Adiós al pasado

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Kim mira con asombro el medallón que la señora Martínez me ha regalado. Dice no comprender por qué la mujer se ha querido desprender de algo que a la vista parece muy valioso, pero acaba comprendiéndolo en cuanto le cuento que se regresa a Veracruz.

—¿Marni, tú te aseguraste que se va y no de que está enferma? —añade, preocupada—. Mira lo que ha pasado con la señora Pérez Font. A lo mejor la pobre mujer no se encontraba bien, pero no te lo dijo.

Me muerdo el labio.

Coño, Kim tiene razón. ¿Y si la señora Martínez está enferma y no te lo quiso contar?

—Kim, no le pregunté nada, pero no creo que se haya atrevido a ocultármelo porque lo cierto es que desde que la conocí no paraba de decir que quería volver a su patria —suspiro—. De hecho, creo que su decisión ha tenido que ver con la reciente visita de su hermano.

Kim se muestra tranquila. Conoce gran parte de mis charlas con mis ahora ex clientas ya que cuando estamos en casa, solemos hablar de cómo nos va en el trabajo y yo nunca he pasado por alto las conversaciones que solía tener con la señora Martínez, la señora Isabelina y la difunta Pérez Font.

—Bueno —dice—. Al menos sabemos que no está enferma y que se va por añoranza. Sería bien triste pensar que te regaló algo tan bonito sólo para que la recuerdes.

—Y lo haré, Kim —doy por hecho—. Ella se va, ignoro si volveré a verla y si no es así, el medallón y todas las cosas lindas que me dijo hoy será todo lo que tenga para recordarla.

—¿Te dijo cuál sería su dirección o su teléfono allá en México? —me invita a sentar alrededor de la mesa ya que estamos de pie—. Quizá no puedas visitarla inmediatamente, pero quién sabe si luego.

—Tengo esos datos desde hace tiempo —me levanto de la mesa y voy a la habitación de donde regreso con una libretita—. Hace un par de años me los dio, dijo que de volver lo haría a un rancho que era de su familia. La dirección me la apuntó en esta libreta y el número de teléfono fijo también está allí. Sé que debí confirmarlo, pero la mujer no quería que me quedara un minuto más en su casa. Con decirte que casi me echó.

Kim coge la libreta. Checa los datos que hay apuntados atrás, el número de teléfono y el de correo postal que sigue, así como el nombre y el número que identifica el rancho.

—Parece una dirección importante —deja la libreta a un lado—. Me pregunto si la señora Martínez no será una de esas personas importantes en su país y acá pasaba desapercibida como la señora mayor que vivía en un departamento humilde.

—En el tiempo que trabajé para ella conocí a dos de sus hermanos y la verdad es que parecían gente muy normal —cojo la libreta—. Ahora bien, sé que varios miembros de su familia han estado viviendo acá, que un sobrino suyo está radicado en Madrid y tengo entendido que otros vienen con cierta frecuencia.

—¿Y te dijo cuando se marchará? —acuña los dedos de las manos.

—Sí, en un mes —miro el sobre—. Me ha parecido un periodo de tiempo muy corto porque ya sabes que eso de mudarse no es soplar y hacer botellas (que no es fácil), pero me da que ya lo tenía previsto porque junto con el medallón me ha dado ese sobre.

Kim observa el envoltorio. Sé que al igual que yo sabe que dentro hay dinero, pero no se detiene a averiguar más sobre ese asunto. A decir verdad, se descompone, preveo que es melancolía, especulo si tiene que ver con ella y Carles, así que me apresuro a interrogarla. Responde que todo está bien entre ellos.

—De hecho, ya ves que hasta me presentará con la familia —hace un mohín.

—¿Y entonces? —decido arrastrar la silla junto a la de ella.

Esto nada más me pasa a mí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora