¿Tú otra vez?

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El viaje a Madrid no fue bien, he regresado a Barcelona sin un contrato de trabajo, sin buenas noticias para Kim y seguramente con lo que muchos de mi entorno esperaban, el rabo entre las piernas. A mis jefes no les hizo ninguna gracia cuando les conté que iría a una entrevista de trabajo, así que supongo que se regocijarán cuando les diga que seguiré en contacto con la lejía, el antical y la malparía fregona.

¡Que arrechera!

Supongo que, aunque no se los quiera contar, y que de hecho no quiera hablarle a nadie de mi desastrosa experiencia, tendré que hacerlo porque la mayoría espera que le cuente si deben buscarse a otra chacha o si, por el contrario, seré yo quien siga haciendo ese papel. Estamos a día jueves y me toca presentarme en la única casa donde podré acudir estos días por eso de que he estado fuera de Barcelona, es la de los Moliner, Kim y yo vamos en el carro (coche, vehículo) que compramos entre las dos hace tres años, un Seat del noventa muy bien conservado, y que por el día que es, le toca a Kim.

De lunes a miércoles es mío, llevo a Kim al trabajo, hago mis diligencias, puedo perderme si quiero, pero el jueves a primera hora debe estar estacionado frente al edificio donde vivimos porque a partir de ese día le toca a Kim. Los domingos nos lo jugamos a suertes, lanzamos una moneda al aire y quien saque la cara vencedora se lo puede quedar, aunque cuando me toca a mí, casi siempre se lo dejo a ella.

Ella hace un domingo al mes cuando la farmacia está de turno, así que para que no vaya al trabajo en bus, le cedo mis derechos. Igual yo no salgo porque me resulta muy perezoso y a parte del sábado, es el único día en que puedo descansar antes de volver al trabajo. Ya los sábados los utilizo para hacer las labores que me tocan en el piso, por lo general lavar y cocinar para toda la semana, así que el domingo es tan sagrado para mí que no tiro de él ni porque me ofrezcan oro. En fin, que Kim me deja en casa de los Moliner, entro a la vivienda gracias a que la señora me ha confiado una llave y en cuanto la mujer oye el ruidito que hace la puerta pregunta si soy yo.

—¡Sí, senyora Olivia, soc jo Marni, bon día! —respondo en un escueto catalán que inmediatamente cambio a castellano para evitar confusiones a la hora de que la señora empiece a darme órdenes.

Es de mis mejores clientas, pero también es mandona, parece ignorar que las horas tienen sólo sesenta minutos y que yo trabajo para ella unos trescientos a la semana más o menos. Y digo más o menos porque si en alguna ocasión necesito marcharme antes, ella lo ha comprendido perfectamente y a la hora de pagarme no se le ha ocurrido descontarme nada, pero cuando me pide quedarme un poco más debo acceder, conformarme con cobrar como si hubiera hecho sólo los trescientos minutos y actuar como si nada.

Pero bueno, supongo que la cosa es así en todas las casas donde tienen asistenta por horas, de manera que no le doy más vueltas, pongo mis cosas en uno de los cuartos de baño de la casa, me dirijo al lavadero y cojo mis herramientas para limpiar. La casa en sí es grande y debo darme prisa si quiero tenerla lista para antes de las dos cuando aparezcan los hijos de la señora Moliner, pero lo veo complicado porque apenas pongo en marcha la aspiradora, la mujer se planta delante de mí y empieza a contarme que el fin de semana se fue a Lleida con su marido y acabaron discutiendo.

¡Cuándo no es pascua en diciembre!

Noia y todo porque nos llevamos a los perros y uno se hizo caca en el coche -me pone al corriente—. ¿Te lo puedes creer?

La miro con cara de circunstancia.

Desde luego que me lo creo. ¡Coño que si a mí un perro se me caga el carro lo mato!

—¿Y qué hicieron? —pregunto como si realmente me interesara la anécdota.

Niega con la cabeza. Luego se inclina, coge a uno de los animales a los que el señor Moliner seguramente desea arrancarle los ojos y lo besuquea. Es un Terrier de algo menos de dos años al que la mujer quiere más que a cualquier ser viviente en esa casa, y por el que ha tenido más problemas porque el muy asqueroso es un cagón. Sí, sé que deben estar pensando que es normal que un perro cague ya que está vivo y como cualquier ser vivo, come, caga y duerme, pero coño que el muy desgraciado no hace más que cincuenta centímetros y parece un contenedor de mierda.

Esto nada más me pasa a mí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora