Una zorra

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Estaba totalmente asustada, entenebrecida; sentí ese escalofrío recorrer mi espalda y toda la piel de mis brazos, cosa a la que no le di importancia porque lo único que debía hacer era correr por mi vida.

Esto no era normal, y si esto era producto de una broma, quien lo hizo había logrado su cometido de asustarme.

Mi pecho no quería dejar de apretarse junto con mi corazón, el cual latía desquiciado de pavor. Intenté correr, pero el vestido se enredó en algunas ramas que estaban enterradas en el piso. Este era mi final, el maldito final de mi vida.

—Cielos—chillé. Intenté mover el pie porque, aunque aquello no estaba mirándome fijamente y su presencia era nula, me quedé con ese sentimiento de que algo o alguien me observaba desde la oscuridad. No sabía si ese sentimiento era producto del miedo; lo único que quería era salir inmediatamente de ese jardín tenebroso.

No pude desenredar el vestido de la rama, así que me rendí, miré hacia la oscuridad torturándome la mente. ¿Quién en su sano juicio quiere ver una posible bestia? Era una tortura la espera, de si me comería o me dejaría respirar. Tal vez lo que había visto no era más que un animal indefenso; sin embargo, no podía bajar la guardia. Tal vez en estos alrededores estaba a la expectativa de mis movimientos y buscaba la oportunidad perfecta para cazarme y devorarme con sus colmillos afilados.

El arbusto se movió continuamente y se escuchaban pisadas fuertes en el suelo. Eran las patas de un animal, de eso no me cabía la menor duda. Temblé ante aquellas pisadas rabiosas, severas, como si ese individuo hubiera terminado su tregua y estuviera demasiado molesto con el pasto del suelo.

—¿Quién... quién anda... ahí?—pregunté, atemorizada—. ¿Quién... está ahí?

Pero nadie respondió y esos fueron segundos en los que me quedé inmóvil, sintiendo como cada uno de mis huesos se encogía dentro de mi piel por lo aterrador que parecía ser esta escena. No sabía si lo que vi fue producto de mi imaginación, pero me dejó horrorizada de tal manera que no podía mover las extremidades de mi cuerpo. El miedo me había paralizado la razón.

—¿Sarah?—era una voz femenina, así que todo el aire que estaba conteniendo lo dejé salir completamente aliviada al descubrir a quién pertenecía la voz—. ¿Dónde estás?

El vestido se desenredó de la rama y todo volvió a estar bien con mi respiración. Sentí cómo el alma me volvía al cuerpo.

—Mel, estoy aquí—respondí—. Estoy aquí...

Escuché cómo sus zapatos hacían contacto con la grama al caminar hasta que vi su silueta acercarse.

—Sarah, ¿por qué te escapaste?—cuestionó con una nota de voz indignada—. Te dije que...

—¡Ya, Melissa!—puse mis manos al frente, intentando detener lo que diría—. No me recuerdes lo cobarde que soy por no hacerle frente a los problemas. Problemas que, obviamente, no inicié.

Ese comentario fue sarcástico; no sabía lo que le pasaba a Melissa, y no iba a entrar en un juego que era evidente que iba a perder, porque esas chicas no tenían comprensión de nada.

Resopló y caminó de un lado a otro masajeándose el ceño.

—No puedo creer que tengas en tus manos la oportunidad de destruir a esas estúpidas y dejes ir la oportunidad de tu vida—negó varias veces con la cabeza—. Esas chicas son malas y si no las destruyes tú antes de que lo hagan contigo, ellas ganarán.

—Si sabías cómo eran ellas, entonces ¿para qué me llevaste a esa estúpida fiesta?—cuestioné de una manera exasperada y tomé aire varias veces; me sentía débil y sentí un hormigueo en las piernas. La piel empezó a transpirar; sentí que estaba ardiendo junto con una llama encendida.

Los Deseos Pecaminosos De Una Mojigata +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora