VIGÉSIMO TERCERO

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(...)

Un nuevo día iniciaba otra vez, la mañana era fresca y una suave brisa que provenía del Océano acariciaba la gran ciudad donde Jaime vivía, sin embargo era un espejismo, ya que los pronósticos confirmaban que en la tarde la temperatura volvería a ponerse más húmeda y caliente, así que las personas aprovechaban el dulce clima mañanero para realizar sus actividades diarias. Incluso Jaime, quien había madrugado para ir al gimnasio para continuar con sus rutinas para el cuerpo. Por otro lado, en la mansión Luzardo los empleados empezaban también con su trabajo; Fernando, quien fuera la primera persona en levantarse en toda la casa, tenía ya la comida en la lumbre, Miguel y Gonzalo por su parte estaban arreglando su aspecto antes de presentarse a el gran amo, y por último, David estaba lustrando muy bien la limusina para iniciar con sus recorridos diarios.

El chofer pensaba en su amor imposible, aquel día le regalaría un ramo de flores para ver si por fin lograba conquistarlo. Prontamente sus imaginaciones fueron borradas al oír a lo lejos las voces de Lucas y Pablo. El hombre se incorporó en su postura y espero el mandato de sus dirigentes.

—Buenos días David, ¿cómo estás?—Pronunció de forma educada Lucas mientras abría el auto para entrar en la parte izquierda. Pablo tan maleducado cómo siempre no le dirigió la palabra al empleado.
—Buenos días amos, yo muy bien gracias, ¿ y ustedes?—Preguntó el chofer mientras se adentraba al volante.
La pregunta quedó al aire ya que ninguno le respondió, el hombre entendió y abrochó su cinturón.
—¿A dónde nos dirigimos hoy?—Dijo David.
—Al centro.—Responde Pablo.
El auto de inmediato se pone en marcha y sale de la mansión hacia la autopista principal.

Los hombres detrás cerraron la ventanilla que separa al chófer de los pasajeros, al parecer hablarían algo privado. El vidrio de color negro se subía de lentamente mientras los hombres al parecer mencionaban en su conversación a Jaime.
A David le recorrió un escalofrío desde la nuca hasta las muñecas, quería oír, pero no podía. Pero nada podía detenerlo, ya que él sabía que en verano el amo Lucas solía viajar con el vidrio de la ventana abierto, por lo que sí el hacia lo mismo con el vidrio de su ventana oiría aunque fuera un poco.

David bajo la velocidad del auto para que el viento no interfiera en su escucha, mientras tanto ponía atención:
—Eso te iba a decir hermano, últimamente ha estado ejercitándose demasiado.
—¿Crees que pueda tener alguna novia, Pablo?
—Y qué se yo, lo único que puedo decirte es qué está increíble, conozco uno así que me follo todos los días y tiene el culo, ¡ja, déjame decirte!

David abría los ojos al oír aquello que Pablo decía, ¿acaso le gustaban los hombres? Siempre lo había sospechado, pero al parecer ahorita se le estaba confirmando.

—Vaya... Entonces me lo pasaré de maravilla.
—Claro, pero quieres que te diga algo, pienso que algún día podrás estar con tu hijo, por el momento confórmate con uno parecido.
—Oye Pablo... ¿No crees que eso está mal? Al fin y al cabo es mi hijo.—Lucas agachaba la mirada.
—¡Para nada, mi hermanito! Estamos en un mundo libre y actual, qué quieras cogerte a tu hijo no está mal, hasta yo me he querido follar a Jaime.—Pablo bromeó, pero creo que de broma no tenía nada.

En este instante la limusina frenó de manera súbita, los hermanos se sobresaltaron y se tambalearon en las sillas de atrás.

David lo había escuchado todo...

—¡Oye imbécil!, ¿qué diablos te pasa?—Pablo bajó el vidrio que lo separaba de David.
El chofer reaccionó, y como una estrella fugaz y antes de que Pablo se le adelantara subió el vidrio de su ventana muy rápido, tanta fue la fuerza que usó, que la perilla se dañó.
—Eh... N...no pasó nada a...amo Pablo. L...lo que pasó fue que una anciana cruzó imprudentemente y casi la atro...atropello.—David sudaba frío y su cuerpo temblaba.

—¡Oh!, luces nervioso David, ¿pero te pasó algo, le pasó algo al auto?—Lucas se acercó al chófer.

—¡NO PASÓ NADA!—El hombre gritó un poco.—... Lo siento amo, no pasó nada, únicamente fue el susto del freno.

—Ya está, entonces continuemos, pero esta vez ve un poco más despacio.—Lucas le dió unas palmaditas a David en la espalda y se incorporó a la silla.
Por el contrario, Pablo veía muy sospechosa la actitud de él.

(...)

De nuevo en la universidad, está vez en la cafetería, estaban Romeo, Bomboncito y Juanito planeando el próximo trabajito.

Jaime estaba vestido con un esqueleto y en pantaloneta, ya que en la mañana se le había hecho tarde, así que vio fácil ir con la ropa del ejercicio a la universidad. Por otro lado, Juanito tan elegante como siempre llevaba una versión más veraniega de sus trajes de paño típicos, y Esteban también llevaba el suyo.

El rubio tecleaba un computador portátil y anotaba cosas en su libreta, mientras tanto los otros dos chicos hablaban tranquilamente.

—Nunca creí que fuera tan fácil.—Dijo Jaime.
—Te lo dije, no es difícil, solamente es saberse cuidar y ya, no deberían haber problemas, ¿y qué tal el viejo Domínguez?—Preguntaba el castaño.

—¡Una porcelanita!—Jaime echó a reír.—Era bastante pasional, sabes. Eso me cogía y me agarraba y todo, yo pensaba en pleno acto que su mujer nunca se la había dado.—Ambos chicos rieron ante el comentario del pelinegro, por el contrario Juanito alzó la mirada hacia Jaime y sin decir nada la bajó de nuevo.

—Tienes razón, ese tipo es así.—Respondía Esteban después de haberse carcajeado un rato.
—¿Ya has estado con él?—Preguntó el pelinegro.
—Una gran cantidad de veces, pero por el antifaz no ha sabido que soy yo, o bueno eso no sé, pero es verdad Jaime, ese tipo es un marica bien marica, y tiene esposa y todo.
Jaime ríe.—¡Es más! Podemos exponerlo frente a todos y nunca va a saber quién fue. —Otra vez se reían los muchachos.

Juanito quien se sentía un tris irritado, finalmente terminó su trabajo.
—Listo muchachos, ya tengo sus próximos encuentros.
—¿Ah sí? ¡Dónde, dónde!—Preguntaba el pelinegro.

—¡Epa! Esa es la actitud Bomboncito.—Exclamó Esteban.

—Bueno pues, para Jaime tengo el quince una cita con un hombre llamado Víctor Rodríguez, quien es un inversionista en la empresa de motores... Eh.... Bueno esa dónde tú papá también lo es.
—Y para Esteban, te conseguí una también el quince de este mes, con Eduardo Posada, presidente de dichosa empresa.

—Vaya... Uno se tira al presi y el otro al inversionista, ¿y tú a quién te vas a coger Juanito?—Preguntó Jaime.

—Yo no hago eso. Jaime.

Por primera vez el rubio le decía Jaime y eso había dejado impresionado el pelinegro. No obstante antes de continuar con la charla, Esteban lo interrumpe.

—¡Eres muy gracioso Jaimito! Nunca me había reído tanto. ¿Oye, nos invitarás algún día a tu casa?
Jaime en vez de reírse frunció el seño, ¿por qué Esteban le pedía eso?

No le tomó demasiada importancia y le respondió.

—Quizá algún día, amiguito...

Esteban abrió los ojos al oír eso último.

LOS PECADOS DE JAIME LUZARDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora