3. Agosto de 2021

1 0 0
                                    

Realmente llegué a pensar que nunca había ocurrido. Pero el primer paso era aceptarlo. 

Me alegró no ser yo, quien se lo contara a aquellas personas que más quería. Supongo que quería protegerles, aunque ello supusiera pudrirme por dentro.

Cuando ocurrió todo y sí, me refiero a ese secreto tan misterioso del que estoy hablando. Sí, ni es tan misterioso ni es tan interesante, para los demás. Para mí, desde luego. 

¿Si pudieras saber todo aquello que se esconde en tu inconsciente simplemente abriendo una carta? ¿La abrirías? ¿O ya sabrías lo que llevaría escrito? Y no. No me refiero a la imagen que das a los demás o a la persona que crees ser. Ni a la persona que construyes cada día, con cada elección que tomas. 

Me refiero a quién eres en realidad. A aquello que te ha dolido, aquello con lo que cargas en tus espaldas. Tu lado más oscuro.

Parce que está hablando Darth Vader. Pues no, sigo siendo yo. 

Pero si algo aprendí en ese Agosto, no sólo fue que, los secretos, en algún momento, dejan de ser secretos. Sino que nuestros secretos, no nos definen. Sobre todo, porque existe un secreto que nosotros mismos ni sabemos (conscientemente, claro): lo que realmente somos.

Parece una reflexión filosófica. Pero si te paras a pensarlo. Nadie más que tú, sabe quién eres. Y normalmente, suele estar alejado o alejada de quién eres, cuando renuncias a tus sueños. Y eso fue exactamente lo que me pasó.

Un millón de cartas para ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora