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Valentina se despertó de golpe al sonido insistente de su celular. Se frotó los ojos, intentando orientarse en medio del sueño interrumpido, y adivinó que ya era bien pasado el mediodía.

—¿Hola? —murmuró con voz adormilada, apenas consciente de lo que estaba diciendo. Al otro lado de la línea, la risa inconfundible de Nico se dejó escuchar.

—¿Te desperté, flaqui? —preguntó con tono burlón. Valentina soltó un quejido en respuesta, una confirmación tácita de que la fiesta de la noche anterior había dejado su marca.

—Nico, quiero seguir durmiendo. ¿Qué pasó? —protestó, apretando los ojos como si eso pudiera devolverle el sueño.

—Ah, nada. Solo quería molestarte un rato. Estoy en un helicóptero, y es lo más flashero que hay.

—¿Qué? —La sorpresa la sacó de su letargo en un instante—. ¿Por qué estás en un helicóptero?

—Porque fue imposible llegar al Obelisco. Es un quilombo. Además, más de uno quedó insolado, somos unos boludos —se rió, como si el caos que describía fuera parte de la diversión.

—¿Es Valen? ¡VALENNN! —gritó Julián desde el fondo, su voz inconfundible.

—Tu amigo, el pelotudo. —Nico hizo una pausa para escuchar a Julián antes de regresar a la llamada—. Bueno, te tengo que dejar, estamos llegando al predio de la AFA.

—Me cambio y voy para allá. Los extraño mucho —dijo ella rápidamente, cortando la llamada antes de que Nico pudiera responder con algún comentario que sabía vendría cargado de celos amistosos.

Valentina dejó el celular sobre la cama, su corazón latiendo con fuerza al imaginar el reencuentro. Se quedó un momento sentada, observando la luz que entraba por la ventana y que iluminaba su cuarto desordenado. El caos a su alrededor parecía reflejar su propia mezcla de emociones. Se levantó con determinación, pero esta vez, en lugar de correr hacia el armario, se dirigió al balcón.

Desde ahí, podía ver parte de la ciudad, un lugar que siempre había sido su hogar, pero que ahora sentía diferente, como si su día estuviera a punto de cambiar. Cerró los ojos, dejando que el viento cálido le acariciara el rostro, y se permitió un momento de tranquilidad antes de la tormenta.

Sabía que ver a Emi sería emocionante, pero también sabía que este reencuentro traería consigo nuevas preguntas y desafíos. Quería estar lista, no solo físicamente, sino emocionalmente. Se giró, decidida, y volvió al interior del departamento. Mientras elegía su ropa, un sentimiento de paz la envolvió. No importaba lo que sucediera más tarde, ella estaba lista para enfrentarlo, y con una sonrisa tranquila, empezó a prepararse para lo que venía.

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Cuando bajó del auto, se colocó los anteojos de sol con un movimiento elegante, y se despidió con un gesto casual del chófer. Caminó con la gracia de una reina hacia la entrada principal, y al llegar, empujó las puertas con confianza.

—Hola, ¿alguien por acá? —preguntó, su voz resonando mientras sus ojos recorrían el amplio vestíbulo.

—¡Otamendi! —la voz del entrenador la sorprendió desde el fondo del pasillo. Se giró y, al verlo, su rostro se iluminó con una sonrisa. Sin dudarlo, se acercó y lo abrazó con fuerza.

vulnerabilidad - dibu martinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora