Narra Sarah Morgan
Hubo un silencio sepulcral en la habitación después de mi pregunta y, a pesar de que mi vista se encontraba borrosa, pude ver cómo la cara de mi madre se giraba en dirección hacia la suya. Supongo que esa vez que las miradas se habían encontrado.
—Sí —afirmó el doctor, dudoso de proceder a explicar—. ¿Recuerdas que te dije que una vez visité Oaxaca?
Sonreí— sí, como olvidarlo.
—Ese día vi a tu mamá y le compré un cuarzo —continuó explicando—. Mi mamá me dice que esos cuarzos ayudaban mucho con el estrés y la ansiedad, y eran épocas universitarias. El estrés reinaba esos días... —hizo silencio por una leve pausa—. Todavía lo guardo.
Mi madre se quedó totalmente en silencio.
—Adam, eso no es importante. Solo quiero que me digas dónde está su collar. Y perdón —su tono no fue gentil, fue agresivo, sin ningún tipo de tacto.
Pude percibir desesperación en su tono de voz. Sabía que esto iba a ser así; una vez me lo quité y se puso totalmente histérica. No entendía por qué mamá insistía tanto en imponerme usar ese collar.
—Mamá, no le hables así —le pedí con indignación, y ella entrecerró los ojos—. Es demasiado amable y se ha portado muy bien conmigo. Por favor, sé amable también, ¿ok?
—Lo siento —tragó saliva y bajó la cabeza totalmente avergonzada—. Es que hoy no puedo ser comprensiva y condescendiente con nadie —lloró nuevamente y sorbió su nariz—. Estoy desesperada, jamás debí dejarte sola.
—Lucrecia, esto no es tu culpa —habló el doctor, posicionando su mano derecha en su hombro en señal de apoyo—. Puede ser una enfermedad congénita o hereditaria. Te lo digo por experiencia propia; mi madre la padece.
Respiró hondamente, intentando buscar las palabras para no ofenderlo.
—Adam, ¿puedes dejarme a solas con mi hija? —le pidió, sonriendo forzadamente—. Quiero hablar en privado con ella y creo que tu presencia está de más.
No podía ver bien las expresiones del doctor, pero a juzgar por su silencio, pude percibir que no se sintió del todo bien. Y me pareció totalmente raro que mi madre tratara mal a una persona. Siempre fue alguien totalmente amable con los demás.
—Por... supuesto... Perdóname, Lucrecia. Solo... —sonrió—. Solo pensé que me querías aquí, ya sabes, por precaución.
—Qué amable eres, pero... ¿no dijiste que ella estaba bien? Dijiste que sus signos vitales están normales. Yo te llamaré si te necesito.
Asintió.
—Está bien, linda, ya voy a salir.
El doctor se puso cabizbajo por unos microsegundos y luego se encaminó hasta la puerta para salir. Y cuando salió, pude reprocharle a mi madre el por qué había actuado así, si ni siquiera se conocían bien. Supuse que fue solo un momento fugaz o tal vez pasó algo entre ellos dos. ¿Acaso tuvieron un problema?
—¿Por qué actúas así, mamá? —inquirí angustiada—. No debiste tratarlo así.
—Hija, escúchame. Hay veces que es necesario hacerlo —su postura era totalmente distinta, pero ella sabía que algo estaba mal en ella, en su manera de actuar; su compostura lo delataba todo.
Fruncí el ceño, confusa; eso era lo contrario a lo que siempre me enseñó, y no podía tolerar cómo de repente había cambiado su discurso.
—Olvida eso —se retractó—. Lo siento, mucho. Pero soy humana y cometo errores... Y no estoy pasando por un buen momento.
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Los Deseos Pecaminosos De Una Mojigata +18
FantasySarah Morgan es una estudiante universitaria. Parece ser una buena chica, con excelentes calificaciones y muy discreta. En su primer año de universidad, logra integrarse para estudiar en una de las universidades más prestigiosas; sin embargo, ella n...