Capítulo 8

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-Vámonos- avisé ofreciéndole la mano.

-- me tendió la suya y salimos agarrados.

-¡YA VAN DE LA MANO!- gritó Mikey dejándome en evidencia.

Es verdad vamos de la mano.

-Lo siento- la solté y estaba igual de roja que yo.

-No tienes que disculparte.

-Esta es mi moto, ¿alguna vez has montado?

-No.

-Yo te ayudo, siéntate atrás- la agarré para ayudarla, y cuando se sentó me esperaba ansiosa.

-Esto es emocionante.

-- estaba tan nervioso porque iba a abrazarme que se me cortó la respiración y me quedé en blanco -¿puedo sentarme?- señalé el asiento del piloto y puso cara rancia.

-¿Sí?

-Claro...- caí en cuenta.

Apartó los brazos hacia los lados para no molestarme, pasé una pierna para sentarme y al no estar acostumbrado a tener copiloto le di una patada en la cara que la tiré de la moto por levantarla mucho.

-¡AHH!

-¡LO SIENTO MUCHO!- corrí a por ella y le acaricié la cara para mirarla lo más rápido que pude, y en vez de verla dolorida la vi nerviosa, pero eso era otra cosa, había prioridades -¿te duele?- pregunté preocupado.

-No, no ha sido fuerte- sonrió tranquila.

Eso era verdad, había sido sin fuerza.

-Lo siento mucho en serio- le acaricié el moretón que le iba a salir.

-Peyan- acarició mi mano mirándome con ternura y empecé a temblar.

-¿E-estás bien?

Asintió sin soltarme.

-Vamos, te llevo a casa.

La agarré de la cintura y la levanté con cuidado.

-¿A casa?

-Querrás descansar- nos pusimos de pie y la solté.

-Creí que podíamos estar un rato juntos.

-Pero la patada- me cortó.

-No ha sido nada.

Era tan mona intentando tranquilizarme.

Se sentó de nuevo en la moto y palmeó el asiento para que me sentara.

-Mejor... mejor me siento yo primero y luego te apoyas en mí para subir.

-Vale- la ayudé a bajar y me senté, le tendí la mano y la cogió apoyando la otra en mi hombro contrario -ya estoy- me abrazó por la cintura y me tensé.

No sabía qué hacer, me quedé en blanco.

-¿Peyan?- preguntó preocupada.

-Estoy estoy, ya nos vamos- arranqué -pero, ¿a dónde nos vamos?

-¿A dónde sueles ir?

-No es buena idea a estas horas- mis amigos nos espiaban detrás de una columna, a saber cuánto llevaban ahí.

-¿Por qué?

-Es tarde y no llevamos bañador.

-¿La playa?

-La piscina.

-Yo no sé nadar.

-¡¿Qué?! ¿En serio?- noté que su cabecita se apoyaba de lado en mi espalda.

-No me enseñaron.

-¿Y si patinando el hielo se rompe?

-Eso no puede ocurrir.

-¿Ah no?

-No, es imposible- soltó una risita nasal.

-Lo siento.

-¿El qué sientes?

-Decir tantas tonterías.

-¿Tonterías?- asentí -entonces me gustan tus tonterías- me abrazó más fuerte y me acaloré -donde sea.

-Como desees.

Fuimos por la costa al ras de la playa, sintiendo la tranquila brisa en nosotros y oliendo el mar, respirando paz y tranquilidad. Aparqué en el primer lugar que vi y me bajé para ayudarla.

-Puedes guardar la mochila aquí- levanté el asiento y la metió.

-¿Vamos a la arena?

-Pensaba quedarme en el rompeolas para que no te mancharas, pero si no te importa me da igual.

-Vamos.

Nos quitamos los zapatos y acariciamos la arena con los pies desnudos, escuchando las gaviotas y las olas romperse.

-¿Te gusta mucho el agua?

-El agua es un sitio perfecto para desahogarse- empezó a reírse -¿muy irónico?- sonreí mientras me asentía.

-¿Cómo es eso?

-Verás, no hay nada más fuerte que el agua, no puedes con ella, puedes desquitarte todo lo que quieras porque nunca vas a ganar y tampoco le haces daño.

-¿Boxeas bajo el agua?

-Algo así- nos reímos -¿te lo estás imaginando?

-Jajajajaja.

-Me da una paliza pero salgo como nuevo jajaja, es una especie de terapia, para lo temperamental que soy me ha venido muy bien descubrirlo.

-¿Y sigues pensando que solo hablas tonterías?- me sonrió dejándome sin palabras.

Paseábamos por la orilla mojándonos los pies mientras anochecía.

-¿No es precioso?- preguntó mirando al horizonte.

-Lo es- no había dejado de sonreír desde que habíamos llegado, y la verdad es que no estaba haciendo ni caso a la puesta de sol.

-¡Está rosa!- dio saltitos emocionada, contagiándome la alegría de ¿tener el cielo rosa? -¡ponte!

Sacó el móvil e intentó sacar una foto.

-Mejor la saco yo- sugerí cogiéndole el móvil, pues su bracito no daba para cogerme entero.

-Sí mejor jaja.

Se abrazó a mí muy sonriente, provocando que en la imagen saliera tan colorido como el cielo.

-Es el ocaso.

-¿Ocaso?

-Sí también se le llama así.

-Sabes muchas cosas.

-Menos nadar- sonrió y le llegó un mensaje -es mi padre, ya está en casa.

-Vamos, se está haciendo tarde.

Llegamos a su urbanización y me mandó la foto que nos habíamos sacado.

-Ponte hielo en el golpe por favor.

-Gracias por lo de hoy- volvió a darme un beso en la mejilla.

¡AAAAAAAHHHHHHHHH!

Tenía que controlar mis gritos internos.

-Nos vemos el sábado para cocinar juntos- sonrió entrando a casa y me despedí con la mano, aún embobado con lo suaves que eran sus labios.

OCASO - PEYANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora