"Los 50s" Parte III

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—¿Cómo?— fue lo único que pudo salir de la boca del señor del tiempo. ¿Habían pasado solo 30 minutos desde la última vez que había visto a su compañera?

Elizabeth entró a la cabina telefónica temerosa, éste lugar ya no era tan familiar para ella como lo fue hace 9 años. Miró su alrededor y pudo escuchar a la mismísima máquina del tiempo, quien la saluda como una vieja amiga. La chica tomó su tiempo antes de mostrarle el pequeño reloj que encontró justo en la ciudad de Nueva York.

—Volví a casa.— inició diciendo, no tenía mucha información sobre lo sucedido, pero obviamente lo cambiaría por nada. Los últimos 10 años era lo que más anheló tener en los pocos meses que pasó con el doctor.

...

—¡¿Pero que llevas puesto?!— exclamó la señora Smith con lágrima de felicidad que seguían recorriendo sus mejillas peligrosamente.

—¿No te gusta?— Elizabeth seguía vestida con la fanda bombacha que había encontrado en la TARDIS. Ella tampoco podía disfrazar sus lágrimas.

El señor Smith se acercaba a sus más queridas chicas con cuidado, manteniendo aun su postura, ocultado las muecas de dolor que le generaba caminar. Con un bastón en la mano izquierda se paró erguido enfrente de su hija y la saludo de forma tan formal que Elizabeth le respondió tal saludo antes de lanzarse a sus brazos.

—Nunca te vuelvas a ir.— dijo Elizabeth, aferrándose a la ropa del soldado. Miró el rostro de su padre con delicadeza y analizó las facciones de su cara, había arrugas donde antes no las había, sus ojos parecían cansados pero felices, las canas que antes podía esconder se asomaban saludando el aire con facilidad y Elizabeth se sintió triste de ver cuando había envejecido su padre. Volvería al tiempo cuando la guerra parecía una ridiculez, cuando su padre caminaba normal y sin ayuda, cuando su madre podía ir al mercado sin preocupaciones, y cuando recordar no era doloroso, pero simplemente eso era imposible.

Entraron a la casa donde sus primos esperaban. Era Octubre de 1944.

...

Elizabeth estaba usando la misma falda bombacha que uso ese mismo día hace años, su madre la había arreglado para que le quedara de la cintura, ahora su figura resaltaba más. —¿Dónde obtuviste esto?— fue lo primero que preguntó el Doctor.

—Cuando salí de la TARDIS, creo que hace 30 minutos, caminé sin rumbo. Lo encontré en el suelo. Sólo quería regresar a casa y cuando abrí los ojos estaba ahí. Era mi cumpleaños y mi padre estaba en casa.— respondió la chica.

—¿1943?— preguntó el Doctor.

—44, tengo 24 años técnicamente. Me salté todo un año. No se por que caí ahí. Pero no cambiaría los últimos 9 años por algo.— Elizabeth rodeo la TARDIS, identificando cada objeto de la máquina del tiempo, esperando que todo siguiera en su lugar.

—¿Entonces por que regresaste?—

—Para ti podrían pasar años y se te ocurriría buscarme en todos lados menos en mi hogar.— respondió Elizabeth, su voz, tan distinta como un alfiler y lápiz son distintos. —Los 6 meses que pasé contigo fueron increíbles. Pero cuando no disfrutaba de cada nuevo paisaje, extrañaba Londres.— Elly miró a los ojos al señor del Tiempo. —Se tiene que aprender a apreciar las pequeñas cosas por que no serán para siempre.— la chica se quedó por un momento pensando en lo que estaba por hacer, tuvo suficiente tiempo para pensar si era lo correcto, pero al final, no supo si lo era. —Por eso mismo necesito que vuelvas por mi. Mayo del 47. Misma casa, diferente persona.

El señor del tiempo miró perplejo a su compañera.

...

La casa de la familia Smith estaba de luto. La guerra tenía solo 2 años de haber terminado y aun que no debían de preocuparse de las bombas, la salud del señor Smith no mejoró después de regresar a casa en el 44. El 17 de Marzo del 47 Elizabeth se vistió con prendas que no pensó usar tan joven para tan trágica ocasión.

La mayoría de sus primos se habían mudado de la casa, pues algunos estaban casados y otros estudiando. Así que ahora el lugar parecía un desierto frío en el que solo habitaban la señora Smith, el abuelo, la tía Suzz, Elizabeth, Gladstone y Annabeth, quien parecía que nunca encontraría esposo con la actitud roñosa que le caracterizaba. Elizabeth tomó asiento en el columpio del patio trasero y recordó el día en que conoció al Doctor, el mismo día en que dibujó a Gladstone debajo del árbol. Su mente divagó de nuevo hacía el señor del Tiempo... Lo que daría por tener una TARDIS para ella misma.

Subió las escaleras sin prisa para ir a su cuarto, el cual no tenía que compartir con Annabeth pues había habitaciones de sobra. Tomó del armario una caja que no pensó en tener que necesitarla después de 3 años lejos del Doctor. Pero en su tristeza, sentía que cada decisión que tomaba ya no tenía sentido. De la caja de zapatos sacó el reloj que la trajo de vuelta a casa y deseó no haberlo echo.

...

—¿Por qué?— fue lo único que salió de la boca del Doctor. —No puedo simplemente cambiar la historia. Todo esto ya sucedió, si vuelvo en el tiempo por ti en 1947, ¡tu nunca existirás!— exclamó el Doctor.

—Lo sé, pero entre menos sepas mejor. Dejaré de existir yo, pero eso es lo que más necesita mi yo del pasado: que yo no exista.

—¿Por qué querrías dejar de existir?

—¡Por qué nunca debí de haber tomado el reloj!

El Doctor miró con firmeza a su antigua compañera. La mujer que tenía enfrente no era nada como la pequeña niña con quien había tenido las más recientes aventuras. Parecía que 9 años fueron lo suficientes años para que aprendiera todo sobre la vida.

—No.— dijo el Señor del Tiempo después de observarla. No iría cambiando la historia con tal de regresar a por la Elizabeth que él conocía.

—¿Qué?— dijo sin creerse las palabras del Doctor la mujer.

—Me has escuchado.

—Bien pensé que eso dirías, así que no me dejas otra opción.

Las últimas palabras de la mujer le tomaron aún más por sorpresa al Doctor. Elizabeth chasqueó los dedos y las puertas de la TARDIS se cerraron detrás del comando. Inmediatamente, se dirigió al centro de control de la nave e insertó la fecha a que deseaba regresar junto con la ubicación. El señor del tiempo al darse cuenta que podía manejar la TARDIS, se acercó para poder evitar que siguiera con su plan.

—Te dije que no podemos ir cambiando el curso de la historia.— exclamó el gallifreyano al mismo tiempo que tomaba las manos de Elizabeth para alejarla del tablero.

—¡Tu no entiendes!— gritó la mujer mientras trataba de liberarse de las manos del Doctor. Para sorpresa de éste último, su oponente era más fuerte de lo que esperaba. Pero logró empujarla, Elizabeth cayó al suelo de un centón seco, haciéndola enojar aún más. Rápidamente se recuperó y tacleó a su viejo amigo para también arrebatarle el control del tablero, cambiando el destino.

En cuanto se quiso levantar para volver a ingresar las coordenadas, el Doctor la tomó por el brazo, haciendo que volviera a caer a un lado de él.

—¡No lo entiendes! ¡Tenemos que regresar!— gritó de nuevo Elizabeth.

El señor del tiempo trató de parase sosteniéndose del tablero, pero la mujer igual se lo impidió: entre jaleos, se accionó la máquina del tiempo, haciendo que los forasteros se perdieran una vez más en el vórtice del tiempo sin tener idea alguna a donde se dirigían.

My Wonderful Adventure with the Doctor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora