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Al abrir la puerta de la habitación de Enzo, un aroma inconfundible a porro y escabio inundó el aire. Valentina, con una sonrisa entusiasta, saludó rápidamente a sus amigos: Juli, Lean, Rodri y el Kun, quien parecía haber llegado con la intención de seguir la fiesta. El ambiente estaba cargado de una energía vibrante y desinhibida, y no tardaron en arrastrarla al centro de la acción.

El Kun, con su habitual energía desbordante, la tomó de la mano, tirando de ella hacia el grupo. Los demás estaban en un estado claramente elevado, riendo descontroladamente por cualquier tontería y moviéndose al ritmo de una mezcla caótica de pasos de baile. Valentina se unió a la fiesta con una risa contagiosa, sintiendo cómo la euforia del momento comenzaba a apoderarse de ella.

—¡Tú y yo, nena, al nivel cien! —gritó el Kun, con un entusiasmo desbordante. —¡Quiero pasarla bien! ¡Una noche contigo, cintura de diez!

Ella no pudo evitar reírse ante el grito frenético, dándose cuenta de que todos estaban completamente en pedo y colocados. Los movimientos descoordinados y las carcajadas sin sentido eran prueba suficiente. Aunque, si era sincera, ella no estaba muy lejos de seguirles el ritmo.

Emiliano, desde un rincón de la habitación, la observaba con una sonrisa embobada, encantado al ver la felicidad en su rostro. De repente, Valentina encontró un momento de respiro y logró escabullirse de la pista de baile que la tenía atrapada. Corrió hacia él, buscando un refugio en sus brazos.

—¿Bailamos? —preguntó ella, extendiendo su mano hacia él con una sonrisa traviesa.

—Obvio, corazón —respondió él, entrelazando sus dedos con los de ella.

Sin vacilar, comenzaron a bailar muy pegados, dejándose llevar por la música y el ambiente festivo. Se movían con una sincronización perfecta, cantando juntos partes de las canciones que sonaban a todo volumen. Se unieron al pogo con el resto del grupo, y en un impulso juguetón, empujaron a uno de los amigos sobre una cama, donde comenzaron a golpearlo con almohadones en una pequeña batalla de cojines.

La diversión continuó sin pausa. Valentina, ya con una botella cortada a la mitad y llena de fernet en la mano, bailaba al ritmo de una canción de Damas Gratis, dejando que la música la envolviera. La habitación, transformada en una pista de baile improvisada, estaba iluminada por luces de colores que giraban y parpadeaban, creando un ambiente vibrante y alocado. Las luces, combinadas con la penumbra general, hacían que la habitación se pareciera a una fiesta de egresados en plena euforia

—VALENNN, SIEMPRE CUANDO BAILAS A TI SE TE VE LA TANGA Y DE LO RAPIDA QUE SOS TE SACAS TU TANGA —cantaba Emiliano mientras metía los dedos en su short, tocándole el elástico de la tanga.

—Y LE DAS PARA ABAJO PA' BAJO PA' BAJO —ella y él empezaron a bajar a la vez.

Él le acercó la botella de fernet con una sonrisa traviesa, su mirada fija en la de ella mientras tomaba un trago largo y satisfactorio. Al terminar, la botella volvió a sus manos, y sin dudarlo, la besó con una pasión renovada, sus labios encontrando los de ella con fervor.

—Eu, eu, eu, ¿jugamos al truco? —preguntó Enzo, cortando el momento de la pareja, con un porro entre los labios mientras mostraba las cartas con una expresión de desafío.

Ella, mirando las cartas sin entender del todo el juego, sacudió la cabeza y dijo:

—Yo paso, no tengo ni idea de cómo se juega. ¿Alguien trajo el UNO? —miró a los demás, quienes estaban claramente dispuestos a seguir con el truco. —Bueno, amargos.

—Amargo y retruco, pendeja —respondió el Kun, acercándose con un habano entre los dedos, mientras Valentina le lanzaba una mirada de desaprobación.

vulnerabilidad - dibu martinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora