Hace unos meses, durante una de mis visitas al santuario del Monte Lanayru, pasé tanto tiempo dentro de la fuente helada que mis piernas sufrieron un principio de congelación. Me sacaste de allí a la fuerza porque era incapaz de mantenerme en pie, e incluso entonces, me resistí con toda mi alma. Te acusé de querer impedir que tuviera éxito en mi misión. Te chillé tantas cosas horribles que, para cuando llegamos a la posta donde nos esperaba Impa, me había quedado sin voz. Me sentía tan ridícula frente a ti, Link, tan expuesta con mi vestido blanco empapado y mi incapacidad para despertar a la Diosa… Creí que nunca llegaría a experimentar un dolor tan intenso como aquel. Ese día estuve a punto de perder las piernas y, aún así, la humillación que me aguijoneaba cada vez que miraba en dirección a la entrada donde tú montabas guardia con tu inseparable espada era superior a todo lo demás.
Luego, cuando tuve que enfrentarme a mi padre y admitir que una vez más regresaba con las manos vacías, ese pensamiento volvió a asaltarme. «Esto es peor que cualquier cosa que haya experimentado antes. Peor que la ausencia de mamá, porque al menos sé que aquello no fue culpa mía».
Hoy he comprobado que me equivocaba. Sí que hay algo peor que todo eso, y es escuchar tus gritos de sufrimiento. Un sufrimiento que, de forma indirecta, te he provocado yo. Por la Diosa, me ha costado tanto sujetarte… Me ha costado tanto mantenerme firme cuando lo único que quería era implorar a Duuna para que se detuviera… Sé que ha sido rápida: ella es una guerrera, como Urbosa, y las guerreras no vacilan. En pocos segundos, el fragmento de hueso ensangrentado descansaba sobre la palma de su enorme mano.
Su presencia ha sido un regalo de los Cielos: yo jamás habría podido hacerlo sola. Aun así, la culpabilidad no disminuye ni cuando tu expresión se relaja y Duuna me asegura que te has quedado dormido, presa del agotamiento.
—Vos también deberíais descansar —señala, tras un rato de silencio—. Ha sido un día largo.
Te observo, sin dejar de rodearme las rodillas con los brazos. Después de extraer el fragmento, hemos lavado el resto de tus heridas y hemos aplicado corteza de durián en todas ellas. Tu aspecto es mucho más pulcro ahora que no estás lleno de sangre y harapos, pero la presencia de la venda blanca brillando en la oscuridad me mortifica tanto que soy incapaz de moverme. No tengo derecho a dormir plácidamente cuando toda esta situación ha sido culpa mía. Si no hubieras tenido que interponerte entre esa manada de lizalfos y yo, nada de esto habría ocurrido. Si no hubiera insistido tanto en continuar el viaje a pesar de la tormenta…
—Hemos hecho lo correcto. No habría sobrevivido al viaje, princesa —me asegura Duuna, sacándome de mi ensimismamiento—. La Ciudadela se encuentra a varias horas de distancia. Incluso teniendo a Mors, no habríamos llegado antes de que amaneciese.
Levanto un poco la cabeza.
—¿Mors? —pregunto, en voz baja.
Duuna sonríe y juguetea con su daga. Su habilidad para lanzarla y recogerla al aire sin que su peligroso filo le haga siquiera una marca es digna de alabanza.
—Así es como se llama mi morsa. Bueno, al menos la que tengo ahí fuera. —Su pelo rojo resplandece a la luz de la hoguera—. ¿Alguna vez habéis visto una?
Asiento.
—En Ciudad Gerudo hay un puesto en el que las alquilan. Urbosa dice que son algo así como vuestros caballos.
—Ese puesto pertenece a mi hermana. Ella es la que se encarga de negociar con los clientes. Yo prefiero tratar directamente con las morsas.
Abro mucho los ojos.
—¿Tú las cazas?
—Y las domo —afirma, con orgullo—. ¿O acaso pensáis que obedecen por mandato divino?
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Espíritu guardián
FanfictionDe camino a Ciudad Gerudo, Link resulta gravemente herido como consecuencia del ataque fortuito de una horda de lizalfos. Aislados en pleno desierto, sin apenas provisiones y sin forma de pedir ayuda, Zelda se ve obligada a trasladar al héroe hasta...