HUESO

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—Disculpadme, Alteza. Creía que se trataba de un miembro del Clan Yiga. Suelen rondar las inmediaciones de la ciudad disfrazados de shiok hylianos. Comerciantes. —Duuna termina de deshacerse de los restos de tu túnica, que apenas comprende ya un par de harapos ensangrentados, y aproxima la antorcha a tu piel para examinar la herida. Debo reprimir las ganas de apartarla por temor a que pueda quemarte, pero es obvio que sabe lo que hace. Sus movimientos son mucho más seguros que los míos mientras inspecciona los bordes inflamados, palpando cada centímetro con gesto experto. Cuando llega cerca de las costillas, te encoges de dolor y tratas de incorporarte—. Quieto.

Me doy cuenta de que estoy mordiéndome los nudillos. Ni siquiera estoy segura de que sigas consciente y, aún así, tu cuerpo reacciona por instinto.

—No le hagas daño —suplico, y Duuna esboza una sonrisa ladina.

—Os aseguro que no es mi intención, princesa, pero sospecho que vuestro guerrero tiene un fragmento de hueso clavado dentro. Pasa a menudo: las lanzas de los lizalfos son muy rudimentarias y suelen astillarse con facilidad. Si no lo extraemos pronto, la infección pasará a la sangre y morirá. —Se lleva la mano a una pequeña faltriquera que pende de su musculosa cadera y extrae un saquito con lo que parecen ser hojas secas. Al ver mi expresión suspicaz, me tiende una de ellas para que pueda examinarla—. Es corteza de durián vivaz. Son difíciles de encontrar, pero poseen propiedades muy interesantes.

He leído acerca de esos frutos, incluso creo que he llegado a probarlos en alguna receta, pero desconocía que crecieran en esta región. Le devuelvo el fragmento de corteza, con cuidado de no romperlo, y ella se lo mete en la boca.

—Los almacenamos desecados porque así se conservan mejor —explica, sin dejar de masticar—. Pero se hidratan con saliva.

—Oh. —En otras circunstancias lo habría encontrado fascinante. En cambio, ahora mismo solo soy capaz de pensar en ti y en ese fragmento de hueso que amenaza tu vida. Deseo con todas mis fuerzas que esas hojas de durián sean capaces de disolverlo, aunque algo me dice que la solución no va a ser tan sencilla—. ¿Cómo vas a...?

—Hay que sajar la herida —replica ella, sin inmutarse—. No es agradable, pero os garantizo que es preferible a morir envenenado.

Las arcadas vuelven. Me cubro la boca con el dorso de la mano, para que Duuna no se dé cuenta, y aprieto los puños con fuerza. ¿Cómo puede hablar tan tranquila de un procedimiento tan horrible? La idea de pensar en el filo de su daga hurgando en tu cuerpo me provoca un desasosiego incontrolable. ¿Y si sale mal? ¿Y si acabas desangrándote? ¿De verdad no hay métodos menos rudimentarios?

Duuna se pone en pie.

—Tengo algunas vendas limpias en la alforja de mi morsa. Las impregnaremos de la corteza de durián y las utilizaremos para cortar la hemorragia —explica, antes de ladearse en mi dirección—. Pero voy a necesitar vuestra ayuda. Si el shiok se mueve durante la extracción, el fragmento de hueso podría hundirse más y provocarle daños serios.

Trago saliva. Todo lo que dice tiene sentido, pero eso no implica que me asuste menos. Vuelvo a mirar tu rostro, congestionado de nuevo por la fiebre. Cada bocanada de aire que tomas parece suponerte un esfuerzo titánico.

¿Qué harías tú en mi lugar, Link? Siempre has sido el más valiente de los dos. Me lo has demostrado muchas veces en el poco tiempo que llevamos juntos. Así que, ¿qué dices tú? ¿Podrás luchar solo un poco más? Prometo que no me apartaré de tu lado. No quiero perderte. No puedo perderte.

—¿Alteza? —insiste Duuna. Ha detenido su avance y me observa con fijeza—. ¿Estáis de acuerdo?

Alargo una mano temblorosa y aparto una vez más ese mechón rebelde que te cae sobre la frente.

Cojo aire.

Ese era mi trabajo como princesa de Hyrule: proteger a mi pueblo. Protegerte a ti.

Esta vez no voy a fallar.

—Adelante —asiento—. Dime qué tengo que hacer.

Espíritu guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora