CAPÍTULO 11

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El sentimiento de asfixia se apoderó de mí y paralizó cada parte de mi cuerpo. Cuando tuve frente a mí al maldito idiota de Henry, estaba a punto de darle un golpe en el hombro, en la cara o en donde más le puede doler, no me decidía aún.

—¡Eres un imbécil! ¿Por qué no me avisaste que vendría? ¿Además por qué le permitiste entrar? ¡Te prohibí hacerlo!

—Lo sé, Ágata, pero él me pidió que le diera la dirección porque dijo que quería decirte algo acerca de tu libro.

Al escuchar esas palabras, mi semblante cambió por completo. Ya no quería matarlo, ahora quería saber qué diablos tramaba el estúpido de Kurt. Aunque tenía muchos sentimientos encontrados, él no dejaba de ser mi profesor, por lo que un acercamiento hacia él sería, por demás, raro.

Bajé las escaleras con gran velocidad, ya no me importaba romperme un pie en el intento, quería que me explicara qué estaba haciendo aquí.

—¿Me puedes decir a qué has venido? —intenté parecer amenazante pero creo que en vez de eso, le causé ternura. Solo se le coloraron las mejillas como si fuera un estúpido púber.

—Seguramente Henry ya te lo dijo —contestó mirándolo.

—De habérmelo dicho, no te habría dejado pasar. Pero ahora que estás, quiero escucharlo de ti.

Su ceja izquierda se enarcó y me miró por varios segundos para después responder:

—Un amigo me invitó a formar parte de su editorial y le comenté sobre tu manuscrito. Tal vez quiera hablar contigo en un futuro sobre algún contrato de publicación, si es que te interesa.

—No, muchas gracias —respondí de forma inconsciente mientras ambos me veían muy sorprendidos por la seguridad con la que me negué.

—Está bien —respondió tranquilo y resignado el chico.

—¿Qué? —pregunté mirándolo sorprendida ahora yo por su actitud tan extraña.

—Sí, no puedo obligarte a hacer algo que no quieres. Jamás lo haría. Si cambias de opinión, Henry tiene mi número —y sonrió de una forma que muy pocas veces había visto, sus labios formaban una delgada línea muy justa, temblaban aunque no sabía si fue por los nervios o era por la decepción. Miró a mi amigo una última vez y después continuó—: lamento haber venido sin aviso, Ágata. Fue bueno volver a verte.

Y después de eso, consiguió dejarme estática, anclada en el suelo sin poder mover un solo músculo, ante su forma de dirigirse hacia mí. Una mezcla de ternura, culpa y nerviosismo, hizo que mi cerebro se desconectara y no fue hasta que Henry cerró la puerta que logré salir del trance.

—¿Qué fue todo eso? —preguntó extrañado mirándome a la cara.

—¿De qué hablas?

—¿Crees que no vi cómo se miraban ustedes dos? Empezando por ti. ¿Algo que quieras decirme?

—Que jamás vuelvas a traer personas que solo quieran burlarse de mí.

—Pero... Ágata, él solo quería ayudarte. No le veo el problema a querer ayudarte con tu libro.

—No me importa lo que quería hacer o no. Es solo una excusa para meterse a esta casa y empezar a fastidiarme. Mi libro no es ni la mitad de bueno para ser publicado por una editorial. Además, ¿quién les ha dicho que yo quiero publicarlo?

—¿Entonces para qué escribes si no es para venderlo?

—Un escritor de verdad no siempre tiene que publicar lo que escribe, tonto. Este libro es de lo más personal que te puedas imaginar. Además, tengo el presentimiento que quieren robármelo.

Desolado (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora