DÉCIMO

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Esteban Romero. Un joven de dieciocho años, alto, acuerpado, de cabello castaño, ojos verdes y mirada firme. Él es el bebé de la familia Romero, otra de las grandes familias poderosas de la región en dónde nuestro querido protagonista vivía.

En todos los aspectos era idéntico a Jaime Luzardo, incluso en el gusto por los hombres... La gran diferencia es que él si sabía a dónde se dirigía.

Al igual que Jaime, este muchacho también fue adiestrado de manera correcta en el camino de los negocios y demás, que él no haya querido seguir ese camino es asunto propio.
Gerardo Romero, el padre de Esteban es un hombre ejemplar totalmente intachable, él es un gran negociante, buena gente y muy formal que irradia de buena vibra a las personas que los rodea. Gerardo ve a su hijo menor con ojos de decepción, puesto que tras una discusión con Esteban, este último le expuso sus ideas liberalistas y vida hedonista que el menor quería vivir.

Jaime sabía todo esto y le causaba gracia que ese estúpido mocoso sea una puta total. Incluso se impresionaba de que fuera más goloso que él mismo.

—Que dizque me conviene, eh.—Jaime miraba el cielo pensativo.

El joven se va para su casa pensando en la oferta de su "amigo". Con la diestra cargaba el papel del número de contacto y con la siniestra unas ganas de una paja bien hecha apenas llegase.

(...)

—Entonces el muchacho está más difícil.—Fernando cortaba tomates.

—Sí, no sabes cuánta rabia me da, es que es estúpido que me rechace, ¿acaso soy feo?.—Miguel al otro lado del mesón hacía un berrinche mientras comía una manzana.

Fernando, era un hombre de unos 35 años. Era alto, velludo, y tendía un poco a ser panzón, pero aún así tenía un semblante dulce y varonil al mismo tiempo. Cabe destacar que lo que más resaltaba de su apariencia era su bigote, un largo y poblado bigote que anteriormente había sido ricamente salpicado... Ya sabes.

—Entonces no es para ti, déjaselo a David.—El cocinero río.

—Porque mejor no te callas, a ese no me lo menciones...¡Es que me da tanto enojo, se encerró con él! Y quién sabe que hicieron.

El cocinero ya estaba al tanto de todo, Miguel y él llevaban una buena relación.
—No creo que el amo Jaime haya hecho algo con él.

En ese momento llega el pequeño Gonzalo quien pide un vaso de leche a Fernando. Jaime había retornado a casa y había llegado sediento.
Miguel se interesa en saber que había pasado la noche anterior con el amo y el conductor, así que persuade a Gonzalo para llevarle él mismo el vaso de leche.

El hombre del arete se sale con la suya y se dirige al segundo piso. Al llegar a la habitación de su amo llama a la puerta, Jaime sin peros lo deja pasar.

El pelinegro estaba vestido con una pantalonera corta y un esqueleto, en cuanto ve a Miguel se le dibuja inconscientemente una sonrisa.
Miguel por el contrario estaba serio y distante, pero no podía dejar de mirar a Jaime, se le hacía tan lindo.

Miguel frunce el seño, puesto que Jaime nunca le habia parecido tierno, solamente provocador y follable, pero sentimientos empáticos... Hmmm no.

—Gracias Miguel, ven siéntate.—El chiquito recibe el vaso, estaba sentado en el mueble fino.

Miguel le hace caso y toma asiento.

—¿Por qué amo?

Jaime mientras tomaba el vaso mira a Miguel al oír eso.

—¿Por qué amo Jaime, por qué me hace esto?—Miguel se acerca a su Jaime, no podía soportar más.

—¿A qué te refieres Miguel, no entiendo?

¿Por qué me da falsas esperanzas y después se aleja de mí?—El moreno agacha la vista.

Jaime no sabía que responder, pero ver a Miguel ahí le parecía gratificante, no era lujuria, no era sexo, era algo diferente también, enhorabuena para el amo de llaves, el sentimiento era mutuo.

—Miguel... Ultimamente he pensado mucho en ti, y en lo que me dijiste la noche anterior.—El mayor levanta la mirada de golpe.

Jaime continúa.—Dijiste que tú pecho era mío... Y bueno, está claro que entre los dos existe algo más que una relación de amo-empleado.—El pelinegro se acerca hasta quedar pierna con pierna.

Miguel y Jaime tenían muslo con muslo, uno era color carne por las piernas del menor, y el otro era color negro, por el pantalón del empleado. Miguel no dejaba de mirar a Jaime, y viceversa, el deseo de sexo desde hacía días estaba cambiando, algo estaba mal pensaba el empleado, no sabía que sentía por el menor.
Pero desde que cumplió dieciocho años su percepción había cambiado.

—Jaime...—Miguel miraba al pelinegro.
—Todo esto es tuyo...—El mayor se acariciaba el pecho.—Pero debes ganartelo, ganar mi confianza. No te diría eso y después me iría dónde otro a decirle lo mismo que a tí.

Claramente había sido una indirecta para él y para David. Jaime lo entendió, pero sin embargo, él también se sentía extraño.
¿Qué era lo que le pasaba? ¿Qué era lo que le pasaba a Miguel? Claramente en el pasado lo había escuchado secretear con el cocinero de que quería cogerlo ¿Ahora sí lo amaba?
Quería rechazarlo, pero no podía.

La noche que le hizo un oral al chófer, la misma que tocó el pecho peludo de Miguel, se dió cuenta de algo diferente, se dió cuenta de que lo quería, lo estimaba... Lo amaba.

¿Y que pasó con la fiesta? ¿Que pasaría con Esteban y la propuesta? ¿Era lo que él quería?

Jaime en ese instante alzo su brazo, y puso su mano suave en el rostro barbado de Miguel. Lenta y dudosamente se fue acercando a los labios del mayor. Sus ojos no quitaban los rojos y jugosos labios de su empleado, ya no era solo sexo, era sintonía, era conexión.
Miguel estaba congelado, seguía a Jaime con la mirada, él respondió a Jaime y con su mano derecha tocó la mejilla de Jaime agarrando su rostro rozando la oreja.

A dos milímetros Jaime se detuvo un momento y pensó, los sentimientos de ambos estaban al cien porciento.

Vamos Jaime hazlo.

Jaime finalmente pone sus labios en los de Miguel y los besa. Miguel como el macho que era toma el cuerpo de su Jaime y lo acerca hasta quedar al lado de su corazón.
El pelinegro sentía los labios de Miguel, eran suaves, eran mojados y rosados, como cual árabe de labios hermoso besa a su mujer, sentía su barbita, sentía el fornido cuerpo de Miguel, lo sentía suyo.

Jaime tocó finalmente el pecho que estaba apartado únicamente para él...

(...)

LOS PECADOS DE JAIME LUZARDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora