Capítulo 26

11 1 0
                                    

11 de junio de 2002

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

11 de junio de 2002. Madrid.

Luis no piensa quedarse de brazos cruzados. Le entregó toda su confianza a Norman, y así es como se lo ha pagado. Por supuesto que no va a hacer como si nada. Ha pensado incluso en matarlo. Puede que eso sea una decisión tomada en caliente, causada por el enfado y la irritación. Pero, sea lo que sea, Norman sentirá su venganza tarde o temprano.

Primero hablará con él. Luis necesita una explicación. Necesita saber por qué Norman ha hecho lo que ha hecho. Lo más probable es que no se la dé, pero no pierde nada por intentarlo. Por lo tanto, para hacerle hablar, se dirige hacia su habitación, cuya puerta se encuentra abierta, como si Norman le hubiese estado esperando desde el principio.

—Puedes pasar —dice Norman, quien ha escuchado los pasos del chico del pelo rizado desde lejos. Entretanto, Luis entra. Apenas su pie derecho cruza la puerta, se da cuenta de que Norman está de pie esperándolo, al fondo de la habitación, con una pistola apuntándole. La expresión de su rostro demuestra a la perfección la fuerte impotencia que siente en este momento—. ¿Cómo te atreves a venir después de lo que me has hecho?

—No vayas a empezar, Norman —expresa Luis, quien, por extraño que parezca, no tiene absolutamente nada de miedo, a pesar de tener una pistola apuntándole a pocos metros.

—¡Cállate! ¡Ojalá supieses cómo me siento!

—¿Y yo? ¿Acaso te has sentado a pensar en cómo yo me siento?

—Yo siempre he querido lo mejor para ti —miente. El brazo con el que está sujetando la pistola le tiembla. Le tiembla tanto que parece que, en cualquier momento, va a apretar el gatillo accidentalmente y matarlo.

—Eso no es verdad.

—Gracias a mí conseguiste que Leonard Colleman te llamase y millones de personas pudiesen ver uno de tus cuadros en la ciudad considerada la capital del mundo.

—No voy a tolerar que me hagas chantaje emocional.

—No estoy tratando de hacer eso.

—Si Leonard Colleman me llamó fue porque le gustó mi cuadro. Fui yo el que lo pinté. Siempre estaré agradecido de que me hayas ayudado a lanzarme, hacerme conocer y abrirme al mundo. No es algo que hubiese conseguido yo solo, seguramente. Pero todo lo que me ha pasado en estos últimos siete años no ha sido gracias a ti. Ha sido gracias a mi trabajo constante y a mi talento. No intentes victimizarte, porque no vas a conseguir absolutamente nada.

—¡Has infiltrado a un desconocido en mi banda! ¡Y lo has puesto a espiarme! ¡Eso no se le hace a un amigo!

—¿Y ahora me cambias de tema para hacerte la víctima otra vez?

—Pide disculpas y bajaré la pistola.

—¿Que te pida yo disculpas? La llevas claro, colega. No tengo por qué disculparme. Más bien, eres tú el que tiene que disculparse, por haberme engañado todo este tiempo haciéndome creer que de verdad te interesaba que la gente viese mis cuadros. Pero no, Norman. Lo único que te interesaba era ganar dinero para avanzar con OCZ. Nunca pensaste en mí.

—Mientes.

—No miento. ¿Hace falta que te recuerde cómo reaccionaste cuando dijiste que ya no iba a seguir pintando?

—Reaccioné como cualquier persona reaccionaría ante algo así.

—Ya estás intentando entrar en razón. ¿Ves como siempre le vas dando vueltas al tema porque sabes que estoy en lo cierto?

—¡No me hagas matarte!

—Haz lo que te dé la gana. He cumplido mi sueño; ya no tengo nada más que hacer en la vida. Pero, si lo haces, que te sirva de ejemplo. Serás tú el que salga perdiendo, no yo.

—¿Por qué contrataste a un espía? —pregunta, cambiando de tema. Otra vez.

—No me fiaba de ti. ¿Es eso un motivo suficiente?

—La confianza es uno de los pilares en una amistad.

—Tú y yo dejamos de ser amigos hace años, Norman. Solo me has usado para tu interés, y reconócelo.

—¡No!

—¿Que no? ¿No me nombrabas el tema de los putos cuadros todos los días?

—Porque era nuestra principal prioridad.

—Lo sería para ti. Yo tenía otras cosas que hacer, y, en cambio, no paraba de pintar día tras día solo porque tú me lo pedías. Hasta he llegado a pintar sin ganas, cuando pintar era lo único que me gustaba hacer. Y, como es evidente que pasaría, me acabé cansando. Así que tuve que tomar la decisión de dejar de pintar por un tiempo.

—Ya sabes lo que opino de esa decisión que tomaste.

—Y me importa tres cojones lo que opines —responde, enfadado. Su paciencia se está agotando—. Yo sé lo que está bien para mí y lo que no, no necesito a nadie que me lo diga. Y te lo repito, Norman: nada fue gracias a ti. Hace años pensaría diferente, pero "J" me ha abierto los ojos. Él ha sido el que me ha hecho ver que desde el principio solo te interesaba el dinero.

—Yo siempre he...

—No digas nada —le interrumpe—. Sé que lo que estoy diciendo es cierto.

—¿Y por qué aceptaste mi plan, entonces?

—Simple; me extorsionaste con la jefatura de OCZ. Y ahí es donde la cagaste. Fue justo en ese momento cuando me di cuenta de que me estabas mintiendo. Y lo hiciste porque sabías que yo no aceptaría tu estúpido plan si no conseguía algo a cambio. Aceptándolo te hacía creer que confiaba en ti.

Norman no responde. Se queda en silencio.

—¿Debería tomarme ese silencio como un "Sí, Luis, tienes razón"?

—Hazlo si quieres.

—Gracias, supongo.

—De nada —le vacila—. Pero que sepas que mi plan sigue hacia adelante. Pienso fallar el robo a propósito, dejarte a cargo de OCZ e ir a la cárcel los años que sean necesarios solo para después matarte.

—Está bien. No te preocupes, hazlo. Pero ya me aseguraré de que pases dolor en tu regreso. Ándate con cuidado, no te digo nada más. Que te vaya bien, Norman. Aquí termina nuestra amistad. 

¿Por qué a mí? (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora