Encuentro inesperado.

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Rachel llegó a casa y dio un portazo. Eso le pareció totalmente raro a Adam Warren, quien venía en dirección opuesta. Se encaminó hacia ella y la observó con atención, y se dio cuenta de que su pequeña estaba triste.

—Papá —su voz casi se diluyó en sus cuerdas vocales y Adam sintió que el mundo se le venía encima por unos instantes. Ver a su hija querida así era como un infierno y quería saber quién la lastimó para romperle la cara.

Adam la envolvió en sus brazos protectores y ella se sintió completamente protegida; su camisa pulcra se empapó de las lágrimas de su princesa.

—¿Qué sucede, cariño? ¿Alguien te hizo algo malo?

—Me rompieron el corazón, papá —confesó— me engañaron.

—Ya, papá está aquí, mi cielo —acarició su cabello castaño mientras la consolaba—. ¿Me vas a contar lo que sucedió con ese chico?

—No —respondió—. No vale la pena. Pero me duele, papá.

—No me gusta verte llorar, me parte el corazón —su tono fue gentil.

—Pues dejaré de hacerlo porque eres el padre más maravilloso del mundo. Y no quiero que tu corazón se rompa.

Separó levemente su cuerpo de ella y le dio un delicado beso en la frente.

—Te quiero, papá —murmuró.

—Yo también te quiero, princesa.

Con su dedo seco, limpió cada una de sus lágrimas, y ese gesto tan caballeroso le provocó sonreír.

—Ya me siento mejor, y eso es porque tú estás aquí —tragó saliva—. No te vayas a trabajar, papá, quédate con nosotras esta noche.

Para Adam, eso era una propuesta muy tentadora: quedarse para darle amor y apoyo a sus hijas. Sin embargo, las responsabilidades lo estaban esperando y no debía fallarles a sus pacientes.

—No puedo, debo ir a trabajar —le dio un beso en la frente—, pero te prometo que iremos a cenar.

—¿Rachel? —habló Vanessa desde el umbral de la puerta. Desde que escuchó a su hija lloriqueando, la estaba observando con recelo. Odiaba que su hija tuviera la atención de su marido; tanto así que eso la ponía celosa. Para ella, Rachel ya estaba demasiado mayor para esas estúpidas debilidades. —¿Por qué estás llorando, hija?

Rachel se separó de su padre nerviosa; sabía que se iba a convertir en un completo desastre una vez que su padre saliera por esa puerta.

—Por nada, mamá —contestó, cohibida—. Tengo mucha tarea, iré a mi habitación.

—Espera, debemos hablar —le avisó antes de que huyera.

—Tengo que irme al hospital —habló Adam, al percatarse de que había perdido mucho tiempo—. Mi paciente sufrió otra crisis. Por favor, quédate con Rachel y dale apoyo.

Se movió, agotado, y volvió a mirar la hora en su reloj: cinco minutos atrasado, y maldijo en su cabeza.

Asintió, falsamente; lo menos que quería era escuchar las desgracias que por sus acciones estaban torturando a la mayor de los Warren.

—¿Vendrás a cenar, cielo?

—No estoy seguro, pero voy a tratar de llegar temprano.

—Bueno, cariño —se acercó para besarlo y organizar su corbata—. Que tengas un lindo día.

Cuando Adam salió, Rachel bajó la cabeza, su corazón palpitaba a toda prisa, asustada por la molestia que había desencadenado al actuar de esa manera con su padre delante de su madre.

Los Deseos Pecaminosos De Una Mojigata +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora