CAPÍTULO: 9

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ABRIL

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ABRIL

Bruno se mantiene con los brazos cruzados sobre el pecho, dejando a la vista los tatuajes de su antebrazo y esperando saber cuál será mi siguiente movimiento. Si me preguntasen ahora mismo no podría explicar por qué mi mente decide centrarse más en las runas antiguas que decoran sus nudillos que en lo realmente importante.

—¿Qué haces tú aquí? —pregunto por segunda vez, zafándome de su agarre—. Y mi nombre es Abril, no...

—Ángel.

—Eso... ¿A qué ha venido eso?

Bruno perfila sus dientes con la punta de su lengua, disfrutando, como si el momento le resultase cómico. A su actitud chulesca hay que añadir que, en ningún momento, ha apartado su mirada de mi cuerpo, lo que todavía me hace sentir más incómoda. Cruzo mis brazos a la altura del pecho y, cansada, hago el amago de volver a la fiesta de nuevo.

¿Ángel? Será idiota.

—¿Qué hacías tú aquí fuera? —me pregunta elevando el tono de voz. Mis pasos se detienen—. ¿No deberías estar disfrutando de la fiesta?

Debería. Tú mismo lo has dicho.

Como si una enorme losa de cemento le aplastase los hombros, me doy la vuelta hasta toparme una vez más con esa intensa mirada de color azul. Jamás pensé que unos ojos podrían ser del color del mismísimo océano. Aunque tampoco conozco un lugar que esconda tantos secretos en su interior.

—Necesitaba tomar un poco el aire.

—Entonces es mejor que salgamos fuera, ¿no crees?

Confusa, observo como Bruno sonríe mientras se encamina hasta uno de los arcos de piedra que resguardan los jardines. Sin apenas esfuerzo, salta con ambos pies hasta posicionarse de pie sobre la hierba que recubre el suelo del exterior. Bajo la suave luz de la luna, contemplo más detenidamente como el pelo de Bruno es tan negro azabache como el de su hermana melliza, la marcada forma de su mandíbula, el hoyuelo que se forma en su barbilla cuando sonríe y como el tono natural de su piel contrasta con la tinta del tatuaje que le nace en la nuca.

—¿Piensas quedarte ahí toda la noche?

—¿Qué te hace pensar que quiera estar ahí contigo?

—Serías la primera que rechaza pasar una noche conmigo, ángel.

—¡Es Abril!

—¿Vienes o no?

Ojeando los alrededores del hotel, trato de posicionar en una hipotética balanza la idea de quedarme con Bruno un rato más y descubrir qué narices hace en la inauguración del hotel, y la idea de volver a la fiesta donde seguramente me tocará responder a preguntas incómodas de los muchos socios de mi padre y sus familias. En cuestión de segundos, a balanza a poco se desploma hacia el lado ganador. Es por eso que retrocedo sobre mis pasos y vuelvo al punto de partida, junto al arco de piedra donde he tenido la suerte o la desgracia de encontrarme con Bruno, quien se mantiene expectante a cada uno de mis movimientos. Con la ayuda de mis manos, me agacho hasta descalzarme, dejando los zapatos de tacón perfectamente alineados sobre el suelo. Si no quiero terminar la noche en las urgencias de un hospital, será mejor prescindir de ellos para saltar al jardín. Tras cerciorarse de mis intenciones, Bruno me tiende una mano para ayudarme a saltar el pequeño asiento de piedra que nos separa. Recojo parte de la falda de mi vestido entre mis manos y, haciendo caso omiso a su ayuda, me las apaño yo sola para subirme encima de la estructura de piedra. El chico reprime una sonrisa y, antes de que pueda recriminarle nada, Bruno pasa uno de sus brazos por debajo de mis rodillas y el otro por la espalda, alzándome al vuelo. Sorprendida por su reacción, ahogo un grito mientras me aferro a su cuello con ambos brazos.

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