Capítulo 2

26 8 14
                                    

Royce

Flashback

¡Voy tarde! Es lo único que puedo pensar, no puede ser, en cinco minutos es la sesión de fotos, y estoy a treinta minutos del estudio.

— Ian me va a querer matar y si corro con suerte solo me va a despedir. — Susurre con expresión de desespero y dramatismo excesivo.

Mis pulmones ardían, sentía que se quemaban por dentro, pero eso no fue suficiente para hacer que me detuviera a tomar un respiro, no quería que Ian me despidiera, mi carrera está en lo más alto del modelaje porque estoy trabajando con Ian, no puedo darme el gusto de ser deshechado por él.

Me detengo frente al edificio de color gris algo iluminante por los rayos de luz, no se porque, pero me quedo parado frente al edificio mirándolo sin expresión alguna, como si de un momento a otro dejara de existir, el viento golpea mi cara y mi cuerpo, haciendo que mis prendas golpeteen y bailen sin control, que mis cabellos tapen parte de mi rostro y mi visión.

Mis sentidos se vuelven a activar — Algo me dice que no entre. — Me convencí a mi mismo que era el miedo a ser despedido, pero me arme de valor, porque por muy enojado que se ponga Ian, no puede despedirme, soy su mejor arte humano.

Camino lento, y me doy cuenta que la recepcionista no está, ni los de limpieza, ni ningún otro personal de trabajo... — Tengo miedo — Pensé.

Al subir las escaleras, mi corazón se ha acelerado más de lo normal, me digo a mi mismo que es por subir las escaleras, pongo la mano en el pomo de la puerta, mi mano tiembla...

Fin De Flashback.

-----CELDA NÚMERO 8-----
°°JUVENILE CORRECTIONAL: DARK CRIMSON°°

Los párpados del albino se abren lentamente, dejando ver sus grises grisáceos iris, se sienta con pereza en su incomoda cama de celda, mira a su alrededor y todos están dormidos, sonríe para si mismo. — Ojalás dejará de soñar lo mismo... — Suplicó para sus adentros.

— ¿Pesadillas, sin color? — La llamada Samantha le preguntó.

— Quizás si, o quizás mis tristes recuerdos del porqué estoy aquí. — Susurro para ambos.

— Mírame — Pidió Samantha.

Él albino se inclino en su cama, se acostó boca abajo y guindo su cabeza hacia abajo para ver a Samantha quien está acostada en la cama de abajo de la litera. — ¿Qué? — Preguntó confuso.

— No te dejes vencer por tu mente, o de lo contrario, no sobrevivirás a este lugar. — Intento darle ánimos.

— Eso no es propio de una suripanta como tu... — Indagó en sus pensamientos.

— Bueno, conozco una mejor forma de hacer que dejes de pensar. — Samantha sonrió, mirándolo directamente a sus ojos cenizos, Royce pudo notar un brillo en su mirada, un brillo peculiar que le incitaba a bajarse de la litera e ir a su cama.

Royce en un intento de controlarse, carraspeo y se volvió a acostar en su cama — Mejor duérmete, suripanta... — Susurro, con un leve sonrojo en sus mejillas, sabia que Samantha era así, que nada le daba vergüenza, que invitarlo a tener sexo, no era nada para ella, pero para él era diferente, y agarrar una enfermedad por un momento caliente y pasajero, no estaba en sus planes, jamás.

En el silencio, se escuchaba una risita de Samantha, si, así era ella, era diferente y poco agradable para muchos.

°°°°°°°°

Todo se veía bonito, un amanecer hermoso que se veía desde las ventanas de las celdas, todas las celdas tenían una ventana con vista al patio y por ende al cielo, ese cielo muy hermoso, que era visto sólo por Emma y Ericsson, celdas separadas, pero deseosos de ser libres como esas nubes, como ese cielo.

Las voces se empezaron a escuchar poco a poco, los trabajadores empezaban a llegar a su turno para que los demás se pudieran ir.

Por otro lado, en la cocina, se estaba preparando el desayuno, un delicioso café con pan de piedra y unas galletas con sabor a desgracia.

Los reclusos recibieron su miserable desayuno, con ganas de tirarlo al suelo, pero se lo comieron teniendo en cuenta que necesitaban llenar sus estómagos.

— No se descuideeeeen~ — Una voz femenina cantareaba una advertencia a los afueras, los trabajadores sudaban frío. Porque la voz era de la mujer más temida de ese lugar, la número 1, que fue atrapada sólo porque la traicionaron, es lo único que se sabe de un ser tan peligroso como lo era esa mujer.

— Da miedo — Un Terry se estremeció.

— No te preocupes, con lo cobarde que eres dudo que te hagan algo aquí. — Su más fiel confesadora Alexa le calmo.

— Esto sabe horrible... — Susurro una demacrada Dayana.

— Siempre sabe horrible. — Le respondió Ericsson.

— Cómo me gustaría comer de esos deliciosos pasteles de vainilla, con una deliciosa taza de capuchino. — Dijo en voz alta haciendo que los estómagos de aquellos que la escucharon sonarán en respuesta a su comentario.

— Callate o de lo contrario acabarás con un lindo golpe en tu espantosa cara. — Sam la reto.

— Está bien cerebrito. — Hizo silencio, pero no por mucho — Aunque sabes, aún me pregunto cómo es que acabaste aquí siendo tan inteligente.

— Ser inteligente en los estudios es una cosa, pero ser inteligente en la vida ya es otra, este es inteligente en los estudios y tonto en la vida. — Un callado Ericsson le dio la respuesta.

— Ugh... — Dayana se quejo un poco, le dolía, le dolía todo, no podía soportar lo que estaba viviendo.

Mientras, que los de la celda 8 estaban muy campantes comiendo lo que se les había servido, en especial, Dylan y Drey.

— No entiendo, cómo pueden comer esa porquería... — Royce se preguntó asombrado de verles comer con tanto afán — Yo ahora estuviera comiendo fruta con un delicioso batido de banana, un desayuno sano. — Sonrió.

— Más bien un desayuno pobre, apuesto a que ni pasaba una hora cuando volvías a tener hambre — Samantha se le burlo.

— Cuando tienes hambre comes de todo. — Dylan respondió a la pregunto con una voz seria.

— Si... De todo. — Drey miro hacia Royce, mirándolo con una mirada amenazadora, la mirada de un depredador.

— Ya me callo. — Royce sonrió incomodo.

— El café es más pasable... — Emma agregó mientras daba un pequeño sorbo.

Las conversas sobre el terrible desayuno seguían.

De hecho, el tema mas popular en ese lugar, era sobre la horrible comida que les servían, e incluso las dudas sobre si eso que les daban era comestible, surgían sin cesar.

No era un secreto, de que posiblemente les dieran solo las sobras de quien sabe donde.

Los ElegidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora