8: bombas

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   Después de un día agotador de trabajo y relaciones, Lola regresó por fin a su casa. A pesar de ser octubre, el ambiente del departamento estaba frío. Sabia que Pablo no estaba ahí debido a que todas las luces estaban apagadas, solo entraban los rayos de un sol de atardecer que traspasaban los espacios finos de la persiana que cubría el ventanal del balcón, iluminando vagamente los rincones más escondidos de la casa.
  Lola quitó sus zapatillas y las tiró a un costado, le dolían los pies porque tuvo que caminar un poco más de la casa de Tomás hasta su trabajo, se había equivocado de parada y bajo del colectivo unas cuadras antes. A veces odiaba vivir tan cerca del bar, no había excusa para tomarse un taxi o esperar algún colectivo. No, tenía que caminar sin quejas, cosa que en ocasiones como estas, la perjudicaba. Abrió la persiana para ir al balcón, prendió un cigarro y soltó el estrés que acumuló durante el día en una bocanada de humo. Agradecía que era martes, un día común y corriente donde no tenía que preocuparse demás por algún show. Pensó en llamar a Lula y a Brenda para hablarles de la agencia que las buscaba. Ya había pasado un día y no tuvo contacto alguno con ellas. Veía los autos en la calle, las personas caminar, las palomas volar, mientras pensaba en las posibilidades de éxito que tendrían si llegaran a firmar con CBS. En todos los escenarios, ellas salían ganando. No quería prestarle atención a la corazonada de Flora, ignoró todo escenario negativo y se dejó llevar por las fantasías de la fama.
  Sus pensamientos fueron interrumpidos al oír la puerta cerrarse. Era Pablo, por fin llegó. Rápidamente Lola apagó el cigarrillo y lo tiró por el balcón -sucio de su parte, pero no tenía tiempo para tirarlo a la basura- para ir corriendo a abrazar a su compañero. Este, por más que quisiera, no se resistió y accedió rendido a los brazos de Lola.

—¡Al fin nos vemos! —Dijo la chica —Ayer me pasó una locura, no sabes.
  Lola lo invitó a tomar asiento mientras calentaba la pava para hacer unos mates amargos.

—Si, escuche tu mensaje esta mañana —Mintió —Yo también quería contarte algo anoche, pero no llegaste más.
  El comentario de Pablo fue una clara indirecta. Lola lo tomó como un comentario inocente. Se sintió mal al respecto, de todas maneras no le gustaba separarse tanto de él.

—Si, perdoname. De verdad te digo, Tomás me había avisado del plan justo cuando vos te habías ido y me olvidé de volver a llamarte —Ahora era Pablo el que se sentía mal después de escuchar las disculpas de su amiga.

—No te hagas drama, Lola —Le dijo —Pero posta lo que te voy a contar es de otro mundo. Ni yo me lo puedo creer todavía.
  Segundos más tarde, la pava comenzó a hervir indicando que el agua estaba lista. Llevó todo a la mesa y se sentó frente a Pablo. Lola cebó y tomó el primer mate, el que siempre sale mal, para no hacérselo tomar a Pablo.

—Contame pelotudo, deja de hacerte el misterioso— Reclamó la menor.

—Me llamaron para jugar un mundial de la sub20, en Malasia—Pablo no pudo contener la sonrisa ante tal noticia. Dramáticamente, Lola apoyó con fuerzas el mate sobre la mesa. Por suerte, esta era de madera, en caso contrario ya estaría rota.

—¿Me estas jodiendo?

—¿Como te voy a joder con eso boluda?

—Pablo, eso es increíble ¿Sabes lo que es para que te llamen a jugar después de...? No sé, ¿tres, dos meses, desde que debutaste en primera?

—Es la sub20 igual...—Pablo intentó ser modesto, pero Lola lo interrumpió.

—¡¿Y que tiene?! Vos no tenes dimensión en que vas a jugar un mundial, sea sub17, 20, cualquiera ¿Te das cuenta que vas a ser uno de los mejores de tu generación, o no? —Pablo sólo podía sonreír
  Lola tenía razón, Aimar no dimensionaba lo importante que era para él y su carrera ser llamado por la selección argentina poco tiempo de debutar en la liga profesional de River Plate. Estaba tan feliz de haberle contado la noticia, que olvidó sus celos por unas horas. En ese momento, no le importó con quien estuviese Lola, mientras ella se mantenga siempre a su lado, aunque sea en la simple relación de la amistad.

1990 | Pablo AimarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora