En Madrid

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Mi tren llega a Madrid sobre las diez y quince de la mañana, he venido por una entrevista de trabajo, el viaje de camino no ha sido de lo más agradable, digamos que a algunos viajantes se les olvidó el por qué existe la ducha, el desodorante y hasta el enjuague bucal, pero bueno, allá la gente con su mala memoria e insalubres hábitos. Yo únicamente lo he mencionado porque mi estómago no ha podido ignorar el asunto, se retuerce, tiene ganas de vomitar y a mí es que empieza a molestarme que todos alrededor me vean, murmuren y hasta den por sentado que debo estar preñada. Pues, no es así. Estoy perfectamente y para demostrárselo a todos me pongo en pie, abandono el vagón, luego la estación, tomo un taxi y le pido al conductor que me lleve a la revista Places.

Allí me entrevistarán, soy periodista de diarios impresos, pero nunca he ejercido mi profesión porque cuando me gradué abandoné mi país y desde que llegué a Barcelona tuve que dedicarme a otras actividades para poder sobrevivir. Limpio casas, y doy mi palabra de lo hastiada que estoy de ello, pero reconozco que gracias a esa labor he conseguido sobrevivir lejos y por mi propia cuenta. Conozco gente que ha salido como lo hice yo y por una u otra razón ha conseguido menos. Incluso volver. De manera que, sopesando los pros y los contras de irse a vivir de modo independiente y hasta lejos de mi país, mi situación y mi trabajo temporal no están tan mal.

Lo hago cinco días a la semana, en lugares distintos y con gente diferente desde todo punto de vista. Los hay sumamente amables y llenos de empatía, los convencidos de su superioridad y de que todo en contra del asistente está permitido, y finalmente los que ignoran que existo. Apagar e irme es una opción que siempre ha estado en mi mano, pero cuando mis derechos me los concede un carnet con un numerito, entonces el apaga y vete no es una buena decisión. En la cola del desempleo, la miseria y el trato injusto hay miles con número y carnet, y en la de los sin estos hay muchos más. En cualquier caso, toca apechugar (aguantar), tirar para adelante y confiar en ti como nadie lo hará, pues esa opción es la correcta, aunque no siempre la preferida.

Por ello accedí a llevar a cabo esta entrevista, salir de la única zona de confort que conozco, viajar un montón de horas, soportar una atmósfera indeseable en el tren y actuar como si nada en cuanto llego a la sede de la revista donde me esperan. Están especializados en hostelería, turismo y excursiones, y las imágenes que venden en su web da para pensar que son verdaderos expertos. Puede que por ello no me sorprenda que cuando accedo a sus instalaciones, corroboro la magnificencia de la misma y el lujo que precede al mostrador donde hay una chica al teléfono. Me acerco, le cuento que vengo a una entrevista con el señor Domínguez-Lara, la impoluta me dirige una fugaz mirada con sus ojazos bien maquillados, garabatea una nota que no alcanzo a entender y finalmente se digna a murmurar:

—Quinta planta, oficina 117, Departamento de Recursos Humanos.

Asiento con la cabeza, sonriente, aunque confieso que no sé por qué después del modo tan frío en que me han aportado la información.

Pero bueno, como no quiero detenerme ni darle vueltas a si la señorita que me ha atendido a desayunado cereal o escorpiones, le doy las gracias, me vuelvo, camino hacia el ascensor, veo que está extremadamente limpio, sus espejos relucen como diamantes y las luces en el techo son tan claras como la luz natural. Suspiro. Me cuesta no sentirme ufana porque en mi futuro trabajo, por cierto, uno muy esperado después de manipular tanto legía y antical, será en un bonito edificio y con más personas con las que podré interactuar.

En mi actual empleo no suelo hablar con nadie, me remito a hacer mis labores, pegada al auricular, previo permiso de mis jefes, y escuchando música sin interrumpir ni ser interrumpida. Ese es el común denominador en la vida de las empleadas del hogar. Sí, algunas, a veces, pueden decir que mientras hacen sus labores están en contacto con la gente para que trabajan, un porcentaje ínfimo puede hablar de que las consideran como de la familia, pero la mayoría, sobre todo las que trabajamos por horas, somos el famoso cero a la izquierda. A cada casa donde vamos únicamente nos limitamos a barrer, fregar, hacer camas, asear baños, lavar, secar y planchar, y algunas veces hasta ayudar en la cocina, pero esto último no es mi caso. A Dios gracias.

Esto nada más me pasa a mí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora