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Siendo liberado de aquella fuerza invisible que lo mantenía pegado al suelo, Tanjiro se quedó agitado, acostado por un rato más, mientras se recuperaba del impacto. No sólo físico, sino también espiritual.

Llegaría el día en el que él maduraría y ya no sería un simple fenómeno de poco más de cien años. Y cuando eso ocurriese, podría devolverle cada golpe a ese desgraciado infeliz.

«Tamaki Sasaki. Mimí Agatsuma» pensó Tanjiro todavía acostado sobre el piso, mirando el cielo; «ahora sólo debo saber dónde están esas okiyas... pero primero...»

Una vez que pudo levantarse, haciendo muecas y quejidos, Tanjiro buscó algún sitio con un teléfono para hacer llegar un mensaje al señor Saburō para sus hermanos. Ya había ubicado a Nezuko y Hanako, pronto volverían los tres a casa.

Sólo un teléfono estaba en el pueblo donde vivía el señor Saburō, y era propiedad de aquel hombre que más dinero tenía; el dueño de todo un terreno fértil de arroz donde muchos trabajadores estaban a su servicio.

Como un buen gesto, ese hombre permitía que los familiares de los otros pueblerinos mandasen llamadas cortas a su teléfono, las escribía en notas y después mandaba a uno de sus hijos a llevarlas a sus destinatarios. Si los pueblerinos querían hacer algo parecido, habrían de tener un número al cual marcar.

Afortunadamente, Tanjiro logró llegar hasta un sitio donde, por algunos yenes, le permitieron mandar su mensaje.

—Sólo dígale al señor Saburō que las encontré —dijo limitándose a dar cualquier explicación.

Él no era de naturaleza desconfiada, además, la gente del pueblo estaba en armonía con su familia; después de todo, su padre siempre los protegió, aun así, Tanjiro temía que algo más por lo qué preocuparse, pasase en su ausencia.

No quería soltar demasiada información al aire.

Por otro lado, aún tenía que buscar un sitio donde quedarse por un día o dos. Buscaría devolverles su dinero a las okiyas por sus hermanas. Y ojalá todo funcionase bien.

A todo esto, ¿qué sería aquel olor que detectó en el barrio de las okiyas? ¿En serio sería algún repelente de demonios? ¿Funcionaría sólo con demonios varones o también con hembras no admitidas en las okiyas?

Tanjiro venía de un pueblo pequeño, y a pesar de tener ya una edad avanzada para cualquier humano, era demasiado ignorante en varias cosas, sobre todo las que estuviesen relacionadas a lugares más civilizados y modernizados como Kyoto.

Él pensaba en todo lo que debería hacer a partir de ahora, mientras bebía un poco de té de jazmín. No solía beber té tan frecuentemente aún si era en estas fechas de frío extremo, pero por alguna razón el aroma del jazmín le relajaba bastante. Por desgracia, estaba bebiendo té él solo; sus hermanos y hermanas se encontraban lejos, y sus padres habían muerto hace poco; aquello no era para nada agradable.

Sentado afuera de aquel local de ramen y tés, se hallaba pensando, mirando los pocos copos de nieve caer poco a poco del cielo.

Dio otro sorbo a su té.

Sus padres ya no estaban.

Sopló el vapor del vaso.

No sabía que tan asustadas podrían estar sus hermanas ahora que habían sido vendidas.

Tomó más té.

Debía proteger a sus hermanos.

Él era el mayor.

—¿Sabías que has cambiado de jerarquía ya siete veces?

Como con Muzan Kibutsuji, Tanjiro se sorprendió de no haber detectado antes aquella presencia.

Girando su cabeza, mirándola con asombro, el joven demonio se encontró con un par de ojos rosados tan hermosos que le costó parpadear.

«Huele a beta... y... a rosas» pensó él frunciendo un poco el ceño.

No, ese no era el aroma que había detectado en un principio en ella.

—Es poco común encontrar a otro demonio de mi misma jerarquía —dijo la extraña con suavidad.

Ella olía a rosas, suave y dulce, tal como era su voz y aura. También, era toda una dama. Con delicadeza ella sonrió. Su gracia parecía ser sólo comparable a la de un ser divino. Era tan delicada, y parecía ser de la realeza por su tono, sus expresiones faciales y sus ojos.

Era muy hermosa.

Tanjiro no tuvo problemas en dejarla sentarse a su lado. Su aroma le decía a él que ella no sería un peligro. Por ahora. Además, no olía a celo ni a nada que le atrajese o disgustase. ¿Sería que ella ya tenía un compañero? No lo percibía, y eso le parecía extraño.

—Dime, joven zeta, ¿qué te trae a esta zona de Kyoto, famoso por sus okiyas de geishas? —preguntó como si la respuesta fuese obvia, y en parte lo era.

—¿Zeta? —musitó ido, la presencia de esa mujer le daba tanta calma que a su cerebro le costó procesar lo que pensaba y decía.

—Mmm, pareces venir de un pueblo así que supongo que no lo sabes. Algunos nos llaman "demonios cambiantes", otros "demonios del falso rastro". Pero nuestra clasificación real es la de: "zeta". —Ella apartó su mirada de él para ponerla hacia enfrente, donde algunas personas transitaban sin prisas—. Los zetas somos demonios que podemos ser alfas, deltas, omegas, gammas, betas, y otros más, a voluntad. Por eso muchos demonios, sobre todo los alfas, son demasiado susceptibles cuando tienen a uno de los nuestros cerca de ellos —se rio delicadamente—, aunque no suelan ser tan listos como para ubicarnos a menos que se los digamos.

¿Zeta? ¿Gamma? ¿Otros más

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Luna Solar |【 Estaciones Lunares 1 】| 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora