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La semana había llegado a su fin y la emoción por la final se palpaba en el ambiente. Valentina había visto el partido entre Francia y Marruecos y, al ver que el equipo europeo salía victorioso, no pudo contener su frustración. Sabía lo que eso significaba para la selección argentina y su corazón se tensó con cada jugada que veía en la pantalla.

Con el mate apretado en sus manos y una mirada cabizbaja, se dejó caer en el sillón para descansar. Los dolores de espalda, consecuencia del partido improvisado con sus amigos, le recordaban el esfuerzo físico de la semana, pero eso no lograba calmar la tormenta interna que sentía.

Durante estos días, había mantenido la distancia que había decidido establecer con Emiliano. Sin embargo, en medio de todo, aprovechó para hablar con Matías, a pesar de las advertencias constantes de sus amigos. Parecía que sufría por elección propia, atrapada en un ciclo de dolor y esperanza. Incluso su hermano, en un arrebato de frustración, la reprendió por sexta vez tras ver la historia que subió a Instagram: una foto de Matías con el mensaje "Cuánto te extraño Mati".

Tres golpes resonaron en la puerta, sacando a Valentina de sus pensamientos. Se levantó rápidamente, sin detenerse a preguntar quién era. Aunque siempre le habían dicho que debía verificar antes de abrir, la impaciencia la venció.

—¿Quién? —preguntó mientras abría la puerta, solo para detenerse en seco al ver el rostro serio de su hermano, Emiliano.

—Sos una pelotuda —soltó él sin preámbulos, avanzando hacia ella y obligándola a entrar en la habitación—. ¿Qué es esa historia de mierda que subiste?

Valentina sintió cómo el aire se volvía denso a su alrededor. Intentó mantener la calma, pero la presión de la situación la hizo reaccionar defensivamente.

—No me rompas las pelotas, Emi. Es mi vida y hago lo que quiero.

Emiliano no se dejó intimidar. Acorraló su cuerpo contra la pared, su voz cargada de enojo.

—Sí, haces lo que se te cante el orto, pero después no quiero escucharte llorando por ese idiota.

Valentina luchó por mantener la compostura, evitando bajar la mirada hacia sus labios, sabiendo que ceder solo lo haría más vulnerable.

—No te lo puedo creer, ¿qué le vas a decir al cornudo ese? ¿O vas a actuar como si nada hubiera pasado?

—Ya te dije que me arrepiento. Se me fue de las manos, boludo —respondió ella, intentando justificarse.

—Pero bien que me lo pediste, ¿no? —Emiliano levantó su mano para tocarle el mentón suavemente, una contradicción entre su enojo y el gesto que insinuaba preocupación—. Mira cómo te pones. ¿Matías te causaba esto?

—¿Tantos celos tenías que siempre lo mencionas? —Valentina replicó, frustrada por la insistencia de su hermano.

—No le tengo celos ni en pedo. Solo lo envidiaba porque podía tenerte plenamente y no te valoraba ni un poco como debía.

—Así que te rasguñaste cuando te rascaste la espalda —intentó Valentina cortar la tensión con aquella excusa que él había utilizado.

Emiliano soltó una carcajada amarga, dándose cuenta de lo tonta que sonaba su justificación.

—¿Querías que le diga al general que vos me rasguñaste porque te cogí bien? Capaz terminaba desayunándome una piña.

Valentina movió la cabeza, apartando la mano de su rostro y evitando el contacto visual. No quería que Emiliano viera la tristeza que escondía en sus ojos.

—Sos una piba de 21 años y uno de 24 te estaba y está boludeando. Yo te dije que merecés algo mejor. ¿Alguna vez me vas a hacer caso en tu vida?

—No, soy muy orgullosa para dejar que alguien más me controle —respondió ella, reafirmando su independencia.

vulnerabilidad - dibu martinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora