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Insoportable. El sonido del despertador era insoportable.

Le pegó un manotazo y siguió durmiendo. Tocaron la puerta.

—¡Chuuya! ¡Se te hará tarde! —Gritó su madre.

—¡Vete a la mierda!

—¡Chuuya Nakahara, levántate ahora mismo o te voy levantar yo!

—¡Púdrete!

Kouyou abrió la puerta violentamente y lo sacó del futón por las malas.

—¡Que te levantes, he dicho! —Le espetó, zarandeándolo— ¡Ve a vestirte!

Chuuya Nakahara, catorce años y un humor del diablo. Vivía en un apartamento de cuatro tatamis con su hermanita y su madre. Estudiaba en el Stray Dogs High School, una escuela que apreciaba las artes, los deportes y la inteligencia.

Y lo odiaba.

Se bañó por las malas, se puso el uniforme y se fue de casa sin desayunar o despedirse. Torbellino Chuuya, le decía su hermanita.

Dazai lo estaba esperando a la entrada.

—¿Te quedaste dormido? —Preguntó.

—Cierra la bocaza —Gruñó el pelirrojo.

—Oh, ya veo. Estás de malas hoy.

—Sí, así es. Ahora cállate.

Entraron juntos, con Chuuya sintiendo arañas en su estómago, una sensación que tenía cada vez que veía al castaño.

—¿A dónde vamos? —Preguntó Nakahara.

—Al coliseo. Fyodor ya está allí. Nos está guardando puesto.

—Claro. Fyodor.

El coliseo era más bien pequeño, pero todos cabían allí. No les costó divisar a Fyodor Dostoyevski, quien estaba en la primera fila.

—¿Por qué en la primera fila? —Protestó Chuuya.

—Porque sí. Camina.

—¡No me des órdenes!

Se sentaron junto al ruso, quien los saludó levemente con un movimiento de cabeza. Poco después, llegaron Gogol y Sigma con prisa y se sentaron. Tenían las manos entrelazadas.

—¿Esa manito? —Preguntó Dazai con picardía.

—¡Cierra el pico! —Chistó Sigma— La culpa es de Gogol.

—Primero —Se defendió el albino—, una dama como tú no debería ser tan grosera —Sigma le sacó la lengua—. Y segundo, no fue mi culpa. Penitencia es penitencia, hay que cumplir.

—Si, si, pero de cumplir una penitencia a pegarnos las manos con PegaLoca hay tres pueblos de distancia.

—Perdón, ¿que hicieron qué? —Preguntó Fyodor, rompiendo su silencio.

Una maestra siseó para hacerlos callar. Todos los estudiantes (o la mayoría) ya estaban en el coliseo, y los directores parecían a punto de hablar.

—Buenos días —Saludó finalmente el director Fukuzawa—. A los nuevos estudiantes les doy una calurosa bienvenida, y a los antiguos les digo que es un placer verlos de nuevo con nosotros.

Para ser sinceros, el grupo de amigos dejó de escuchar en cuanto el director dio los buenos días y se pusieron a pensar en cosas irrelevantes. El único que parecía prestar atención era Fyodor.

—... Así que pueden ir a sus salones —Terminó el director Mori.

Dazai se sorprendió. ¿En qué momento habían dado todas las orientaciones? Miró a Fyodor.

Adolescencia  //BSD//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora