba despegar la vista del otro.
Pegaron un brinco cuando la puerta fue abierta repentinamente. Quackity casi se cae de la cama.
El castaño llevó su mirada hacia los que acababan de arruinar aquel momento pacifico, encontrándose con una rubia y un pelicastaño sonrientes.
Les maldijo en voz baja.