CAPÍTULO 10

145 60 83
                                    

¿Por qué siempre me tenía que ocurrir este tipo de cosas? ¿Karma? ¿Castigo? ¿Qué tuve que hacer para merecer a esta familia? Esas preguntas y muchas más me martillaban la cabeza y me impedían dormir. Aunque los padres de Henry me hayan dado varios tés y calmantes, me seguía sintiendo igual o peor.

Parecía que todo era una pesadilla, una de tantas que me sucedían desde niña. No sentía mi cuerpo, es decir, sí lo sentía, físicamente, pero el dolor que experimentaba dentro, era inexplicable. Era parecido al ácido de una batería escurriendo en mis venas. Ni siquiera el dolor de una quemadura en la piel, una cortada o un golpe se sentiría tan horrible.

Solo deseaba con todas mis fuerzas desaparecer, que todo se tratase de un sueño y que al despertar, estuviera al lado de mi hermano, mientras me contaba una historia de terror o me tarareara una melodía. Pero solo veía una oscuridad enorme, lúgubre y asfixiante que me envolvía cada vez más hacia ella, sin embargo de forma paralela, sentía una protección inigualable. Aquí podía llorar, golpear, gritar y sacar todo el dolor y enojo que tenía en mi corazón y nadie me podía juzgar o criticar, para que luego, ante los demás, debía aparentar estar bien.

Cuando supe que no tenía más escapatoria, decidí levantarme de la cama, encender la luz y ponerme la ropa más cálida que tenía, afuera había una neblina impresionante, no se veía nada desde la ventana, con mucho esfuerzo observaba la luz del alumbrado público. No tenía otra opción. Debía irme de ahí. Era obvio que nunca tendría la oportunidad de volver a casa, así que lo menos que quería era ser un estorbo para ellos, más de lo que ya era. Nadie soportaba mi presencia ahí. La señora lo fingía, pero en todo el camino de regreso, solo se limitó a verme las rodillas que aún me dolían. No quería sentirme así otra vez, no importaba si tenía que morirme de hambre, si moría de hipotermia. Creo que era mucho menos doloroso que ser visto como alguien problemático o «un caso perdido». Todo el tiempo escuchaba esas palabras en mi mente, no era necesario que los demás lo hicieran.

Aunque, ahora que me ponía a pensar, la única persona que me había dicho que no era un caso perdido, además de mi hermano, fue Kurt. ¿Por qué habrá dicho eso? Tal vez no solo trataba de mentirme. ¿Y si él de verdad me consideraba alguien con potencial? ¿Y si para él sí era alguien por quien valía la pena meter las manos? Si eso se trataba de una broma, pues caí.

Una vez que me abrigué, tomé mis cosas y cerré la puerta de mi habitación con muchísimo cuidado, lo menos que quería era despertar a todos y armar un problema como el que había sucedido horas antes. En vez de arrastrar mi maleta, la alcé sin importarme lo pesada que estaba. Caminé de puntillas, para así evitar que el suelo estuviera rechinando por las tablas que estuviesen podridas.

Una vez abajo, mi celular, que olvidé dejarlo en silencio, se escuchó tan alto que fue imposible no alterarme. Lo silencié de inmediato, con la esperanza de que nadie supiera que estaba ahí. Lo iba a apagar pero cuando vi que se trataba de un correo, algo en mí se preocupó. Lo primero que pensé fue en una demanda. Al abrirlo, me di cuenta que se trataba de un correo que tenía como asunto: «URGENTE, Kurt Neumann».

Al leer eso, mi corazón se aceleró más de lo que ya estaba. Era imposible controlarlo. Cuando iba a meterme a ver el mensaje, escuché un ruido a mis espaldas que me hizo tirar el celular al suelo.

—¿Ágata? ¿Por qué tienes esa maleta? —dijo Henry estrujándose los ojos con pesadez—. ¿Te irás a casa? ¿Se resolvió la situación?

No dejó de bombardearme de preguntas hasta que le respondí:

—Basta, Henry, solo... quiero irme a un lugar donde me sienta querida. Es estúpido, así que olvídalo.

Solo dejó de escucharse su voz, incluso su respiración se dejó de escuchar. La luz que emitía su celular se apagó, con lo cual supuse que se fue a dormir, sin importarle que me fuera. Tomé esta vez con más decisión y fuerza mi maleta, pero algo me detuvo. De repente sentí que unos brazos me tomaron de la cintura y me rodearon. Iba a estallar pero su voz en vez de hacerlo, me provocó algunas lágrimas:

Desolado (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora