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Hipo no recordaba nada, excepto que estaba en el bosque, ahora parpadeaba con molestia tratando de despertarse adecuadamente y orientarse. Frente a él había un techo de piedra cubierto de musgo y una babosa que parecía descansar. Giró la cabeza dándose cuenta que se encontraba en la cueva, pero no había ningún dragón y era él quien descansaba en el nido.

Aun se sentía mareado y un sabor amargo se acentuó en su boca, se apoyó en sus codos tratando de sentarse, fuera de la cueva se escucharon pisadas y algunos murmullos, Hipo se acostó rápidamente y se giró en dirección contraria fingiendo seguir dormido. A cada paso su cuerpo temblaba de forma involuntaria, podría ser algún cazador o tal vez algún vikingo de la aldea que lo siguió en secreto, ¿Lo delatarían con su padre y toda la aldea? O ¿Lo matarían para poder ganarse el crédito de héroes? ¿Dónde están los dragones?

¿Cómo podría escapar del lugar?

¿Correría lo suficientemente rápido hasta la aldea?

¿Lo secuestraran o asesinaran?

Su frente se cubrió de una leve capa de sudor y sintió el frío emerger de sus huesos, las pisadas quebraban las hojas secas que se habían esparcido por el lugar, cada vez más cerca y el miedo subía como una sombra sobre él.

Al borde de las lágrimas y con su corazón golpeando su pecho sintió como una mano cálida se posaba en su frente, aun no podía dejar de temblar y su respiración se aceleraba, incapaz de mantener la calma.

La mano se movió posándose sobre su cabeza acariciándolo y jugando con los mechones de cabello.

—No tengas miedo, no voy a hacerte daño

La voz detrás de él era dulce y delicada a pesar de provenir de un hombre, sintiéndose incómodo con su mentira descubierta Hipo se sentó manteniendo la cabeza agachada y jugando con sus dedos, ignorando la presencia de su cuidador que se había arrodillado a su lado.

—¿Te sientes bien?

Hipo asintió, nuevamente la mano del mayor recogió los mechones de su flequillo acomodándolos detrás de su oreja y pasando sus dedos por debajo de su barbilla levantó su mirada.

El hombre delante de él era particularmente apuesto, de piel lechosa con cabello largo de color blanco que caía en ondas desordenadas hasta su cintura y sus ojos eran de un tono púrpura, el hombre frente a él podría ser un hada. Si es que en verdad existían.

—La fiebre ya ha bajado, pero aun te ves bastante mal— juntó sus manos y exclamó con emoción— ¡Necesitas comer algo! Ven, sígueme — Con entusiasmo se levantó y extendió su mano hacia Hipo

—Yo... No tengo hambre

—No digas tonterías, estas pálido y flaco ven, ven— Sujetando del brazo a Hipo lo ayudó a ponerse de pie y sacudió su camisa cubierta de hojas

—Soy Cynder, ¿Cómo te llamas pequeño?

—Hipo—Dijo con la voz seca, aun sentía el sabor amargo en su lengua

—Debes estar sediento— Al salir de la cueva los rayos del sol fueron una bofetada para los ojos del niño, el bosque había recobrado la vida y el viento aun bailaba entre los árboles.

Cynder tomó de la mano a Hipo y lo guio a través del bosque, el viento bailaba entre los árboles y algunas aves cantaban. Hipo miró al hombre a su lado, ¿Cómo puede un hombre ser tan lindo? Las ondas de su cabello brillaban como el filo de una espada, Hipo solo había visto el cabello blanco en los ancianos de la aldea y definitivamente el sujeto a su lado no parecía uno.

El guardián dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora