Quackity nunca creyó sentirse así por nadie. Ni siquiera creyó que tendría a alguien.
Toda su vida pensó que moriría en manos de su padrastro. Es un milagro que no haya sido así.
Pensó que su vida ya no podría mejorar, pero se equivocó. Aquel internado lo había acogido y ahora no podía sentirse más feliz.
Todos en este lugar lo hacían sentir cálido.
Sobre todo su pareja.
Wilbur lo despertaba todas las mañanas con un beso en la frente. Le traía el desayuno a la cama de ser necesario, pero regularmente ambos iban hasta el comedor para almorzar juntos.
Iban al almacén para estar un rato a solas y hablar de cualquier cosa. A veces se quedaba dormido entre los brazos del castaño. Este permanecía a su lado hasta que despertara.
Justo ahora estaban en el jardín. Ambos estaban sentados en el pasto, mientras veían a los niños jugar.
Slime era el mas energético de los dos, pues George apenas tocaba el suelo intentaba dormirse.
—Me gusta mucho esta vista— murmuro Wilbur, observando fijamente los lindos ojos negros del contrario.
Quackity soltó una risa avergonzado, negando varias veces con la cabeza.
—Cállate.
—Cállame.
El pelinegro le lanzó una galleta a la cara.
Wilbur soltó un quejido adolorido cuando golpeó su ojo.
—Pensé que...
—Pensaste mal.
Quackity le miro con burla, conteniendo una carcajada.
—Creo que ahora merezco un beso.
—¿Eso crees?
—Eso creo.
—Bien.
Se acercó lo suficiente al mayor, quedando solo a centímetros de sus labios. Primero dejo un casto beso en ellos, para luego lanzarse y atacarlos de forma intensa y desesperada.
Wilbur no duda en corresponderle ni por un segundo, nada inconforme. A ninguno parecía importarle que tenían a dos menores viéndoles con curiosidad.
Slime parpadeaba con cierta confusión, sin comprender del todo la escena. George solo hizo una mueca de asco.
Hace un rato que habían dejado de jugar tras ver de reojo que los mayores estaban demasiado cerca el uno del otro.
—¡Dejen de besarse!— se quejó el heterocromatico, yendo a sentarse en medio de ambos.
Quackity se separó bruscamente del adverso cuando escuchó el grito de George, viendo como se acomodaba rápidamente entre los dos.
Wilbur solo le observó con una pequeña sonrisa, sin inmutarse.
—George, algún día también vas a besar a alguien.
—No, que asco.
—Ya sientes disgusto, es un avance— se burló el castaño, revolviendo los cabellos del niño.
Quackity miro con curiosidad a Slime, extendiendo sus brazos hacia él.
—Ven con nosotros.
El pequeño pelicastaño obedeció con rapidez, yendo hacia el abrazo que le ofrecía el pelinegro.
—¿Purpled te regaño ayer, Slime?— cuestionó Wilbur, acercando con delicadeza a George, para que se recostara en sus piernas.
Aquella pregunta pareció tensarlo, haciéndole negar varias veces con la cabeza. De forma tan frenética que parecía sospechosa.
El castaño mayor no confiaba nada en el enfermero de Slime. Simplemente no le daba una buena impresión, y tenía sus razones para dudar de él y su inestabilidad mental.
Por esta vez dejaría el tema. No quería alterar aquel ambiente pacifico que se había formado.
—¡George, Slime, vengan!
Aquel grito provino de Tommy, quien acababa de llegar al jardín en busca de sus amigos. Atrás de él venía Ponk.
George se levantó con rapidez para ir a los brazos de su enfermero, quien lo refugio en ellos, cargándole.
Slime intercaló su vista entre el rubio y el pelinegro, algo indeciso.
—Mañana podemos seguir hablando, ve con él— ofreció Quackity.
El pelicastaño asintió con emoción, dirigiéndose hacia Tommy de inmediato.
—Te llevaste muy bien con Slime— puntualizó Wilbur, abrazando de nueva cuenta a su pareja, mientras les veía marcharse.
—Es que es un buen niño.
—Tiene depresión.
—Ya sé...— Quackity guardo silencio unos instantes —pero estará bien.
—Solo no te encariñes mucho con él.
Le miro incrédulo.
—Él estará bien, Wilbur.
—Solo es un consejo.
—Me voy.
Wilbur lo apego más, impidiendo que se alejara.
—No quiero que salgas lastimado, perdón— aclaro, dejando un corto beso en su mejilla.
Quackity cerró sus ojos, exhalando todo el aire que tenía retenido.
Ahora tenía algo, y no quería que se lo quitaran.
—Wil...
El mayor hizo un sonido, haciéndole saber que lo escuchaba.
—No quiero perderlos...
Wilbur le observó en silencio por unos segundos. ¿Realmente había algo que les reconfortara?
—Solo... no me dejes— casi suplico el pelinegro.
Y así fue.
No lo soltó en todo el día.