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A ciegas y con una mezcla de incomodidad y anticipación, Valentina y Emiliano se dirigieron hacia la cama. Ella estaba de puntitas, y él, agachado para estar a la altura, la guió suavemente. Cuando finalmente la sentó en el borde de la cama, rompieron el beso que compartían, y Emiliano la observó en silencio por un momento. Su mirada estaba llena de una intensidad que hacía que el corazón de Valentina latiera con fuerza.

—Te voy a mostrar lo que significa ser querida de verdad —le dijo Emiliano con voz profunda y segura—. Solo en mí vas a pensar.

Valentina no era capaz de articular palabras en ese momento. Se sentía perdida en la profundidad de su mirada y la atención que él le brindaba. Aunque no podía dejar de sonreír como una tonta, la sensación de ser el centro de su mundo le resultaba sorprendentemente placentera, especialmente porque era él quien se la ofrecía.

Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando sintió las manos de Emiliano deslizarse bajo la camiseta que llevaba puesta. Con una delicadeza implacable, él comenzó a quitarle la prenda, dejándola en nada más que en un sencillo corpiño. Sus manos, ahora sin restricciones, se posaron sobre sus pechos, y los apretó con una confianza que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones.

—Mira qué hermosa sos, realmente no puedo creerlo —dijo Emiliano, su tono cargado de admiración—. Tenes un verdadero lomazo.

—Basta, Emiliano, me pones nerviosa —se quejó ella, el rostro enrojecido y una mezcla de incomodidad y excitación en su mirada.

Emiliano soltó una risa, que hizo que Valentina frunciera el ceño en respuesta.

—¿De qué te ríes, tarado?

—De que te pongo nerviosa. Siempre te hacías la dura y te la dabas de intimidante conmigo, pero ahora pareces otra persona.

Antes de que Valentina pudiera responder, Emiliano volvió a besarla, pero esta vez con una intensidad avasalladora. Sus labios chocaron con fuerza, y Valentina rodeó su cintura con las piernas, atrayéndolo hacia ella. El contacto le provocó un gemido bajo, y una de las manos de Emiliano se posó en su cuello, aplicando una ligera presión que hizo que ella jadease entre los besos.

—¿Qué pasa, pendeja? ¿Te gusta? —preguntó Emiliano, notando la boca de Valentina entreabierta y sus labios rojos de tanto morderse.

—S-sí —respondió ella con dificultad, su voz apenas un susurro.

Emiliano sonrió con orgullo al escuchar su respuesta y apretó un poco más. Luego, liberó su cuello y dejó que sus manos descendieran hasta el elástico del short deportivo que Valentina llevaba. Ella observó con atención, grabándose en la memoria la imagen de las venas marcadas en las manos del arquero mientras le bajaba lentamente aquella prenda.

Con un movimiento deliberado, Emiliano deslizó un dedo a un costado de la tanga de Valentina. En ese instante, ella supo que estaba a punto de experimentar el comienzo de algo intenso. Emiliano comenzó a estimular su clítoris con el dedo índice y el medio, provocando gemidos intensos y palabras descontroladas que se mezclaban con las maldiciones que ella no podía evitar soltar.

Valentina se mordió el labio con fuerza mientras intentaba acallar los gemidos que se escapaban de su boca. Cada movimiento de su dedo en su interior era un intento desesperado por encontrar alivio, y con cada movimiento, sus gemidos se volvían más intensos.

—La concha de mi hermana —exclamó, arrojando la cabeza hacia atrás en una mezcla de frustración y deseo—, Emi.

El arquero, con el ceño fruncido y la respiración agitada, se inclinó hacia ella con una mezcla de urgencia y preocupación.

vulnerabilidad - dibu martinezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora