"El ombligo de la Luna" Parte III

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— Bien, ¿qué más hay en esa cabeza tuya sobre Xochi...?— preguntó la mujer unos minutos después de haberse relajado.

— Xochiquétzal.— completó el señor del tiempo.

— Xochiquétzal.

— Bueno, de cierta forma las flores de cempasúchil son su representación.— Elly siguió cogiendo bocado de la comida que habían compartido los nativos con los viajeros. Recordó que la flor a la que se refería el Doctor estaba justo en la habitación con ellos. Tomó una que consideró la más bonita entre el montón para enterrarla en su cabellera.

— Estas flores se ocupan en los altares de muerto en México, ¿no es así?

— ¿Cómo sabes eso?

La pregunta del Doctor la tomó por sorpresa. — ¿Por qué no lo sabría? — el hombre decidió ignorar lo sucedido, de seguro solo era su asunción de la falta de conocimiento para la época a la que pertenecía su compañera.

— Tienes razón, prosigamos: en el siglo XIX fue estableciendo esta tradición de las flores de cempasúchil como guía para los muertos. Pero regresando a Xochiquétzal, tuvo más de un solo marido y amantes. Otras diosas y mujeres le servían, siempre es acompañada de mujeres por lo que los hombres no pueden verla...

El Doctor no pudo terminar la oración. El sacerdote que los había recibido volvió a entrar a la habitación sonriendo de oreja a oreja y con felicidad de sobra. La mujer tomó una postura más recta para verse más alta y seguir con el teatro. Detrás del anciano, sirvientes entraban con canastas tejidas en sus brazos, cada una de estas con diferentes artilugios, alimentos y decoraciones.

— Hermosa señora.— empezó el tlatoani. — Su pueblo le da la bienvenida a la ciudad y esperamos que todo hasta el momento haya sido de su agrado. — Elizabeth decidió regalarle una sonrisa amable al anciano. — Acepte estos regalos que hemos preparado para usted como símbolo de nuestra devoción y creencia a los dioses.

Uno por uno, los nativos fueron avanzando en una fila que parecía interminable con cada canasta de regalos. Las que más llamaron la atención de Elly fueron una decorada por plumas de pavo real; de aquí, cogió dos plumas del cesto y procedió a colocar una en el cabello de la mujer que se lo había entregado y la otra en su propia cabellera para acompañar a la flor de cempasúchil. Otro canasto llevaba margaritas y tomó dos; una para guardarla en el bolsillo del saco del Doctor: el hombrecillo no pudo evitar sonreír ante tal gesto, y otra reposaba en su mano. El último cesto que más le gustó fue uno de los pequeños que había sido llevado por una niña que no podía superar los 8 años de edad. La chiquilla le ofreció la canasta entera con sus cortos brazos y Elizabeth se hincó para quedar a su altura.

— Para usted su majestad.

Elly no pudo tomar la canasta de inmediato, en ella había aproximadamente 10 azulejos con su rostro pintado a mano, con el estilo característico de las pinturas o monoglitos mexicas.

— ¿Lo has pintado tú?— decidió preguntar.

— Ha sido mi madre, mi abuela y tías. Yo solo ayudé a cargarlos.

— Sigue siendo un trabajo importante.— respondió la mujer, al borde de las lágrimas, ofreciendo una sonrisa sincera a la niña. No eran lágrimas de tristeza, pero de confusión, incluso en imágenes del estilo mexica, era ilustrada con cierta belleza que ella sabía que no poseía.

— De grande, quiero ser igual de hermosa que usted.— susurró la chiquilla en el oído de Elizabeth. Esta última, prosiguió a enterrar la margarita que no había soltado en el ondulado pelo de la criatura.

— Vas a ser mucho más hermosa, te lo aseguro.— devolvió la mujer el susurro.

Elizabeth secó discretamente y con delicadeza su ojo derecho para evitar remover el maquillaje que aún cargaba de puro milagro mientras que el Doctor observaba de lejos a su compañera de viaje, la chica que había conocido hace unos ayeres no era la misma que ahora presenciaba.  Hace unas horas, había notado que la mujer ya sabía nadar a comparación de su versión más joven. Aún no podía comprender la egoísta la razón por la que Elizabeth haya decido que fuera buena idea borrarse a ella misma de la existencia. Pero si de algo estaba seguro, es que no permitiría que sucediera.

La pequeña se alejó para regresar a los brazos de su madre más contenta que nunca.

— Sus regalos son una dicha para mi corazón.— la forma de expresarse de la mujer tomó de nuevo al Doctor por sorpresa, si antes ya la consideraba inteligente para su edad y género (de nuevo, tomando en cuenta la época a que pertenecía) ahora se parecía más a los intelectuales de su oriundo Londres.

— Oh, pero no han terminado.— remató el anciano ansiosamente. Y como si fuera niño en navidad dijo en voz jovial: — Dejarles entrar.

De la puerta principal, jóvenes y jovencitas con la menor cantidad de ropa posible ingresaron al salón. Elizabeth no permitió que su expresión neutral cambiase, pero por dentro empezó a entrar en pánico. Ahora, aproximadamente un grupo de 50 mozos se arrodillaban ante la mujer. Ésta solo pudo responder girando su cuerpo completo para mirar al Doctor y alzar una ceja. ¿Cómo le podía explicar a su compañera que le estaban ofreciendo opciones para... cachetear el querubín? Pero antes de poder abrir la boca, Elly lo tomó una última por sorpresa al dirigirse con tanta seguridad hacia el tlatoani: — Señor, ¿puedo hablar un momento con usted?

— Claro señora hermosa. — Elly le dio la señal al señor del tiempo para que se uniera a la conversación. — ¿Qué pasa flor? ¿No le han gustado las ofrendas que le hemos presentado?

Elly pensó rápidamente en lo que le había mencionado el Doctor: "la diosa de la belleza, el amor y el placer". No podía salirse del papel ahora. — Al contrario señor, estoy maravillada por tan hermosos regalos.— contestó haciendo hincapié en la palabra. — Estoy segura que será una noche estupenda y llena de placer para todos. Pero necesito que apoye a mi protector con una tarea importante. — añadió la mujer, el sacerdote pronto sacó una risita de sus labios, interpretando un mensaje erróneo, Elly tomó nota de ello. —No malinterprete su majestad, estoy segura que él puede unirse a mi fiesta después pero necesitamos apoyo para recuperar la nave en la que hemos llegado a su territorio.

— ¿Ya se van tan pronto?— cuestionó el anciano.

— Oh, no. Estaremos otros días explorado su bella ciudad señor. Pero también debemos de visitar a mis demás súbditos.— estas mentiras se iban haciendo cada vez más fácil de conjurar. —Verá usted, hemos llegado en una pequeña cabina que ha quedado sumergida en el lago cercano. Mi protector los llevará hasta allá, ¿No es así?— la mujer se giro para enfrentar al señor del tiempo, quien se limitó a asentir con la cabeza.

— Enviaré a mis mejores hombres.

Dicho y hecho: en unos minutos, soldados esperaban afuera del salón al Doctor.

— Flor hermosa...— carraspeó el señor del tiempo para llamar la atención de Elizabeth. Si algo había aprendido en la última hora el hombrecillo es nunca subestimar a aquella mujer— Debo insistir que nos acompañe a la búsqueda.

Elly pudo observar como se tensó el tlatoani. — ¿Es muy necesario?— cuestionó, abriendo los ojos de golpe, un gesto que solo el Doctor pudo ver, indicándole que insistiera.

— Es imperativo.

—  Bien.— Elizabeth se giró para enfrentar al anciano. — Señor, esperamos que regresando de la búsqueda estos mozos sigan aquí.— la mujer notó que el tlatoani seguía sin querer dejar ceder. Elly entrecerró los ojos y se acercó al oído del hombre — Y espero verlo también a usted, en específico. —susurró.

¿De donde había venido esta Elly? Ni ella misma sabía, pero el truco había funcionado. El hombre sonreía de oreja a oreja nuevamente. Pronto sintió una revoltura en el estómago, pero decidió ignorarla y tomar al Doctor por la mano para salir por la puerta donde los soldados aguardaban por ellos.

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⏰ Última actualización: Jan 18, 2023 ⏰

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