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A pesar de ser un predio pequeño, el lugar donde la selección estaba entrenando ese día ofrecía una vista panorámica limitada pero suficiente para Valentina. Decidió situarse en el rincón más alejado de la tribuna, buscando un refugio discreto entre los asientos. Para evitar llamar la atención, se escondió bajo una gorra que Rodrigo había dejado allí antes de salir al campo de entrenamiento.

Desde su escondite improvisado, Valentina observó el entrenamiento con cuidado. No quería que nadie, en especial una persona en particular, notara su presencia. Sin embargo, no pudo evitar que su corazón se acelerara cuando vio a Emiliano detenerse en el arco. Él miraba alrededor con una intensidad que parecía estar buscando algo o a alguien, y por un instante, sintió que sus ojos se dirigían hacia ella.

—Che, ¿sabes que no podes ignorarlo toda la vida? Están hospedados en el mismo lugar, a un piso de diferencia —le dijo Sergio, con un tono que mezclaba preocupación y reproche.

Valentina lo miró con frustración, su expresión reflejando el torbellino emocional en su interior.

—Sergio, sigo enojada contigo. Casi revelas todo. Sos un estómago resfriado, hermano —respondió, intentando mantener la calma a pesar de la tormenta interna.

—Bueno, perdóname, Valen. Pero a veces el chisme se me escapa de la boca —dijo él, con una sonrisa arrepentida.

—Soy consciente de que no puedo evitarlo, pero en este momento mi mente está tan confusa que no puedo lidiar con esto ni enfrentar el tema —desvió la mirada, enfocándose en él para buscar un poco de comprensión—. Tengo que buscar consejos de mujeres.

—Aprovecha que Anto está sola en el hotel. El gil de Leo es más chismoso que yo —sugirió Sergio, tratando de ofrecer una solución práctica.

—Sí, tienes razón. Mejor me voy, ya casi termina el entrenamiento de todas formas —decidió Valentina, levantándose con un suspiro. La idea de abandonar el lugar que había prometido mantener hasta el final le causaba pesar, pero sentía que era necesario para su bienestar emocional.

Le dejó la gorra al Kun antes de empezar a moverse por las gradas para salir. El peso de su decisión era evidente en cada paso que daba, mientras trataba de no dejar rastro de su partida.

Sin embargo, durante su fuga discreta, no se dio cuenta de que alguien había notado su presencia y el esfuerzo por mantenerse oculta. La figura en el campo de entrenamiento observaba atentamente, captando cada movimiento y expresión de Valentina, y se preguntaba qué estaba ocurriendo en realidad.

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Antonella abrió la puerta de la habitación con una expresión claramente agotada. Valentina apenas entró ya entendió por qué. La tensión se sentía en el aire, mezclada con el ruido de los chicos peleando. La morocha soltó un suspiro largo.

—¡Pendejitos, dejen de pelearse ustedes dos! —Valentina alzó la voz, sorprendentemente autoritaria, haciendo que los dos pequeños, Ciro y Mateo, se detuvieran en seco con los ojos bien abiertos.

—¡Tía Valen! —gritaron a la vez, lanzándose a sus brazos. Valentina los abrazó fuerte, quizá demasiado, porque pronto escuchó sus quejidos de dolor y rió suavemente.

—Vayan a la pieza, ¿quieren? Antes de que me enoje también. Si se portan bien, les traigo golosinas más tarde —prometió, sabiendo bien que ese era el incentivo perfecto. Los niños asintieron rápidamente y corrieron hacia su cuarto.

vulnerabilidad - dibu martinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora