VIGÉSIMO PRIMERO

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Mansión Luzardo 3:30 P.m

El calor cada vez era más insoportable, los empleados estaban sin su saco habitual y en camiseta corta. David y Gonzalo estaban sentados en la banca del jardín tomando aire fresco bajo el gran árbol de la mansión.

Miguel y Fernando estaban haciendo lo mismo pero en el lado opuesto. Y de hecho en realidad los empleados estaban contemplando la escena que estaba aconteciendo allí mismo.

En la piscina estaban Jaime, su papá, su tío y algunas personas más en una mini reunión.
Resulta que, Lucas decidió invitar a algunos conocidos de negocios pasados a pasar una tarde en la piscina para disipar el calor que estaba azotando la ciudad.

Al rededor de la piscina habían algunas mesas llenas de comida, y algunos parlantes de sonido con música para animar todo.

Jaime estaba nadando de lado a lado, era una rutina de ejercicio más para él.
El pelinegro estaba únicamente vestido con una bermuda corta y una cadena de playa en su cuello.
El resto del cuerpo lo tenía expuesto ante todos.
Durante los meses que pasaron tras el encuentro estuvo ejercitándose aún más, por lo que el cuerpo cada vez lo tenía más apetecible. Un verdadero bombón.
Tanto Miguel como David no le quitaban la mirada de encima. Y de vez en cuando tanto tío como padre también hacían lo mismo.

Pablo estaba sentado a orillas de la piscina hablando animadamente con unos viejos amigos. Amigos los cuales estaban desde que él había administrado la compañía.
El veterano tenía el cabello mojado y el cuerpo lleno de gotitas, su cuerpo bronceado también era un chocolatito añejo para cualquiera que se le antojase uno.

Lucas por el contrario estaba dentro de la piscina jugueteando con unos amigos como un niño. Su gran cuerpo formado se movía de lado a lado, y a veces con su gran fuerza hundía a sus compadres en el agua.

Gonzalo observaba atentamente.

—Oye David, ¿te puedo preguntar algo?—Dijo el pequeño Gonzalo.

El hombre asintió mientras se abanicaba.
—¿No crees que el señor Lucas está tan delicioso como esos tipos de las revistas?—Exclamó.

David se giró hacia Gonzalo con una mirada de extrañeza.—¿Qué?—Exclamó el oji bonito.

—Sí... Es decir, el amo Lucas sabe cómo verse bien, y su hijo también.—Gonzalo rió.

—Ah no, por Jaime si pienso eso... Si pienso eso.—Dijo David apoyando sus brazos con sus piernas mientras veía a su Jaime... Pobre nuestro chofer.

Todos tienen algo que decir. Por lo que del otro lado, Miguel y Fernando opinaban también como dos viejas chismosas.
—Ese estúpido está TAN delicioso, Fernando...—Dijo enojado el moreno mientras apoyaba los brazos contra la banca.—¡Mira como se mueve en el agua, mira su espalda!—Indicaba el jóven del arete.

—Vaya... Tienes razón, está más follable que nunca, imagina como se vería esa espalda bien formada cabalgando en tu verga.—Respondió de forma sarcástica el cocinero.

Jaime presintió que los hombres con los que él convivía estarían hablando de él, por lo que para provocarlos más el joven salió del agua de la forma más sexy posible, el agua había pegado su bermuda al cuerpo dejando ver la forma del paquete y de su culo redondo.
Todos no dejaban de verlo, incluso los asistentes, y él se sentía como el modelo más guapo del mundo.

Y en verdad lo era.

Durante toda la tarde-noche las personas estuvieron en la piscina hasta que uno por uno se fueron yendo conforme el clima empezaba a ponerse más fresco.

Cuando ya todos los invitados se hubieron ido, Pablo y Lucas salieron de la piscina en dirección a la habitación del último, puesto que debían cambiarse para una cena que tenían esa noche. Dejarían a Jaime solo.

El pelinegro continuaba en la piscina, ya tenía la yema de sus dedos arrugada y la piel fría. Esta vez sin embargo, estaba hablando por celular en la punta sur de la piscina procurando que nadie lo escuchase.

—Entonces quieres decir que fue todo un éxito.—La voz al otro lado del teléfono hablaba a Jaime.

—Así es Esteban, nunca creí que fuese tan particular... Además ese ayudante tuyo está para chuparse los dedos.—Jaime movía sus pies bajo el agua.

—Sí, sí, Juanito es excelente en lo que hace, pero no cantes victoria, él ya tiene pareja. No obstante le caíste muy bien, y eso es bueno para que el empleo sea fácil de ejecutar.
—Jaime observaba cómo a lo lejos se acercaba Miguel.
—Bueno bueno, te dejo porque ya tengo que irme, me llamas para la siguiente oferta.—Sin dejar despedirse al hombre del otro lado de la línea, el pelinegro colgó.

Miguel se acercó timidamente hacia donde estaba Jaime, el mayor notó como los pectorales del pequeño estaban más formados.
Tiernamente recordó lo pasado hace algunas semanas.
—Hola amo Jaime...

Jaime al ver el gran cuerpo cálido de Miguel acercarse a él no pudo evitar ponerse nervioso, pero supo disimularlo. El pelinegro se sentó en el borde de la piscina junto a él.
—¿Mi padre ya se fue?—Propuso.

—Sí.—Responde secamente el empleado.

—Vaya Miguelito... Creí que nunca me hablarías, creí que ya me odiabas.

—¡Es tu culpa, de no haber dejado entrar a ese imbécil de David a tu habitación nada de esto estuviera pasando!—Exclamó el mayor.

—¡Espera un momento!—Jaime aclaraba la voz, y con un tono refinado y educado le respondió a su Miguel.
—No señor, Miguel. Estás completamente equivocado, yo no tengo por qué darte explicaciones pero sin embargo lo haré.
Yo no hice absolutamente nada de lo que piensas con David, solamente le estaba diciendo que me cubriera porque me iría de fiesta por esos dias. Es todo. Me parece una falta de respeto de tu parte que pienses eso de mí.

Miguel en ese momento se sintió como un perrito regañado, y es que Jaime tenía toda la razón. El moreno se encogió de hombros y miro hacia el agua azul de la piscina.

—Pero no te pongas triste, mi rey.—El pelinegro se le acercó a Miguel y le montó la pierna, mojando la de él.
—Sabes que yo te sigo queriendo.—Jaime observaba lo que había hecho con su pierna.
—Tienes la pierna caliente, déjame refrescarla un poco para tí.—Sin medirse Jaime se abalanzó hacia Miguel dándole un beso salvaje.
El mayor se ponía duro de a poquitos y siguió con el beso.

—Hace tiempo quería hacerte esto.—Entonó Miguel para luego besarle el cuello a su menor.

Miguel estaba loco por Jaime, desde hacía días que su amigazo no le daba una mamada, por lo que en ese instante estaba hecho llamas. El mayor mientras continuaba besando a Jaime metió la mano en la bermuda de él, sintiendo su pene semi erecto. Nunca se había atrevido a hacer eso, pero es que la ocasión lo ameritaba.

—Vamos, tócalo más, que se siente delicioso.—Susurró el pelinegro.

Miguel siguió manoseando el pene húmedo de jaime por encima de la bermuda mientras se lo comía a besos.

Fernando observaba la escena tras un pequeño arbusto.

LOS PECADOS DE JAIME LUZARDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora