"El ombligo de la Luna" Parte I

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Los historiadores identifican el lugar como una isla, la isla que dió el nombre a una nación: aún que no se sabe con certeza si en realidad era así o hace referencia a la gran ciudad fundada por los nativos que más tarde serían conquistados, conocidos por sus descendientes con dos diferentes nombres, ambos correctamente usados. Unos decían que era un paraíso, asemejándolo a la creación; otros decían que era un lugar de muerte para los enemigos de quienes se establecieron ahí hace tantos siglos.

Elizabeth lo hubiera descrito como el paraíso. Más tarde aprendería de los habitantes que el colibrí les había prometido que encontrarían un lago con un islote con ciertas características, donde podrían fundar la ciudad donde ahora la mujer y el señor del tiempo se encontraban con un nombre tan complicado que Elizabeth no se molestó en aprendérselo, se conformó con decirle "la ciudad".

Después de haber salido del vórtice del tiempo, el Doctor y su antigua compañera se encontraban en el siglo XV, en las hermosas tierras de Mesoamérica. La máquina del tiempo había desaparecido en alguna parte del lago de Texcoco. La pelea de sus tripulantes se vió interrumpida en cuanto la nave se empezó a inundar y a diferencia de 9 años antes, Elizabeth nadaba perfectamente a la superficie para tomar aire.

—Genial.— se limitó a decir la mujer una vez habiendo salido del lago.

Habían caminado al menos una hora después de que ella sugiriera dar vueltas, pues ninguno de los dos sabía con perfección en donde y en qué fecha se encontraban hasta ser interceptados por quienes parecían ser unos guerreros equipados con lanzas y vestidos en taparrabos y tilmas, a Elizabeth le pareció que se semejaban a los soldados romanos pero más pintorescos y con unos rostros bellos.

—¿Pertenecen a la tierra enemiga de los tlaxcaltecas?— preguntó uno de los robustos hombres que parecía estar a cargo del pequeño grupo de hombres quienes apuntaban sus lanzas a los dos compañeros.

—¿Cómo se atreven a llamarle enemigo a la flor preciosa?— exclamó con fuerza el Doctor.

Los hombres se ruborizaron por la pregunta y confundidos se preguntaban entre sí si era cierto que fuera la "flor preciosa". Mientras ellos se cuestionaban unos a otros, Elizabeth le susurró a su compañero: —¿Qué estás haciendo?

—Nos encontramos ante una cultura prehispánica politeísta, la diosa de la belleza es conocida como la flor preciosa.— aclaró con seguridad contestando igualmente en un susurro. —Así que ponte en papel.

—Con todo respeto señora hermosa, ¿cómo sabemos que es realmente usted?— preguntó decidido el soldado, sin faltarle al respeto.

—Ha bajado de los nueve cielos para conocer a su gente. No debería de cuestionarla.

Elizabeth se limitó a ver sin expresión a los soldados, no tenía esperanza que les creyeran pues ella estaba lejos de tener la piel tan morena como aquellos hombres. Sus facciones resaltaban a la luz. Y no le sorprendía que la piel de aquellos guerreros estuviera tan quemada por el sol, pues ella misma acababa de caminar bajo él por una hora.

—Llévadnos con el tlatoani mayor.— ordenó el Doctor. Y por fin la mujer entendió donde se encontraban. En algún libro de historia de la escuela había leído sobre los Mexicas, una de las muchas culturas que albergó el territorio de lo que ahora es México antes de la llegada de los europeos.

Los soldados no dudaron en cumplir las órdenes del "fiel sirviente" de la Diosa que fingía Elizabeth personificar. No tardaron en llegar a una ciudad que estaba rodeada de un lago inmenso, cogieron lo que parecía un bote para llegar a lo que parecía tierra firme.
Una vez dentro de la ciudad, Elizabeth pudo apreciar la sofisticada construcción de pirámides con grandes piedras, la increíble flora que abundaba alrededor de la ciudad y la diferencia de altura con la gente. Recorrieron la ciudad hasta llegar a uno de los edificios más grandes, donde la gente mayor se reunía.

—Mis señores.— dijo uno de los hombres que los escoltaban mientras que todos se arrodillaban enfrente de los tlatoanis. —Nos hemos encontrado con extraños. Pero la mujer afirma ser Xo.

El señor mayor, quien Elizabeth supuso sería el tlatoani, miró extrañado al soldado antes de mirarla a ella. En cuanto los viejos ojos del sacerdote se posaron sobre la extranjera, su expresión cambió a un asombro. El hombre se paró rápidamente de su asiento y se arrodilló ante la mujer enfrente suyo. —Su majestad.— alabó y los soldados que los escoltaron junto con la servidumbre alrededor le imitaron.

Elizabeth miró extrañada al Doctor, ¿cómo es que esta gente podía creer que era una diosa suya? A lo contrario de lo que la chica pensaba, su figura era esbelta y las ropas mojadas que cargaba lo hacían resaltar aún más, mostrando una parte de su torso. El rostro ligeramente maquillado remarcaba sus labios con un poco más de color de forma discreta. Y su cabello café claro... era lo que menos podría poner en un lugar debido al compararse con los nativos. El señor del tiempo le dije que le siguiera la corriente.

—No tengo malas intenciones su majestad, ¿pero por qué su piel es tan... — el sacerdote se quedó sin palabras, no podía poner un adjetivo para tez tan blanca como la de Elly, la que ahora era roja por tanto tiempo haber pasado caminando bajo el sol. —... tan diferente?

La mujer trató de responder, pero de su boca no salieron palabras. El Doctor rápidamente intervino en su rescate: —Habiendo bajado de su trono se a torneado un poco más pálida de lo que es: pronto podrán ver cómo regresa el color.

El señor mayor no entiende por qué ese hombrecillo le estaba hablando. —Mi hermosa Xo, ¿quién es este plebeyo que osa interrumpir tu voz?— vuelve a cuestionar el viejo.

—Es mi protector, poca gente creer que soy la flor preciosa, por lo que debo de ir preparada señor.— se las ingenia para responder Elizabeth. —Usted puede confiar en él si confía en mi, al igual que usted, es mi humilde sirviente.— con el rostro en alto contesta, moviendo lentamente su cara hacia el alienígena y alzando la ceja: cuestionando al Doctor.

El señor del tiempo hace un pequeño gesto de sorprendido y entiende que Elly le ha dicho que se arrodille. A mala gana lo hace. El doctor piensa que tal vez no haya sido tan buena idea fingir que su compañera fuera una antigua Diosa mexica...

My Wonderful Adventure with the Doctor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora