✉𝘓𝘢 𝘭𝘭𝘦𝘨𝘢𝘥𝘢

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Después de muchos contratiempos por fin llego a su hogar. Lucía un traje en verde esmeralda, un cubre bocas negro y lo acompañaba de su sombrero también del mismo color. Entre sus cosas estaban guardadas su bastón, su libro y su metralleta.

Al entrar encontró a un montón de personas gritando dentro del lugar. Se sorprendió más al ver a su padre enojado y hasta la coronilla de todos ellos.

—Bien, él es mi mano derecha. Drako me ayudara con ustedes, insolentes— les dijo de manera fría. — Me respetaran sea esta la última decisión y la solución de mis problemas con ustedes.

—Encantados hijos— les dijo este, sus ojos no mostraban nada de vida.

—Ese es una estúpida máquina— le dijo Juan mientras lo miraba.

—Tenme respeto, sabandija— le dijo mientras lanzaba rayos.

—Uy que miedo te tengo, mira como tiemblo— dijo mientras imitaba como temblaba.

—Juan, siéntate por favor— le dijo Zorman que estaba a su lado.

Pero Juan seguía haciendo caso omiso a las palabras de sus contrarios. Drako por su parte ya estaba bastante harto de él y solo llevaba 10 minutos.

— ¡Qué te calles, mamahuevo! — le dijo mientras por fin lo mataba.

Pero, cuando lo hizo, pudo ver a un hombre de cabello negro, ojos verdes y unas gafas. Llevaba una bata de laboratorio, se veía sumamente hermoso. Encandilado de cómo se veía aquel hombre se quedó callado.

En su mente se repetía que tenía que pedir el nombre de aquel hombre hermoso que sus ojos vieron. Por alguna razón aparente, le gustaba mucho el color de los ojos de él, le llamaban mucho la atención.

Cuando todos se fueron él se quedó solo con el Profeta, este no le dirigió una sola palabra y se fue. De la nada, volvía a tener cuatro años, no había nadie en ese desolado lugar; se sentía triste...

Ese lugar era algo que no extrañaba, era algo que definitivamente no le gustaba. Decidió salir a dar una vuelta por los pueblos para conocerlos y se volvió a topar con ese hombre de ojos color esmeralda; decidió pedir su nombre, le llamaba mucho la atención.

—Oye, ¿Cuál es tu nombre? — le pregunto mientras lo miraba con ojos de soñador.

— ¿Mm? — el contrario se giró a verlo. — Oh, mucho gusto Drako. Yo soy Zorman ¿Te puedo ayudar en algo? — le dijo mientras le miraba fijamente.

— ¿Sera posible que me enseñes el pueblo? — le pregunto sin sacar su vista de esos ojos que llamaban tanto su atención.

—Claro, creo que no tengo nada que hacer así que no hay problema— le dijo mientras se giraba para empezar a caminar.

Drako iba atrás de él observando el pueblo verde, era hermoso. Era un lugar muy tranquilo, sus habitantes llamaban su atención al verlos correr de un lado a otro gritando.

Eran raros, muy raros, pero mientras más escuchaba del lugar se sentía inundado de la amabilidad del hombre que lo estaba guiando. Su corazón cada segundo se sentía más rápido, sentía que se iba a desmayar pero estaba feliz.

No entendía que le pasaba, quería saber que tenía más no pregunto. Aprovecho ese momento de felicidad a sabiendas que nunca más lo volvería a sentir, aprovecho su libertad porque no volvería a ser libre, aprovecharía cada que podía salir antes de ser encerrado de nueva manera.

Aunque al final llegaron hasta el final del pueblo verde y no presto nada de atención, sentía, por un momento, tristeza por tener que dejar a aquel hombre pero se alegraba el poder explorar desde ese lugar y poder encontrar a alguien que pasara por ahí.

Eso era, el aprovecharía eso; pero antes de irse a explorar solo le dijo algo al pobre Zorman que estaba con en.

— ¡Cuando estés libre, Zorman, cojamos! — le dijo con mucho entusiasmo.

Zorman no esperaba eso, se alejó un poco con miedo.

— ¡No, no voy a coger contigo! — le dijo mientras su miraba delataba el gran miedo que sentía en esos momentos.

— ¡Entonces yo cogeré contigo! — dijo con cierto entusiasmo.

— ¡Aléjate, diablos! — le grito para acto seguido salir corriendo del lugar.

Oh, así que no le gustaba. Pero tal vez era el día, tendría que pedirle otro día.

— ¡Algún día te dejaras, Zormanos! — le dijo mientras sus ojos delataban un inevitable brillo de felicidad.

Aunque Zorman nunca lo escucho, porque lo dijo cuándo él estuvo lo suficiente lejos. Cuando estuvo solo se quedó parado en aquel lugar, no sabía qué hacer, ahora se sentía solo. Camino un poco en busca que hacer pero su estómago empezó a gruñir.

—Aun puedo aguantar unos días más— se susurró mientras se tocaba la panza.

Después de haber comprado todas las cosas no volvió a tocar bocado, aun no comía nada, pero realmente ¿A quién le importaba? A nadie, nadie lo quería lo suficiente para darle una mísera comida.

No existía un alma tan piadosa para hacer un acto de ese calibre, no había nadie tan bueno como para imaginar que le diera un poco de comida.

—Aun puedo aguantar unos pocos días— se volvió a susurrar mientras caía de rodillas en aquel césped tan suave y perfecto.

No, realmente no podía aguantar unos días más. Pero tampoco quería volver donde el Profeta, no quería ser encerrado en algún cuarto como cuando fue niño.

Pronto las lágrimas salieron, no quería volver a su pasado, no tenía que demostrar una sola emoción, tenía que sepultar todas esas emociones que burbujeaban por salir.

—Tienes que ser la mano derecha perfecta— se dijo mientras aun tocaba su estómago.

Le dolía, dolía tanto. ¿Por qué Dios era así con él? ¿Había hecho algo malo en su niñez que no se acordaba? Empezó a rogar con que se le perdonara, cualquier cosa que había hecho de pequeño no había sido a propósito, que aquella mujer lo había encontrado a él. No quiso hablar con ella, no quería incumplir con las normas.

Las saladas lágrimas seguían cayendo de sus ojos, sus sollozos no eran escuchados por nadie. Se sentía tan solo que no podía decir a ciencia cierta cuando cayó desmayado del hambre. Pero cuando se despertó había un hombre un mechón amarillo.

—Oye, ¿te encuentras bien? — le pregunto con cierto tono de preocupación.

—Sí, no te preocupes hijo— le dijo mientras bajaba la cabeza, no podía mostrar sus hinchados ojos por llorar.

El hombre apretó los labios para finalmente suspirar.

—Está bien, te dejo un poco de comida. Creo que debió ser cansador el viaje hasta estos paramos así que... —le dio un poco de carne— espero sea suficiente.

Y tras eso, se dio la vuelta y camino hasta algún lugar lejano. Drako vio la comida, parecía tan apetitosa y no dudo ni dos minutos en darle un mordisco a esos filetes. Volvió a derramar lágrimas al ver que sabía bien, no como su última comida.

—Gracias señor raro— le susurro mientras se secaba las lágrimas que caían infinitamente de sus ojos.

Oh, ese simple y pequeño acto le alegro más de lo que creía. Cuando pueda le preguntaría su nombre a ese hombre de cabello flameante.

Fake HistoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora