El padre de Sarah

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**Dieciocho años atrás**

Lucrecia se acercó a su madre, la cual yacía en la cama, adolorida. La aparición repentina de su enfermedad le provocó una parálisis en sus extremidades, razón por la cual ella tenía que continuar en el puesto de pescado.

Acarició el pelo enmarañado de su querida madrecita y le dejó un beso delicado en la frente.

—Mamá— pronunció con la esperanza de que se moviera— como deseo que te mejores. Aguanta un poco más, ya casi consigo el dinero para que podamos ir al doctor.

Trató de no llorar, pero estaba totalmente desesperada por dentro, aunque no podía demostrarlo delante de ella; debía ser fuerte por las dos.

—Mi amor, no te preocupes por mí— hasta respirar le parecía imposible— ya no me queda mucho tiempo...

—No, mamá, no me digas eso, por favor.

Con el corazón destrozado al imaginarse qué sería de ella y de su hermana si su madre moría, resistió, intercambiando el leve puchero por una sonrisa de esperanza. Pero su madre no era estúpida, era realista.

Ella había pasado por eso y sabía que era la misma enfermedad de la cual había muerto su madre tiempo atrás, así que sabía que no le quedaba mucho tiempo. Iba a aceptar su destino, estaba harta de sufrir, estaba harta de respirar y sentir tanto dolor. Si vivir era una condena, entonces la rechazaba.

—La última vez que fuimos al doctor, nos dijo que estaba en la etapa terminal de la enfermedad. No quiero que gastes el dinero en mí; solo quiero que lo guardes para ti y tu hermana.

—¿Cómo me pides eso? No puedo dejarte morir, no quiero.

Sus lágrimas se derramaron y no pudo aguantar más; se desmoronó completamente, sintiendo la ansiedad azotando lo más profundo de su alma.

—De todos modos moriré, mi amor, es la voluntad de Dios— quería acariciar su cabello, pero parecía ser imposible; un leve movimiento y sus huesos débiles se romperían, contribuyendo a su dolor.

—No puede ser la voluntad de Dios; Dios es bueno y piadoso— sollozó— él va a sanarte, con ayuda de los medicamentos y los remedios naturales, puede que te mejores.

—Debes velar por tu hermana Patricia; asegúrate de que siga en la escuela, al menos para que se cultive. Cuídala mucho.

—Lo haré, madre, voy a velar por mi hermana pequeña.

—Ahora ve; ve a vender el pescado y guarda el dinero. No dejes de trabajar nunca, recuerda que no debes dar lástima. Las Menéndez no podemos caer tan bajo.

Secó sus lágrimas y se incorporó.

—Aguanta un poco más— intentó convencerla— por favor, mamá... Yo no podría vivir sin ti.

—Sí puedes, hija, porque yo te preparé para el mundo en el que vivimos— la tranquilidad de saber que no le quedaba mucho se reflejaba en su postura; estaba esperando a que la Santa Muerte viniera por ella, y eso la mantenía totalmente serena, y por dentro sentía una paz a pesar de ese desgarrador dolor en los huesos de sus muñecas.

—Mamá, te amo— acarició su mejilla— te amo muchísimo.

—Y yo a ti, mi cielo— sonrió y entrecerró los ojos, observando cómo una silueta se posaba cerca del armario, sintió frío— ya me vino a buscar.

Lucrecia sintió frío, el mismo frío que había sentido su madre.

La muerte señaló con su dedo huesudo y tiró de él, llamando su alma y espíritu. Pudo ver el aura de su madre siendo expulsada de su cuerpo tras el llamado de la huesuda.

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⏰ Última actualización: Nov 13 ⏰

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Los Deseos Pecaminosos De Una Mojigata +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora