CAPÍTULO 12

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Era extraño llegar a la universidad sin la presencia de Frederick cerca de mí como una mosca en heces de perro. Ni siquiera me sentía observada por los profesores, cada quien se encontraba tan estresado y ocupado que ni siquiera se daban cuenta de mí. Deseaba que todos los días fuesen así.

No recordaba que por las mañanas la universidad se encontraba tan desolada y con un toque de cansancio y frustración en el aire. De saber que así se sentían, me habría quedado acostada. Porque además, el trayecto de mi nuevo departamento a ahí, era muy tardado y tenía que rodear por muchas calles. Solo deseaba que las clases pronto se acabaran para nunca más regresar.

Estaba a punto de llegar a mi aula, cuando de pronto una voz detrás de mí me lo impidió. Todos los días debía tener algo que lo hiciera interesante y esta vez le tocaba a Kurt.

—¿Qué quieres?

No estaba en disposición de escucharlo, todavía me encontraba muy molesta por lo que había pasado. Aunque en realidad no sabía si me molesté por el correo o por verlo con Rebecca. El simple hecho de recordar ese asqueroso nombre me hacía querer vomitar, o simplemente darle un golpe, lo que fuera peor para ella.

—Quiero disculparme —y con la vista gacha, se rascó la nuca.

De verdad, se veía tan infantil e inmaduro, todo menos como el profesor que decía ser. Pero aun así, muy dentro de mi torcido corazón, no podía odiarlo del todo. Mi cerebro exigía humillarlo, hacer que se arrepintiera y que sufriera por todo lo que me había hecho desde el comienzo, sin embargo mi corazón se oponía. Estaba en un estúpido debate innecesario.

—Descuida, ya me acostumbré —fue lo que contesté y me giré para volver a la clase, aunque en realidad era lo que menos me importaba, solo quería desaparecer.

—¿Estás bien? —Se atrevió a tocarle del hombro.

—¿Tú no entiendes lo que es el espacio vital? —le increpé con furia.

—Lo siento mucho —y levantó las manos para hacerse el inocente.

—A ti en realidad no te importa cómo estoy, así que puedes dejar de fingir, ya sé lo que quieres.

En vez de retirarse como cualquier persona normal, se acercó a mí y no conforme con eso, me acorraló contra las escaleras Me estaba comenzando a colmar la paciencia, y no era algo bueno. Además, es verdad, no entendía por qué no se quedaba quieto si ya le había metido un puñetazo en todo el ojo.

—¿Me puedes dar la oportunidad de explicarte lo que pasó?

—Te doy tres minutos y ya llevas dos.

—Ella fingió desmayarse y tuve que abrazarla porque era capaz de caerse al suelo aunque no hubiera causa para ello. Y lo de mi amigo, quiere platicar contigo, no te lo robará, si no te parece algo puedes decir que no e irte.

—¿Puedo decir que no desde ahora? Escucha, Neumann, tú no sabes por lo que yo he vivido, lo que este libro significa para mí, es lo más personal que tengo en mi vida, y jamás en la vida voy a permitir que alguien lo lea. Mucho menos que alguien se aproveche de ello. Conozco a las editoriales, quieren sacar provecho por todo. No es justo, ahora puedes irte y decirle eso a tu amigo. No estoy interesada. Suficiente tengo con lo de Frederick.

—¿Volvió?

—Así que fue por ti que no está, ¿no?

—Está expulsado, sí, por mí.

Al escuchar esas palabras, un escalofrío se apoderó de mí y me provocó un espasmo que no pude controlar, provocando una mirada tierna por parte de él. Me quería arrancar los ojos.

Desolado (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora