OCTAVO

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(...)

—¿Qué dice amo Jaime?—Responde incrédulo.

—Sí, qué tú eres muy lindo, sabes.—Jaime con su mano llegó hasta el paquete de David y sin miedo lo masajeó un poco.

David se sobresaltó y se puso de pie, estaba impresionadísimo por todo lo que estaba aconteciendo. Jaime por un momento pensó que había cometido un error, pero se incorporó y siguió en su papel de cazador, qué perra ese Jaime.

—Espera amo, ¿qué estás haciendo?

—Vamos, vuélvete a sentar. —Jaime también se puso de pie muy junto a él y se acercó a los labios del mayor para hablarle.
—David, te voy a dar un premio por no haberle dicho a mi padre nada de lo que pasó.—Susurró el menor.

Después de decir esto, Jaime le dió un beso suavecito en los labios a David, el hombre se inquietó pero como por arte de magia se dejó llevar por lo prohibido.

Jaime besaba a David con esmero, mientras ambos volvían a sentarse en la posición inicial, Jaime se detiene y se separa.

—Amo, esto no puede se...—Jaime puso un dedo en los labios recién probados de su empleado.

—Dime David, ¿cuántos años tienes?

—Tengo treinta y dos.

—¡Huy, un mayorcito!—Dijo.

Jaime sin pensarlo dos veces se sienta encima de David y empieza a besarlo apasionadamente, David se resiste un poquito pero otra vez accede.
Sus besos hacian salir pequeños gemidos por parte de ambos, el pene de David estaba como una roca debajo de la ropa.

Jaime tumba a David en la cama y el menor mientras estaba encima de él lo sigue besando. Los labios de ambos estaban mojaditos y rosados, Jaime sentía la barba que el chófer se había dejado crecer un poco, era deliciosa. David mientras tanto pone las manos en la cadera de su amo mientras lo besaba, deseaba tocar más allá pero se contenía.

Jaime se separa y se levanta, David se sienta en la cama y queda a la espectativa.
El pelinegro menor se arrodilla en vista a la polla aún guardada de David.
Un silencio inunda el cuarto de nuevo, lo único que se oían eran los jadeos de ambos.

—Vamos David, pídelo, yo sé que lo quieres, desde hace mucho lo quieres.—Jaime bruscamente masajeaba el bulto de David.

David dudaba, era el hijo de su jefe, lo conocía desde pequeño, siempre procuró respetarlo.  pero era el hombre que lo traía loco, el hombre que había robado su corazón, no podía resistirse.

—Amo Jaime, chúpeme el pene por favor.—Dijo mientras ponía los brazos encima de la cama sosteniendo su cuerpo.

Jaime desabrocha con agilidad el pantalón, baja el boxer gris y por fin ve la verga mediana y morena de David, estaba totalmente erecta y mojada, el prepucio estaba medio retraído.

Sin decir una palabra, Jaime empieza con la mamada. El paladar estaba calentito y muy mojado, esto hacia que David empezara a dar pequeños gemidos graves. Jaime subía y bajaba.

Mientras la mamaba veía los ojos de David que lo veían a él.
De vez en cuando se sacaba la verga de la boca y con la lengua saboreaba la punta del trozo de carne, de esta acción salía líquido preseminal de la uretra del activo.

Para evitar una posible corrida, Jaime masturbaba con sus suaves manos el pene de David, era un experto.
La excitación hacia que el cuerpo de David bombeara sangre lo que hizo que el pene aumentara un poco su tamaño al tamaño inicial.

—¿Te gusta?—Dijo el mamador mientras masturbaba a David.

—Me encanta, amo. Muchísimo. ¡Ay!—El chofer se retorcía a la par del gemido.

LOS PECADOS DE JAIME LUZARDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora