Capítulo 42

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➷ೃ༄*ੈ✩ ✧ ➷ೃ༄*ੈ✩ ✧ ➷ೃ༄*ੈ

Agarré mi mochila y él llegó a la puerta de la oficina, venía con el traje de baño ya puesto, se veía tan jodidamente bien.

—Holaaa.

—Hola y adiós.

—Tengo la sospecha de que me estás evitando.

—Claro que no, te suspendieron una semana, es obvio que no te vería.

—Te invité a mi casa muchas veces, tu hermana me decía que no estabas y claramente si estabas en tu cuarto, cuando fui a la casa de Mon porque me dijo que estaba contigo, de pura casualidad ya te habías ido.

—No te estoy evitando — miré detrás de él, no podía verlo a la cara mucho menos a los ojos.

—Creo que sí lo estás haciendo.

—Bueno, tal vez un poco, pero no... perdón.

—Solo quiero saber qué pasa, ¿te hice algo?

—No, es mi culpa.

—Entonces... ¿por qué me evitas?

—No puedo estar cerca de chicos Ángel, después de ese beso yo... entré en pánico.

—Ash, yo no te haré nada...

—Lo sé... pero es algo que no controlo —me abracé a mí misma— cuando vienen aquí mismo otros chicos que no conozco... me entra un miedo de que me vayan a hacer lo mismo.

—¿Tienes miedo ahora mismo conmigo? —lo miré confundida, no sentía alguna señal de pánico.

—No... creo que no.

—Creo que eso significa que debes verme más seguido —dijo riendo— tranquila, entiendo que después de lo que te hizo ese imbécil estés así, pero todo pasará. Aun así, debes estar alerta siempre y si algún idiota se quiere pasar contigo, nomás dime y con mucho gusto, voy y le doy su merecido.

—La violencia nunca es la solución Ángel.

—Sí que lo es. Con imbéciles como ellos sí lo es.

—No...

—Si lo es, no creo que hablando con ellos resuelva todo.

—Tampoco los golpes.

—Pues Oswaldo creo que sí entendió a que no se debe meter contigo, y si lo hace no me interesa lo que me digas —rodeé los ojos.

—Pues si quieres quedar todo golpeado, adelante.

—No me importa mucho eso, considero que lo vale.

Después de un rato, pude verlo a los ojos. Una leve sonrisa salió de mis labios y las estúpidas mariposas comenzaron a sentirse. No supe qué decir, así que lo abracé.

—Gracias —susurré.

—No tienes nada que agradecer.

Me alejé de él; pude ver que estaba sonriendo. Su sonrisa siempre ha sido tan hermosa y perfecta.

—Ahora mismo, quiero que me perdones.

—¿Perdonarte? —lo miré confundido.

Después de decir eso, me cargó y comenzó a correr hacia la alberca.

—¡ÁNGEL NO! —dije al darme cuenta de sus intenciones— No traje ropa, Ángel.

Fue demasiado tarde porque, cuando menos me di cuenta, ya estaba sacando mi cabeza del agua; lo miré mal. De mala gana, me quité mis tenis.

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