31 de agosto del año 1712.
Falta poco para que se hagan las dos de la madrugada, Hyunjin lo sabe, porque desde la posición que tiene sobre aquella roca mohosa a un costado del riachuelo de metro y medio de ancho puede ver la torre de una iglesia que tiene un reloj en la azotea. No es esa la catedral que él conoce, definitivamente no es la misma estructura junto a la cual él vivió y trabajó durante casi toda su vida, sacando de la cuenta los dos primeros años en los cuales estuvo habitando las tibias paredes de una casa marrón en los suburbios nipones hasta que por inconvenientes legales tuvieron que mudarse.
La catedral del pueblo en donde él vivió por dieciséis años tiene las paredes blancas, con los tragaluces redondos y las grandes puertas hechas de vitral y marfil dibujando aquellas figuras divinas que a su parecer incitaron siempre la idolatría. En esa catedral la cúpula central tiene la campana de bronce que ya se ha desgastado, y el sonido que esta tiene cada que marca una hora que transcurre es menos latoso y chillón; no sabe mucho de música, pero según lo que le dijo alguna vez el hijo mayor de los Choi, un viejo amigo que migró en busca de comodidades a costillas de su riqueza, la campana de la catedral de su pueblecillo retumbaba en un grave Re bemol.
Por eso reconocía que la iglesia que tenía a la distancia no era la que él de vez en cuando visitaba, porque para comenzar en la torre central no había una campana sino aquel aparato supuestamente moderno que le marcaba la hora, y en las dos cúpulas que habían a los lados respectivamente las creídas campanas que se alzaban eran pequeñas y tenían más apariencia de cencerros que de cualquier otra cosa, encima el sonido que proyectaban era de hojalata, hasta se veían abolladas por el golpeteo interior que necesitaban para sonar.
La nostalgia que le trae la comparación le provoca melancolía y dolor en el pecho, después de que ha terminado de esforzarse en leer la hora no hace más que bajar la cabeza y una vez más mete la tela blanca de una sábana bajo el agua. Tres días antes aquellas telas pálidas habrían estado reposando sobre el cuerpo precioso de su amado, las lavaba ahora porque ellas ya no tenían nada que cubrir, no tenían a nadie para proteger, él solo estaba deshaciéndose de las manchas de sangre que habían quedado en su superficie y se habían secado en un color oscuro que resultó difícil de quitar sin el jabón. Ahora, desprotegido a la madrugada no hacía más que dejar correr sus lágrimas en soledad.
Mientras exprime el estropajo para deshacerse de su exceso de agua no disfruta de ningún ruido, los grillos simplemente lo fastidian y no consigue ver más que montes y pajas hacia el horizonte. La luna se esconde vagamente detrás de las montañas que puede ver a lo lejos, para entonces ya ha perdido el norte y no sabe ni de dónde viene ni para donde va, el susurro de las espigas secas moviéndose por la gélida brisa de la madrugada no le causan el mismo escalofrío que el que hubiese tenido un par de días antes. No puede evitarlo, su rostro se ve sumergido contra las telas humedecidas y su llanto.
El olor de Jeongin ya no está sobre las que fueron alguna vez sus sábanas, ahora el aroma verde y seco de la grama pobre lo recubre y, a pesar de que es un gran amante de la naturaleza, no quiere que sobre la tela se pierda la esencia de aquel hombre de pieles suaves que se entregó en cuerpo y alma para él antes de sucumbir bajo los distintos disparos de un desgraciado sin compasión ni sentimiento mero en el cuerpo.
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miss jeongin ✦ hyunin
Fanfiction❝Hace años, en otras épocas las cosas eran distintas. El padre de Jeongin deseaba como primer descendiente una niña, pero ha venido al mundo él. ── Si nace varón, te juro que lo mato con mis propias manos. Aquí se relata la historia de su vida, en...