SILENCIO

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Han pasado dos días. Dos días de doloroso y angustioso silencio. ¿Sabías que al principio odiaba eso de ti? Que fueras tan callado, tan reservado. El gran héroe elegido por las Diosas, siempre cumpliendo con las expectativas de todo el mundo. Hacías que me sintiera un fraude. Habría preferido que tuvieses algún defecto, ¿sabes? Que fueras arrogante, o perezoso, o incluso gruñón. ¿Llegué a confesártelo alguna vez, Link? ¿Lo mucho que te envidiaba? ¿Lo mucho que deseaba parecerme más a ti? Me había esforzado tanto… Quería estar a la altura de mi papel. De verdad que quería. Soñaba con salvar el Reino, con despertar el poder de Hylia y demostrar por fin, a mi padre y a mí misma, que la gran Diosa no se había equivocado conmigo. 

Aparto un mechón de pelo húmedo de tu frente, más caliente que la última vez que te he cambiado las vendas, y sigo con mi tarea de machacar las frambuesas para mantenerme despierta. 

La herida dejó de sangrar anoche. Sin embargo, esta mañana, la piel que la rodea ha amanecido inflamada y enrojecida. He rebuscado en nuestras alforjas, en cada rincón de la cueva, pero apenas nos quedan provisiones. Un par de filtros para resistir el calor, el puñado de frambuesas que recogimos en la Cordillera Gerudo y unas cuantas flechas. ¿Para qué íbamos a necesitar más? Solo nos quedaba medio día de camino hasta la Ciudadela. Habíamos cubierto distancias mucho más grandes con antelación.

La Ciudadela Gerudo. Si estuviésemos allí, las cosas habrían sido distintas. Urbosa siempre sabe qué hacer. Es una mujer extraordinaria. La he visto pelear contra los miembros del Clan Yiga casi sin despeinarse. No confía en los shiok, como suelen llamar allí a los hombres, pero contigo habría hecho una excepción. Lo sé, la conozco. Ella te habría curado.  

Urbosa, Revali, Daruk, Mipha... Si tan solo uno de ellos estuviese ahora en mi lugar…

Tus párpados aletean. Frunces el ceño, separas los labios y murmuras algo. No distingo lo que es, pero llevas haciéndolo toda la noche. Me angustia pensar en que puedas estar sufriendo o que sientas alguna clase de dolor. ¿Sientes dolor, Link? ¿Eres consciente de dónde estamos, de todo lo que ha ocurrido? ¿Me sientes a mí? 

Dejo de machacar las frambuesas y sostengo una de tus manos entre las mías. De forma inconsciente, repaso cada cicatriz y cada callo que recubre tu palma, e imagino que hago fluir por tus venas una clase de luz que solo he visto descrita en los libros de la biblioteca de Palacio. Una luz tan pura que destierra lo que sea que te está consumiendo y convierte la herida en otra cicatriz sin importancia. Una nueva historia que contar a tus hijos cuando venzamos al Cataclismo y regreses por fin a Hatelia. ¿Tendrás hijos, Link? ¿Algún día? ¿Volverás a casa? Me angustia pensar en la idea de separarnos. 

¿No es absurdo? Desde que mi padre te nombró mi guardaespaldas, de mi boca solo han salido quejas. Llevo queriendo librarme de tu presencia, mi sombra y eterno acompañante, desde que nos presentaron en el Patio de Armas y vi por primera vez el brillo de la Espada Maestra a tu espalda. Sin embargo, al mismo tiempo, la perspectiva de un futuro sin ti me oprime la respiración. 

Qué egoísta soy. Deseo tu felicidad más que nada en el mundo, pero también deseo la mía. Y sé que eso no será posible si te marchas.

Tus dedos presionan ligeramente mi mano y, poco después, vuelven a quedar inmóviles. Me esfuerzo por no pensar en ello y me obligo a terminar de machacar las frambuesas. Cuando ya están listas, vierto con cuidado el zumo resultante en una de las botellas vacías. No es mucho, apenas dará para un sorbo, pero su corazón helado hace que se mantenga frío incluso a pesar de las altas temperaturas del desierto. Imagino que sus propiedades contribuirán a que te baje la fiebre, aunque sé que esto solo es un remedio temporal. Si no consigo encontrar nada mejor, si no logramos llegar a la ciudad…

No quiero ni pensar en ello. 

—Vamos —susurro, inclinando tu cabeza con cuidado para ayudarte a beber. El líquido resbala a través de tu garganta y toses, agobiado. Tu mano captura a ciegas mi muñeca, con esa fuerza indomable que te caracteriza, y finalmente entreabres los ojos. Apenas un segundo, un pequeño atisbo de ese azul que ya ha quedado grabado para siempre en mi memoria, pero es suficiente. La esperanza aletea por unos instantes sobre el techo de la cueva, efímera como una mariposa—. ¿Link? ¿Puedes oírme? Soy Zelda. ¿Link? Dime algo. Por favor.

Tragas. Todo es tan lento, tan exasperante, que quiero zarandearte. Quiero obligarte a prometerme que vas a salir de esta, porque si tú caes ya no nos quedará nada. No tengo más planes, Link. Así que, por favor, por favor, POR FAVOR… Di algo. Sigue conmigo. Te prometo que jamás volveré a gritarte. Solo di algo. Cualquier cosa.

—...

Tus ojos se cierran y tu mano resbala de la mía. Cae inerte sobre tu estómago, y el maldito silencio se ciñe sobre ambos una vez más. Contengo las ganas de llorar y me acurruco a tu lado, con la mejilla apoyada sobre tu clavícula sudorosa. Los latidos que resuenan en tu pecho me recuerdan al sonido de un tambor demasiado lejano: uno, dos, tres, cuatro, cinco… Me convenzo de que ese eco rítmico es en realidad tu voz, tu forma de decirme que continúas a mi lado, y me aferro a ella con todas mis fuerzas para no sucumbir al vacío.

Mañana, cuando te haya bajado la fiebre, me arriesgaré a internarme en el desierto. Necesito dar con una solución, antes de que la infección se extienda y la nada te trague para siempre.  

Espíritu guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora