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Escucha un ligero tintineo, un choque de cerámicas que se mecían desde el marco de la ventana, la brisa movía con delicadeza las cortinas traslúcidas, Galt parpadeó ajustando su mirada, su cuerpo estaba entumecido.

Había varias almohadas bajo su cabeza y en su cintura cubierto por varias capas de suaves sedas y pieles.

La habitación era pequeña y no había mucho, una silla, una mesa con varias telas, un cesto con hilos de colores y un pequeño armario decorado con dibujos hechos por lo que seguramente fue un niño.

La habitación se había llenado por un suave aroma de canela, hace meses que no había percibido tal olor.

Retiró de un tirón la almohada debajo de su espalda y con dificultad se pudo sentar, su cuerpo estaba envuelto en vendas, su cabello había sido cortado y también había un indicio de barba en su rostro.

Oh su cabello... que tanto había cuidado y que incluso deseaba llevarlo al reino de los muertos, sus ojos picaron y un sonido proveniente fuera de la habitación lo puso alerta, Galt inspeccionó el lugar en busca de un arma, su instinto no le permitía bajar la guardia; sin esperar se levantó de un brinco y sus piernas fallaron en sostener su cuerpo, sintió su espalda arder y su carne palpitar.

Los pasos se intensificaron y escuchó la cortina de la puerta moverse, Galt se levantó adolorido para encarar a su salvador.

Un chico bastante joven se quedó congelado en la entrada sujetando un platillo con una taza humeante; tenía cabello negro con varias trenzas tejidas con hilos coloridos y algunos mechones adornados con abalorios; varios collares alrededor del cuello y un extraño dibujo blanco en la frente. Estaba seguro de que nunca había visto a este hombre antes, porque estaba seguro de que lo recordaría.

Galt estaba un poco encorvado por el dolor y la tensión en su cuerpo, pasaron algunos segundos antes de que pudiera decir algo, la expresión en su rostro se calmó —Amm Yo... —el chico delante de él presionó sus labios desviando la mirada con nervios; tenía un fuerte color rojo en sus mejillas que se extendían hasta la punta de las orejas.

Galt no comprendió la expresión hasta que el viento recorrió su piel, bajó la mirada encontrándose completamente desnudo, extendió su mano con prisa tomando una de las sábanas para ponérsela alrededor de la cintura —Creo, creo que necesito ropa

El chico aun sin mirarlo asintió.

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La casa no era grande pero el pequeño espacio se sentía bastante acogedor, cálido y con fragancias relajantes, Galt devoraba la comida delante de él, las migajas de pan caían como gotas de lluvia, algunos se quedaron atrapado en el vello de su cara, el pescado era devorado de un bocado y a veces tomaba algo de agua que sobrepasaba el borde rodando por su mentón bajando por su cuello hasta llegar a la camisa.

—Perdona mis modales no he comido en un buen tiempo—dijo con la boca llena, mordió un trozo de pan y volvió a beber.

El joven delante de él solo asintió, desde el vergonzoso accidente en la habitación no había dicho una sola palabra. Galt dio un último sorbo y pasó su antebrazo por su boca para secar el rastro de agua, el chico balanceaba una taza y sonreía con cortesía cada vez que sus miradas se encontraban.

Galt tosió mientras dejaba su jarro vacío en la mesa —¿Cómo te llamas? —El chico dejó la taza en la mesa y corrió a la habitación, después de varios sonidos de cajones abrirse y cerrarse regresó con un cuaderno y un lápiz en la mano, sentándose comenzó a escribir con una sonrisa.

El guardián dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora