16

4.8K 209 9
                                    

Ese día comenzó de manera diferente para ella. Desde que tomó la decisión, había pasado las noches en vela, imaginando cómo sería su primer paso hacia una carrera que la llevaría a dirigir grandes equipos. El ambiente en la Asociación del Fútbol Argentino estaba cargado de expectativas. Para Valentina, o "la Otamendi" como la llamaban algunos, ese lugar representaba el inicio de algo más grande. Su meta no era quedarse ahí, sino usarlo como un trampolín para avanzar hacia su futuro como entrenadora en un club importante.

Los jugadores de la Sub 20 la miraban con curiosidad cuando se puso frente a ellos. Había una energía en el aire, una mezcla de respeto y sorpresa. Sabía que estaba a punto de romper una pequeña regla, pero confiaba en que el momento lo ameritaba. 

—Hola chicos, —dijo con una sonrisa que intentaba reflejar confianza, aunque en su interior había un leve nerviosismo—, mi nombre es Valentina Otamendi. Quizás algunos de ustedes conocen a mi hermano, pero no estoy acá por eso.

Hizo una pausa, sus ojos recorriendo los rostros jóvenes y llenos de energía frente a ella. Había algo en ellos que la impulsaba a continuar, algo que la motivaba.

—Hoy voy a ser la árbitro de este partido. Quería presentarme formalmente antes de que comencemos y, por supuesto, desearles mucha suerte. Espero que sea un buen partido para todos.

El equipo asintió respetuosamente, aunque algunos intercambiaron miradas. Sabían quién era, o mejor dicho, sabían de su apellido. Aun así, el hecho de tenerla como árbitro añadía un nuevo matiz a la competencia.

Cuando el silbato sonó para dar comienzo al partido, Valentina dejó de ser "la hermana de" y pasó a ser la autoridad en el campo. Se inclinó un poco para ajustarse los cordones de los botines, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Apretó la coleta de su cabello y adoptó una postura seria y concentrada. Este era su terreno ahora, y no dejaría que nada la distrajera de su trabajo.

Los primeros minutos del encuentro fueron intensos. La pelota volaba de un lado al otro de la cancha, los jugadores peleaban por cada centímetro de terreno. No pasó mucho tiempo antes de que Valentina tuviera que intervenir. Un choque fuerte cerca del mediocampo hizo que sacara su primera tarjeta amarilla.

El equipo contrario reaccionó de inmediato. Varios jugadores se acercaron en grupo, sus rostros mostrando desacuerdo.

—Eh, pero no hizo nada. ¡Esa tarjeta es injusta! —protestó un rubio que, con gestos exagerados, intentaba imponer su punto.

Valentina lo miró con calma, manteniéndose firme. Sabía que este tipo de situaciones eran parte del trabajo, y estaba preparada.

—Vuelva al juego, Gómez, o tendrá una tarjeta roja en vez de amarilla —respondió con una voz firme, pero controlada.

El jugador murmuró insultos mientras sus compañeros lo alejaban. Del otro lado del campo, los jugadores de la Sub 20 no podían ocultar sus sonrisas. Habían ganado una falta a favor gracias a la astucia de su compañero, que había sido derribado de manera poco ortodoxa por un jugador del equipo contrario.

Valentina cobró el tiro de esquina, y el partido continuó. Los minutos pasaban, y ella no dejaba de correr de un lado al otro, siguiendo el ritmo frenético del juego. Cada decisión que tomaba estaba bajo escrutinio, no solo de los jugadores, sino también de los entrenadores y el público. La presión era palpable, pero en lugar de agobiarla, la motivaba.

El partido parecía haber alcanzado un momento de tregua, pero apenas Valentina se relajó, la calma se rompió de nuevo. Matías Soulé, el delantero estrella, avanzaba con velocidad hacia el área rival. Justo cuando parecía que iba a meter un gol, fue derribado brutalmente por un defensa contrario. Valen vio la jugada perfectamente, su mente procesando cada detalle en milésimas de segundo antes de que el sonido de su silbato resonara con fuerza por toda la cancha.

vulnerabilidad - dibu martinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora