Epílogo

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Estoy tumbada en una hamaca de playa en mitad del Caribe, concretamente en Aruba donde los Van Bokhoven tienen una casa, hemos decidido disfrutar unos días lejos de España, así que aprovecho para tomar el sol, respirar aire puro y hojear el libro sobre la apraxia que la señora Isabelina me regaló. Llevaba mucho tiempo deseando averiguar qué decía y ahora que cuido de Ainoa quiero estar al corriente de todo cuanto le beneficie. Tres meses es el tiempo que llevo aplicándome en mi tarea y la verdad es que me siento muy feliz porque siento que le estoy cumpliendo la promesa de cuidarla y ser su mejor amiga, así como de ser su tutora.

—Mamá —susurra Henry en mi oído—. Es lo que eres de Ainoa, como ella te ve y también como te dice.

—Mami —le corrijo—. Me llama mami. Me cuesta creer que lo haga, pero creo que es así porque no debe notar la diferencia entre "Marni" y "Mami".

—Ni hablar —me contradice—. Conoce perfectamente la diferencia. Es sólo que te cuesta aceptarlo porque te emocionas siempre que la escuchas.

Me hago la loca al sentirle decir eso. Sé que tiene toda la razón. La pequeña ha empezado a llamarme "mami" hace muy poco y me emociona tanto que casi siempre que la escucho que se me atiborran los ojos de lágrimas porque la quiero y me satisface tanto que progrese en el habla que no puedo evitar sentirme como si fuera realmente su madre. Desde luego yo no soy la única que se siente así ni que se emociona cuando la escucha decir hasta lo más mínimo. Henry y sus padres también están que no caben en sí. En el caso de Henry es porque Ainoa ha pasado de llamarle "pá" a decirle "papá". Deberían ver como se le ilumina el aura.

A su mamá, como es normal, también se le crece el orgullo. Aun no la llama abuela, pero le dice "ita", pues yo le repito que es la abuelita. Con el abuelo Braam también ha optado por usar el sufijo "ito", ya saben, por lo de abuelito, y la verdad es que al hombre la sonrisa no le cabe en la cara cuando la siente llamarle así. Siempre la está aupando. Es tierno verle. De hecho, durante la última visita con el médico él y la señora Inés nos acompañaron y se emocionaron una barbaridad cuando el doctor dijo que todo cuanto Ainoa estaba haciendo no es otra cosa que señal de que está aprendiendo y que conseguirá superar su discapacidad.

Se preguntarán lo que pienso respecto a que no soy su madre y que es casi un hurto que me trate como si lo fuera cuando su madre no está muerta, pero, verán, es como si aquella lo estuviera. Desde que Henry le hizo entrega de lo que le pidió no hemos vuelto a saber de ella. Sé que Henry me había contado lo que había pasado, pero yo sentía que debía preguntarle y ahondar más en lo que fuera que hubieran acordado y lo cierto es que me respondió que, tras darle a Cristina dinero y el ático de Barcelona, ella le dejó muy claro que no quería saber nada más acerca del asunto.

No la señalo, no soy quién para hacerlo, y Henry, a su manera, tampoco. Sigue firme en no ocultarle a Ainoa quién es su madre. De hecho, tiene claro que, si en un momento dado la pequeña expresara su deseo de conocerla, él lo permitirá y creo que hace bien. Quiero Ainoa tanto que me parece injusto que creciera en una burbuja, que las personas que dicen amarla le mientan y que se nieguen a contarle la verdad si ella así lo decidiera.

Desde luego, en ese asunto hay quienes no están de acuerdo con lo que Henry ha resuelto, me refiero a sus padres y, aunque es cierto que sus argumentos son sólidos, el meollo aquí es que no sería justo decidir por Ainoa pues, nos guste o no, ella tiene una madre y por experiencia sé que quienes sustituyen figuras paternas, por muy bien que lo hagan, no siempre consiguen llegar a todos los rincones del alma que protegen.

Lo digo porque me crié con mi abuela y aunque confieso que esa mujer fue y sigue siendo la figura más importante de mi vida, también tengo presente que no era mis padres, pero que gracias a que ella nunca me prohibió saber de ellos ni conocerlos, entonces aprendí a diferenciar cuán valiosos eran unos y cuán la mujer que ocupó su lugar, y gracias a la cual acabé por comprender que no sólo son padres los que engendran, sino que más allá de los lazos consanguíneos hay unos que se entrelazan y pueden acabar siendo tan sólidos e irrompibles como las cadenas más fuertes hechas nunca.

Esto nada más me pasa a mí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora