Lejos de Madrid

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¡Me quiero como moriiiiiir!

En la puerta no sólo está Henry sino también el señor Braam. Éste sonríe a la mujer, ella le corresponde, se apresura a coger a Ainoa en brazos, presiona sobre la tablet para reducir el volumen de la música, sale en volandas al encuentro del marido y empieza a aupar a la nieta por intentar llamar a Henry papá. Éste último se muestra entre sorprendido y feliz. Yo es que no creo que sea necesario explicar que también he reaccionado, pero corriendo al otro lado de la encimera, agachándome, cerrando los ojos, suplicando que haya un terremoto y que tras este nadie se acuerde que estaba bailando como loca en mitad de la cocina y, además, estaba en pantaletas y sostén.

¡Coño de la madre Marni, a ti debió cagarte un pájaro y mearte un perro! Estás más salada que la cola de la sirenita.

El señor Braam y Henry empiezan a hablar en su jerga. La intervención de la señora Inés les obliga a volver al español ya que la mujer no puede creer o finge, la verdad es que no lo sé, qué hacen allí cuando se supone que volverían al día siguiente. El señor Braam sonríe. Luego explica que Henry ha hecho lo que tenía que hacer y que no dudaron en volver a casa cuanto antes. La señora Inés se muestra emocionada. Vamos, tanto es que hasta da la impresión que está en un concurso de belleza y su nombre ha salido a relucir como la ganadora. Entorno los ojos.

¿En serio, señora Inés? ¡Que estoy escondida detrás de la encimera de su cocina! ¿Será que puede pasar de la euforia del certamen y deshacerse del marido y del hijo para que yo pueda escabullirme a mi habitación?

Un siseo inusual en la mujer me hace volver a mi realidad, estirar un poquito el cuello y sorprenderla abrazando a Henry el cual se hace con Ainoa. Sigue emocionado por la declaración de la hija y no lo culpo. La niñita no sabe decir nada, el día anterior me sorprendió al sentirla balbucir sus primeras palabras, de manera que, que ahora suelte alguna y que esta sea identificando al padre, es montar un jolgorio.

—¡Dios, pero que o hagan en otro lado! —murmuro—. ¡Venga, hazme el dos (favor)!

—¿Marni? —oigo decir y entonces me muerdo la lengua, abrazo mis piernas y empiezo a implorar que el señor Braam, que es quien me ha solicitado, no se acerque a donde estoy—. Querida, ¿dónde te has metido? ¿Ocurre algo?

Henry sacude la cabeza como advirtiéndole al padre que no vaya a empezar. Inmediatamente después le entrega a la hija, camina en dirección a la isla, trago, siento como si por la garganta me bajara un torrente de tierra, presiento que no podré evitar que se acerque y me vea tal como voy, pero no lo hace. Lo que hace es detenerse a un lado de la isla, veo la parte baja de su pantalón, sus lustrosos zapatos y lo caros que deben ser porque no están deformados.

Marni, ahora mismo te vendría bien contar con una pastilla de chiquitolina (pastilla que tomaba El Chapulín Colorado para empequeñecerse) o un trozo del bollo que se comió Alicia para hacerse chiquita y así podrías salir corriendo sin que te vean.

—Te ves preciosa —confiesa el señor Braam a su mujer—. Si hubiera sabido que te pondrías tan sexi, habría tardado menos.

La señora Inés se carcajea. Aprieto los dientes. Me cuesta creer que la mujer esté allí flirteando con el marido olvidando que estoy empotrada debajo de su encimera.

Marni, tú a esta te la suenas bien soná (reñir) cuando salgas de esta.

—Vale, Braam —dice ella al percibir que el marido, además de estársele poniendo melosito (cariñoso), también empieza a meterle mano ignorando que el hijo está allí, aunque con evidentes ganas de enterrar la cabeza bajo tierra como los avestruces.

Esto nada más me pasa a mí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora