Epílogo

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Sin contar algunos inconvenientes que tuvieron con la maestra de tecnología cuando unos documentos se les borraron del computador y no pudieron enviar la tarea a tiempo, el resto del año escolar se pasó volando y sin problemas.

Salieron sin entender exactamente qué estaba pasando, pues perdieron clase tres días la penúltima semana, y la última semana no tuvieron clases. No se dieron cuenta en qué momento estaban en vacaciones, porque todo llegó demasiado de repente.

En cierta parte, les aliviaba un montón, pues ya no iban a sentir la presión de entregar tareas y talleres, ni iban a tener exámenes sorpresa por los próximos tres meses, un poco más, un poco menos.

Por otro lado, les oprimía el corazón la idea de tener que despedirse de Fyodor.

El ruso se iría a Inglaterra en un par de días, así que sus amigos se ofrecieron a ayudarlo a empacar sus maletas, pues él se había negado fuertemente a que lo acompañaran al aeropuerto.

Iván se quedó en el piso de abajo, lavando la casa. Estaba bastante deprimido, lo cual a Dostoyevski le daba una mezcla de gracia y tristeza. No sabía cuándo lo iba a ver de nuevo, o si tan siquiera volverían a verse. Iván fue más su padre que su padre biológico, y para él fue más que un hijo. El adiós les iba a partir el corazón a ambos.

—Es una pena que Iván vaya a regresar a Rusia —Comentó Dazai—. Si tú vas a irte tan lejos, me hubiera gustado que se quedará con nosotros, así como tener un pedacito de ti acá.

Chuuya suspiró.

—No es que esté en desacuerdo, pero tienes que dejar de querer reemplazar a las personas con otras personas, Dazai.

—¡Pero no sería un reemplazo!

Sigma se rió. Fyodor le señaló la boca.

—¿Qué tal tu colmillo? —Preguntó.

—Mal —El chico hizo una mala cara—. Es un colmillo rebelde. Nada que baja. Además, cada vez que el doctor quiere hacer un poco de presión para que baje más rápido, la encía se inflama. Va a ser imposible sacarlo si sigue así.

—Si yo estuviera en tu lugar, dejaría el diente tal y como está.

Chuuya y Fyodor le lanzaron una almohada a Dazai al mismo tiempo.

—¡No seas tan conformista! —Lo regañaron, y el castaño rió.

—¡Eh, déjenme! ¡En la constitución dice que todos tenemos derecho a expresarnos!

Todos se rieron, y siguieron empacando. Gogol tomó en sus manos a un peluche en forma de oso.

—¿Y este pequeño cómo se llama? —Preguntó, lanzándoselo al ruso, el cual lo atrapó al vuelo.

—Se llama Osito —Dijo, y luego advirtió rápidamente:—. Nada de burlarse del nombre. Se lo puse cuando tenía cinco años.

—Yo tenía un gato de peluche que se llamaba Gatito —Comentó Chuuya—. Se lo presté a Izumi para que lo llevara a la guardería y no regresó a salvo a casa. Hay niños muy salvajes ahí.

—Lo siento mucho por Gatito, siempre estará en nuestra memoria —Dijo Gogol solemnemente. Sigma le dio un puño.

Era extraño que en esos momentos las conversaciones fueran tan cortas. En otra ocasión, podrían haberse quedado horas hablando de sus peluches y de los nombres que les ponían, pero realmente ese día no tenían muchas ganas de conversar. El peso de tener que despedirse ese día les cerraba la garganta.

La casa se estaba quedando vacía. El cuarto de Fyodor ahora sólo tenía unas pequeñas montañas de cosas, que poco a poco estaban desarmando para clasificar si algo iba para llevárselo a Inglaterra, o si se iba a donar. La habitación se había llenado de cajas de cartón llenas de lo que antes contuvo la esencia de su dueño. Incluso les pareció que la iluminación había menguado.

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