La adrenalina es la hormona que el ser humano produce en situaciones de peligro, alerta o excitación. Es la hormona que nos vuelve adictos, que nos hace querer más y lanzarnos al vacío sin miedo a estrellarnos. La adrenalina es la sustancia que nos...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
BRUNO
El catering ha sido todo un éxito. Hasta el propio Abel Pedraza le ha mandado un mensaje a Félix felicitando su elección de platos para la velada de esta noche. Ha sido así por petición mía, de ser por Félix él mismo se habría encargado de anunciar quién era el creador de cada uno de los platos. No quería llevarme ninguna clase de protagonismo. En mi equipo, todos hemos trabajado por igual. De tener que llevarse alguien alguna mención especial deberíamos de ser todos nosotros. Así que considero que es mejor que la felicitación lleve el nombre de Andrómeda antes que el mío propio. Joder, no puedo sentirme más feliz. Trabajo con gente increíble que confía en mí, en uno de los restaurantes más populares de la ciudad. Ellos creen en mi capacidad para ser cocinero. Y, por esta noche, yo también lo creo.
Hace ya un rato que hemos terminado de recoger toda la cocina y hemos vuelto a embalar todos los utensilios que hemos traído con nosotros en la vieja furgoneta de Adrián. Ahora, este conduce de camino a casa junto a Nadia, quien se mantiene sentada en el lado del copiloto. A mí me ha tocado compartir los asientos de atrás con los gemelos, los que no dejan de gritar a pleno pulmón un antigua canción de Estopa que suena en la radio. Están felices y no es para menos. Se lo han ganado a pulso.
—¿Habéis visto la cara de esas señoras envueltas en dos kilos de plumas y brillantina cuando Bruno les ha servido el entrante? —pregunta Miguel, riéndose a carcajada limpia mientras pasa un brazo por encima de mi hombros con ganas.
—Esas se pensaban que Bruno era el entrante —asegura Nadia, sumándose a la juerga de risas que se ha formado dentro de la furgoneta—. Con pajarita incluida.
Las risas de mis compañeros se terminan solapando con la mía propia. Recordar ahora la mirada de aquellas dos pomposas mujeres me resulta cómico. Es curioso como las personas, por el mero hecho de tener grandes cantidades de dinero en sus manos, se creen capaces de dominar el mundo. Es la regla del instante. Con solo chasquear los dedos, tienen cuanto quieran tener delante de sus ojos, el capricho más insospechado que les plazca. Un viaje, una comida, un objeto, hasta una persona. Todo a golpe de billetera. No tengo nada en contra de ellos, en su día puede que me naciese cierta envidia cada vez que personas como esas señoras ocupaban portadas de periódicos o eclipsaban las pantallas de televisión con sus enormes y pesados pendientes o sus pulidas corbatas de seda. Puede que el hecho de saber que ellos vivían sin ninguna clase de problema, a tan solo media hora de autobús desde mi hogar, despertase en mí ese sentimiento de celos. Ellos, personas que nacieron del mismo modo que yo, desnudos y con toda una vida por delante, pasaban los días sin preocuparse si, al final de mes, podrían pagar todas las facturas. ¿Por qué ellos sí y mi familia no? ¿Cómo puede haber tantísima diferencia entre dos seres humanos? Con el paso del tiempo me di cuenta de que era absurdo hacer esas preguntas cada día. Mis padres han hecho esfuerzos enormes por sacar adelante un hogar y porque a mí nunca me faltase de nada. Todos los días de mi vida he tenido una pelota de baloncesto con la que jugar, medicinas si enfermaba, ropa para ir al colegio, un abrazo antes de dormir y un plato de comida sobre la mesa. Les he visto trabajar, he visto como mi madre doblaba turnos en la residencia de ancianos o como mi padre se marchaba a trabajar a dos sitios diferentes. Hace tiempo que dejé de sentir envidia porque nunca hubo un niño más afortunado que yo. El día que aprendí esa lección, abracé a mis padres y les agradecí todo lo que habían hecho por mí cada día de mi vida. Ese día me juré a mí mismo que, de ahora en adelante, nunca les faltaría un plato de comida sobre la mesa. Yo mismo quiero encargarme de devolverles todo lo que ellos me han dado, con todo su amor, siempre. Por mucho que ellos no sean mis padres biológicos, para mí un padre es aquel que te cuida, quien te enseña y te protege, aunque la sangre que corre por mis venas no sea idéntica a la suya. Es una historia algo complicada de explicar pero, mi familia...