CARMESÍ

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Cuarenta pasos. Es lo máximo que me he atrevido a alejarme de la entrada de la caverna, por miedo a que otro de esos lizalfos del desierto nos sorprendiese de nuevo. Las constantes tormentas de arena han sumido la región en una neblina permanente que impide ver más allá de unos pocos metros, convirtiendo cualquier silueta en una potencial amenaza. He pasado diez aterradores segundos apuntando con tu arco a una forma alargada e inmóvil, antes de comprender que se trataba de un cactus.

Al menos, ahora tenemos algo de fruta y agua, que pretendo extraer de unos cuantos tallos que he logrado cortar con el cuchillo. No es nada definitivo y, desde luego, no va a ayudar a que mejores, pero espero que nos conceda algo de margen. Nuestra llegada a la Ciudadela estaba prevista ayer, y no dudo en que a Urbosa le habrá inquietado nuestro retraso. Ella no es de las que se quedan de brazos cruzados: la matriarca de las Gerudo actúa siempre. Por eso es quién es. Por eso confío en que alguna de sus guardianas nos encuentre pronto. 

La noche nos sorprende antes de lo esperado. Nos envuelvo a ambos con mi túnica manchada cuando la temperatura se desploma, contenta de haber conseguido una botella entera de agua antes de que la oscuridad hiciera imposible maniobrar dentro de la cueva. No has vuelto a moverte ni a abrir los ojos desde la última vez, pero me consuela que tu latido tampoco se ha enlentecido. Sigue ahí, débil pero constante. Un valiente cabezota que va más allá de sus propias posibilidades, igual que tú.

Me alegro, Link. Me alegro de que no te hayas rendido. 

Tras cenar un par de frutos crudos que saben a rayos, pero que al menos logran calmar mi estómago, me tumbo a tu lado y suspiro. He situado nuestro campamento improvisado al fondo de la cueva, para evitar que nos vean fácilmente desde la entrada, pero aún así se puede ver el cielo nocturno a través de uno de los orificios superiores. 

Hoy, todo el desierto parece bañado en una extraña luz rojiza. Me acerco un poco más a ti, buscando el calor que desprende tu cuerpo, y observo la noche con detenimiento. ¿Se verán estrellas fugaces desde esta región de Hyrule? Nunca te he preguntado si te gustaban. ¿Solías fijarte en ellas cuando vivías con tu padre en Hatelia? Dicen que es una aldea preciosa. Me encantaría visitarla algún día. Me encantaría que me enseñaras dónde creciste: tu casa, tu familia, tus amigos… Tú lo sabes casi todo de mí pero yo apenas sé nada sobre ti. 

No importa si no te gusta mucho hablar: podemos recorrerla juntos. Quiero conocer al chico que hay detrás de la espada sagrada. Quiero saber quién es Link, no el Héroe. ¿Crees que sería posible? ¿Crees que…?

De pronto, algo cruza el cielo. ¿Una estrella fugaz? Me incorporo al instante y la túnica resbala hasta tu vientre desnudo. Al darme cuenta, me apresuro a volver a cubrirte. Tú frunces el ceño y te remueves, inquieto. Tu mano izquierda tantea en el suelo y se cierra con fuerza sobre la arena fría. Entrelazo nuestros dedos para calmarte, creyendo que es solo una pesadilla, pero entonces yo también lo percibo. 

Algo flota en el ambiente. Algo pesado, descorazonador. 

Un horrible presentimiento me insta a recuperar el arco y las flechas que permanecen apoyados contra la pared, pero no soy lo suficientemente rápida. El cielo estalla en llamas y la luz carmesí ilumina cada rincón de la cueva, que se ha llenado de sombras. Danzan a nuestro alrededor, violáceas y amenazantes, acompañadas por una tenue lluvia de ceniza incendiaria que no había visto nunca. Por instinto, me inclino sobre ti y te cubro con mi cuerpo para evitar que puedan quemarte. 

Poco después, se escuchan los primeros gruñidos y oigo unos pasos atravesando la entrada de la cueva.

Son bokoblins. Hay tantos que ni siquiera puedo contarlos. Y acaban de vernos.

Espíritu guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora