Ya no te amo

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Le entregué a la noche el resto de mi corazón para que ella lo llevase donde quisiera, junto a las cenizas de tu presencia o a la habitación
contigua, me daba igual, así de graves fueron las cuatro palabras. Hay una vía ferrocarrilera al otro lado de la ciudad, un puente alto a las afueras del pueblo y un bar al quebrar la esquina. Las 3:12 de la madrugada y una mujer desnuda con aliento a whisky de 25 años es la dueña del cuarto A-19 hasta las 11:00 de la mañana. El cigarrillo y la caminata por la acera le dan un poco de calor a esta noche tan fría, no hay estrellas, o las lumbreras de la calle no me dejan verlas. No sé cómo, pero mis pies desorientados me trajeron justo a la banca del
parque. Hace un mes estábamos aquí sentados, yo te tomaba de la mano y tus ojos parecían eternos, y tu sonrisa no tenía definición. Me
recostaré un poco, no tengo sueño (¿cómo puedo tenerlos ahora?), pero qué hermoso cielo, el color perfecto que se concentra para difuminarse. Que bueno que esta cafetería abrió temprano (o ¿acaso siempre lo hace?). “Grande, negro y sin azúcar, para llevar por favor”. Me busco las llaves, abro una puerta azul de madera. Me quito el abrigo. Enciendo el último cigarrillo y arrugo la cajetilla. Miro por la ventana mientras me bebo mi resaca. En el bote de basura sólo hay dos cosas, un arrugado testigo de una noche que pasará desapercibida, y la constancia de que exististe.

Musas y DesvaríosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora