Sentada en el borde de la que desde hoy sería mi cama, contemplaba mi reflejo en el espejo del tocador. Llevaba puesto un jersey de cuello alto, de color rojo oscuro y unos jeans ajustados. Me había recogido el cabello en una coleta y sostenía en el interior de mi puño el medallón de un colgante que me había regalado mi abuela antes de irme de casa. «Te ayudará a ver más allá» me había dicho, luego me giñó un ojo y comenzar a reírse a carcajadas. Mi abuela era una mujer muy... ¿Cómo decirlo? ¿Espiritual?
— Esta es la última caja.
Pestañeé un par de veces y sacudí la cabeza para volver al mundo real.
— ¿Estás bien, Jade? — preguntó la rubia con preocupación, parada en la entrada de mi habitación.
— Si, si — le dije, volviendo a sacudir la cabeza —. ¿Pasa algo?
Mi prima negó con la cabeza y me sonrió. Llevaba una caja en los brazos en la que ponía «zapatos». Abril entró en mi habitación y dejó la caja a mi lado. Se colocó una mano en la cintura y volvió a hablar:
— Esta era la última caja de la mudanza — repitió, poniendo la mano sobre la tapa de cartón de la caja.
Asentí con la cabeza y solté el medallón del collar. Los ojos de Abril se fueron directos a él y parecían brillar. Era un colgante muy bonito. Tenía el cordón largo y caía bajo mi pecho, el madallón tenía forma de aro y en su interior había una media luna plateada, con una inscripción en un idioma raro que nunca había logrado traducir. Las puntas de la luna sostenían una pequeña gema roja en forma de rombo que brillaba con la luz.
— Te ayudaré a limpiar abajo — le digo a mi prima, levantándome de la cama. Cuando mamá llegó esta mañana, Abril le contó que la noche anterior había llovido a cántaros (ya sabes, hablas del tiempo cuando no tienes nada de que hablar) y los hombres de la mudanza llenaron el salón de lodo.
— No te preocupes por eso — Abril puso una mano frente a mi para detenerme —. Hoy estás un poco distraída. ¿Por qué no vas a dar una vuelta por aquí? — puse una mueca, tenía la sensación de que algo malo había pasado y no tenía ganas de salir. Abril se dio cuenta enseguida —. Es una ciudad tranquila y pequeña — argumentó —, no te vas a perder y no te va a pasar nada.
— Tengo cosas que hacer aquí — señalé el cuarto, desordenado y lleno de cajas.
— Yo puedo hacerlas por ti.
— Abril, no me parece...
— ¿Sabes qué? — preguntó, interrumpiendome —. Tengo ganas de tomarme un café. Hay una cafetería aquí cerca. Ve, compra un par de cafés y luego podemos ordenar todo juntas. — me dedicó una sonrisa.
Rodé los ojos y bufé.
— Está bien — alargué la frase.
— Yo adelantaré algunas cosas mientras no estás.
Abril me dio unos billetes y me sacó de la casa empujandome por la espalda. Me había dado un par de indicaciones para llegar a la cafetería, pero yo no era la mejor para seguir instrucciones y llegar a un sitio sin antes perderme.
Había estado en esta ciudad un par de veces con mi madre y apenas habíamos explorado los alrededores. Tal vez por eso había aceptado venir aquí. A mamá la habían ascendido en su trabajo y apenas tenía tiempo para cuidar de mi, como si yo no fuera lo suficientemente mayor como para cuidarme sola... Entonces mi abuela sugirió venir a vivir con Abril y estudiar aquí durante un tiempo. Claro que Doña Sobreprotectora, mi madre, estuvo de acuerdo y ¡Tachan! Aquí estoy.
Seguí la acera, que me llevó a doblar la esquina y salí del vecindario. Según Abril, la cafetería sería la primera que vería a mi derecha al avanzar por la calle.
Miraba mi reflejo en las vidrieras de cada tienda por la que pasaba y de vez en cuando me fijaba en lo que ofrecían los negocios, hasta que algo captó mi atención. Había encontrado la cafetería y lo que vi reflejado en el cristal hizo que no pudiera moverme.
Un suspiro abandonó mis labios. Me di la vuelta lentamente sobre mis talones para ver la escena de frente.
Varias personas se habían amontonado a los alrededores de un auto. El auto era negro y se había estrellado contra un camión de productos congelados. El camión apenas había recibido daño y el auto estaba destrozado. Las personas cuchicheaban cosas pero nadie se movía para llamar a una ambulancia y socorrer a quien quiera que estuviera dentro del auto.
Mis ojos se centraron en un chico, parado en frente del auto. Aparentaba unos veinte años y miraba a las personas con confusión, la misma con la que yo lo miraba a él. Algo en él me pareció fuera de lo común. Era como si a su alrededor flotara una especie de niebla grisácea, con un brillo espectral que no parecía de este mundo. Entonces gritó con desespero:
— ¡Que alguien haga algo!
Otro hombre se separó de la multitud y caminó hacia el chico mientras marcaba el número de lo que yo suponía sería la ambulancia. El joven del centro parecía aliviado de que alguien por fin hiciera algo, sonrió y corrió hacia el hombre.
Pestañeé con fuerza un par de veces, había perdido de vista al chico, justo cuando se había cruzado con el hombre. Mis pies comenzaron a moverse sin que yo pudiera frenarlos. Era como si algo me empujara hacia aquel lugar. Algunos dirán que era curiosidad, pero ni yo misma sabía que me impulsaba hacia allí.
Mientras mentalmente luchaba contra mí misma por detener a mis pies, escudriñaba el lugar con la vista en busca del chico desaparecido.
Lo siguiente que pasó fue bastante extraño: choqué, literalmente, contra la nada y caí de espalda al suelo. Cerré los ojos con fuerza mientras caía, esperando recibir el impacto contra el cemento. Me golpeé en la cabeza y quizá eso explique lo que pasó a continuación: sentí el peso de un cuerpo sobre el mío y, cuando abrí los ojos, vi los de alguien más. Gritar sería el primer instinto de otra persona, pero no el mío. Había visto suficientes cosas extrañas en mi vida luego de vivir con una mujer que se autodenominaba medium.
Sus ojos eran la cosa más fascinante que había visto en mis diecisiete años. Parecían sacados de una historia fantástica donde las hadas y los elfos existían. Eran azules, como el cielo. Y brillaban. Brillaban como si tuvieran mil estrellas en su interior. Me recordaron a esas historias locas que me contaba mi abuela cuando era una niña pequeña.
— ¿Quién...? — me lo pensé un segundo antes de soltarlo —: ¿De dónde has... salido?
Él suspiro. Su aliento me dio en la cara y tenía un aroma extraño. Uno agradable que no sabría como describir. Abrió los ojos como platos.
— ¿Puedes verme?
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El fantasma de Axel
Mystery / ThrillerCuando todo parecía ir bien, las vidas de Jade y Axel se cruzan y chocan de la manera más literal posible. En una ciudad donde nada es lo que parece, deben resolver el misterio en el que se ven envueltos: ¿Por qué Axel es un fantasma, si se supone...