CAPÍTULO: 10

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Hace un año, en una pequeña clínica en el centro de la ciudad

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Hace un año, en una pequeña clínica en el centro de la ciudad.

ABRIL

—Cuéntame un poco sobre tu infancia, Abril. Háblame de tus padres. ¿Cómo describirías tu relación con ellos?

Malena terminar de apuntar una serie de anotaciones en la que parece ser mi historial aquí. Sus ojos se concentran en los míos cuando finaliza su tarea y encapucha su bolígrafo. La fuerza del viento golpeando los cristales es lo único que llena el silencio que reina en la habitación. Un silencio que no tiene espacio dentro de mi cabeza.

—Normal —contesto—, son mis padres. Me cuidan, me apoyan. Lo normal, supongo.

Mis uñas se ensañan con la piel que las bordea, dejando un rastro de marcas sobre mis dedos ya conocidas para mí. Desde que tengo uso de razón, he visto mis manos marcadas por esas pequeñas heridas que yo misma me provoco cuando estoy nerviosa. Es como un comportamiento compulsivo. Pero no me preocupa, mucha gente los tiene. Hay a quien le da por fumar o se vuelve un adicto del deporte.

La psicóloga deja a un lado su carpeta llena de papeles y se inclina sobre sí misma para mirarme, entrelazando sus manos sobre las rodillas. Me resulta increíble como una persona es capaz de sonreír con la mirada, pues Malena lo consigue en cada sesión.

—¿Ellos saben que estás aquí? —me pregunta, como si hubiese descubierto el tesoro escondido dentro de mi pecho.

—No.

—¿Por qué?

Como quien consigue descorchar una botella con un solo tirón, Malena abre la puerta que encierra uno de mis mayores miedos. La aceptación de mis padres hacia mi persona. La presión que sostengo sobre mis hombros por querer que ellos se sientan orgullosos, felices de tenerme como hija. No importa que me ahogue poco a poco, cada día que pasa, eso da igual. Eso ellos no lo ven. Eso no queda bien en un título de alguien de nuestro estatus. Mancha la imagen que tanto le ha costado conseguir a la familia de mi padre. Mancha la percepción que mi madre pueda tener de mí. Mancha mi futuro con Fabián. Debajo de todas esas capas de angustia, de miedos, debajo de todo eso me escondo yo. Y, al final del día, cuando me siento completamente desnuda frente a la cruda realidad de mi vida, nadie está ahí para darme el calor que necesito. Supongo que es por eso por lo que rompo a llorar de forma descontrolada, porque por primera vez en toda mi vida, alguien se preocupa por mi bienestar. Rápidamente, Malena se hace con una caja de pañuelos de papel y me tiende un par de ellos.

—Abril, este es un lugar seguro. Un lugar para ti. No tengas miedo a expresarte, a desahogarte. Aquí nadie te va a juzgar.

Con uno de los pañuelos, limpio las lágrimas que ruedan por mis mejillas y trato de controlar mi respiración ahora descompensada. Tal y como hago por las noches en mi habitación, cuando siento arder el aire al entrar en mis pulmones. Respiro. Uno... dos... tres... Suelto el aire. Respiro. Uno... dos... tres... Suelto el aire.

—No tengas prisa —me calma la serena voz de Malena.

Veo con mis propios ojos como mis manos tiemblan al retener los pañuelos de papel usados entre ellas. Mis dedos escuecen de una forma ya familiar y no soy capaz de controlar las sacudidas de mi pierna derecha. Respiro. Uno... dos... tres... Suelto el aire.

—Porque ellos nunca hubiesen aceptado verme aquí —limpio una huidiza lágrima con el dorso de mi mano y sorbo por la nariz—. La heredera del imperio de los Pedraza está yendo a terapia... Ellos no lo entienden, nunca lo han hecho.

—¿Qué es lo que no entienden?

—A mí. —Algo dentro de mi pecho se resquebraja hasta quedar reducido en polvo, algo se rompe y yo ya no me siento dueña de mis pensamientos—. No saben que no duermo bien por las noches, no saben que vivo con una presión constante sobre mí, no tienen ni idea de los demonios que viven dentro de mi cabeza, no saben nada de mí... Cada vez que entro en casa siento que vivo con dos completos desconocidos. Dos personas que, a pesar de darme la vida, desconocen por completo que sufro ataques de ansiedad diarios.

—¿Y tu pareja? ¿Sabe que estás aquí?

No. Fabián no tiene ni idea de que he empezado a venir a terapia. Tengo la sensación de que, si se lo cuento, sería como añadir un problema más a todos los que él ya acarrea. Sé que está muy estresado por todos los cambios que supone que él pase a formar parte de los negocios de su familia. Y yo quiero que sea feliz, aunque eso conlleve ocultarle mi estado. No quiero preocuparle más. Aunque haya ocasiones donde no nos entendamos o discutamos como lo puede hacer cualquier otra pareja, quiero hacerle feliz.

—No, pero él se siente orgulloso de mí, me lo dice muchas veces. Creo que él lo entendería... aunque, hay veces que siento que no me escucha lo suficiente. Pero no le culpo, está hasta arriba de trabajo y tiene una gran responsabilidad encima —confieso, tragándome con dificultad el amargo nudo que se forma en mi garganta—. Pero son malas rachas y, ¿qué relación no las tiene? Yo le quiero. Y él me quiere a mí, más de lo que jamás pensé que alguien lo haría. 













¡Hola bonicos míos! ❤ ¿Cómo estáis?

Os traigo un capítulo cortito, una nueva sesión de Abril con Malena, su psicóloga y un personaje fundamental en esta historia, ya os lo advierto ❤ Quiero dar visibilidad en esta novela a la importancia de la salud mental y, como habréis podido comprobar, Abril tiene un largo camino por recorrer. Cuidar de nuestra salud mental es tan importante como cuidar de nuestra salud física 

¿Qué opináis de que incluya las sesiones de terapia en la novela? ¿Os gusta leerlas?

¿Y de la novela? ¿Qué pensáis? 

¿Se os está haciendo muy pesada al inicio? 

Reconozco que esta última pregunta es algo que llevo dentro de la cabeza desde hace varios días y, puede, que sea uno de los motivos por los que me ha costado tanto actualizar esta vez. Por ello, me encantaría saber vuestras opiniones 

Gracias por estar ahí 

Nos leemos, bonicos 

Nos leemos, bonicos ❤❤❤❤

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