CAPÍTULO 5

158 85 77
                                    

Escuchaba llantos, gritos y quejidos por todas partes. Por eso odio los hospitales, me traen recuerdos muy malos. Las personas alrededor de mí, se veían muy mal, quienes no estaban enfermos, tenían una energía muy caótica. Veía que algunos entraban con heridas que no van más allá de un pie roto o una cortada. Pero por momentos el lugar parecía un campo de batalla. Entraban personas con heridas que nunca pensé ver, con quemaduras, con objetos atravesados en lugares donde no deberían estar y aun así seguían consientes. Me hacía recordar a los programas de televisión de sala de urgencias.

Volteé y vi a mi primo que estaba con la cabeza agachada y sus manos apoyadas en las rodillas. No sabía si estaba por vomitar, o si estaba llorando, pero rezando no. Eso lo podía descartar. Su respiración es rápida, lo que provocaba que sus rizos se movieran y se desacomodaran. Yo no era la excepción, estaba cansada, se me había ido el hambre y mis manos estaban adormecidas y temblorosas, mientras tenía unas ganas horribles de largarme al baño y llorar. Imaginar que a mi tía le pasaría algo, me ponía en un estado vulnerable.

Le toqué la espalda con mucha suavidad, con la intención de darle ánimos pero él dio un pequeño salto, y levantó la cabeza viéndome molesto. Mientras me regañaba como si fuera una niña pequeña, alcancé a escuchar que un doctor pronunciaba el nombre de mi tía.

Me giré hacia la puerta que se dirigía directo al quirófano y vi a un hombre con bata blanca con una tablilla en las manos. Me levanté de inmediato y le dije a Otto que me acompañara.

—Somos nosotros —dije llegando e intenté recuperar el aire.

—¿Son familiares de la señora Evangeline? —repitió volteándonos a ver con curiosidad.

Asentimos y él dio un largo suspiro. Se le notaba cansado, por sus ojeras muy prominentes y sus ojos entrecerrados mientras analizaba la tabla y hacía algunas respiraciones agitadas.

—La buena noticia es que ya salió de peligro, la trasladamos a terapia intensiva, pero aún estamos esperando a que el cardiólogo la revise para descartar alguna secuela por el infarto que sufrió.

—¿Cree que haya daño? —preguntó el chico.

—Probablemente. Al ser un infarto al miocardio, es muy seguro que quede con una parte dañada, paralizada o en el peor de los casos necesite un trasplante en las siguientes veinticuatro horas.

Otto agachó la cabeza y tocó su frente con sus manos que se notaban temblorosas, no dijo nada y el doctor lo vio con algo de indiferencia porque tenía una ceja levantada y su cara denotaba despotismo. Yo tomé a mi primo del hombro, presionándolo un poco para que reaccionara de nuevo y presioné mi mentón para evitar soltar algún sollozo porque sabía que en cualquier momento mis lágrimas terminarían sucumbiendo. Mi corazón estaba alterado, tenía muchas horas así y sabía que no se calmaría hasta ver a mi tía.

—¿Podemos verla? —quise saber.

—Por el momento no es posible por su situación delicada, pero tal vez en unas horas esté lista para recibir visitas.

—Ok, muchas gracias, doctor —finalizó Otto con mucha seriedad, incluso parecía que se encontraba molesto con propio doctor

El hombre asintió y nos dijo que nos esperáramos en la sala de espera. Otto se dio vuelta y regresó a su asiento, se veía derrotado, no parecía el mismo adulto altanero y fiestero, parecía un niño indefenso, temeroso y con mucha incertidumbre ante lo que podía pasar. Siguió con su actitud hermética y se tomó la cabeza. Yo respiré lo más profundo que podía, con la intención de relajarme y dejar de sentir esas náuseas tan enormes que tenía. Estaba segura que en cualquier momento me levantaría directo al baño pero de repente escuché la voz de mi primo.

Desolado (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora